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Tribuna:LECTURAS DE A?O NUEVO
Tribuna
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Tabaco y carm¨ªn

Al d¨ªa siguiente, a media ma?ana, vimos al hombre de la 17 bajando las escaleras con la gabardina al hombro. Aplast¨® una colilla en el cenicero del mostrador, entreg¨® la llave y pidi¨® la cuenta. De haber estado el portero de noche no hubi¨¦ramos tardado en preguntarle si el hombre hab¨ªa recibido alguna visita en su habitaci¨®n, o si hab¨ªa pasado la noche solo, durmiendo, como ocurre tantas veces. Mi compa?ero y yo nos cruzamos una r¨¢pida mirada y acordamos dar por cierta esta segunda posibilidad: la verdad es que el hombre no parec¨ªa muy contento.)No vendr¨¢, piensa Bonn¨ªn al cerrar la puerta de la habitaci¨®n. Es un presentimiento. Mira el n¨²mero 17 grabado en el pomo met¨¢lico prendido de la llave. Mira a su alrededor, como si buscara un detalle agradable en el decorado que ha elegido para aquella cita. Es una habitaci¨®n peque?a con muebles funcionales: dos camas gemelas con dos colchas de un color naranja desva¨ªdo, un armario ropero, un tocador, dos butacas sin brazos delante de una mesa de caf¨¦. Nada m¨¢s. A trav¨¦s de los cristales del balc¨®n se ve un fragmento del r¨®tulo de la fachada que Bonn¨ªn ha contemplado desde la calle momentos antes. Comprende que es demasiado tarde para echarse atr¨¢s. Debe esperar, aunque ella no venga. Puede fumar, sentarse en las butacas, mandar que le suban una copa o mirar la calle desde las cristaleras entornadas del balc¨®n. Todo menos tenderse a dormir en una de las camas, que es lo que en realidad desear¨ªa. No puede perder la compostura por un presentimiento.

Siempre que va a un hotel, Bonn¨ªn acostumbra a abrir todos los cajones y las puertas que encuentra en la habitaci¨®n. Necesita eliminar el m¨ªnimo rastro que delate el paso de otras personas para sentirse c¨®modo. A¨²n sin desprenderse de la gabardina, busca en los estantes y cajones vac¨ªos del armario. Abre las mesillas de noche. Palpa el fondo de los cajones del tocador. Con los dedos sucios de polvo camina hasta el lavabo y enciende la luz. Se frota las yemas de los dedos entre s¨ª. Sigue buscando. Por fin descubre una papelera de pl¨¢stico en un rinc¨®n con algo adherido en el fondo: es un envoltorio arrugado de celof¨¢n con una marca conocida de pa?uelos; encuentra tambi¨¦n un pedazo de papel higi¨¦nico con la huella de unos labios de carm¨ªn, como besos que perdieran color e intensidad, uno al lado del otro. Vuelca la papelera en el inodoro y tira de la cadena. Mientras la espiral del agua arrastra los papeles, piensa que ya puede sentarse a esperar.

Se ha quitado la gabardina y la ha colgado en el armario. Despu¨¦s se ha sentado en una butaca y ha encendido uno de los 40 cigarrillos que suele fumar al cabo del d¨ªa. Le gustar¨ªa desprenderse tambi¨¦n de la chaqueta, pero considera que es una falta de educaci¨®n el recibir a una mujer en mangas de camisa. Va buscando en sus bolsillos hasta encontrar su cajita de metal con pastillas mentoladas. Con el paso de los a?os, ha ido perdiendo h¨¢bitos que antes se consideraban de buen gusto. Como tener la precauci¨®n de llevar siempre un pa?uelo de m¨¢s -perfectamente planchado y con unas gotas de perfume- a punto para prestarlo si la ocasi¨®n lo requer¨ªa. O usar gemelos y pisacorbatas. O tratar de usted incluso a sus compa?eros de oficio, tan proclives a tutear a todo el mundo. Ahora relaciona su dignidad con los pocos detalles de buen tono que conserva. Detalles que ella encuentra c¨®micos o irritantes, seg¨²n su estado de ¨¢nimo. Pero Bonn¨ªn se centra el nudo de la corbata en el cuello de la camisa y se sacude alguna mota imaginaria de ceniza en las solapas de la americana. Cree que a las mujeres hay que tratarlas como se?oras pase lo que pase, aunque se resistan. Y sorbe el aire entre los dientes hasta llenarse la boca de humo rubio y mentol.

EXTRA?A RELACI?N

Si piensa en su extra?a relaci¨®n con Dora, la mujer que espera, no parte de aquella ma?ana en la cafeter¨ªa del estudio, cuando la vio por primera vez. Por alg¨²n motivo se remonta hasta unas semanas antes de aquel d¨ªa, a principios de verano, cuando un impulso que a¨²n hoy no comprende hizo que interrumpiera su paseo y entrara en el vest¨ªbulo de aquel cine de barrio.

Era una tarde soleada de junio y Bonn¨ªn se habla abrigado demasiado para salir de casa. Estaba parado en la acera y daba holgura al cuello de su camisa para secarse el sudor con un pa?uelo, oliendo esa mezcla de alquitr¨¢n caliente y fruta madura que anunciaba el verano. Despu¨¦s busc¨® alg¨²n punto de referencia para orientarse -a veces sube a un autob¨²s y baja en cualquier parada cuando las calles empiezan a resultarle desconocidas. Son las ventajas de vivir en una gran ciudad-. Estaba dudando entre aventurarse por el paseo que nac¨ªa en el pr¨®ximo cruce o regresar sobre sus pasos reconstruyendo el trayecto hasta la parada de autob¨²s. De pronto se fij¨® en unas carteleras artesanales que anunciaban la reposici¨®n de una vieja pel¨ªcula. No conoc¨ªa el nombre de aquella sala. S¨®lo sabe que camin¨® resueltamente hasta el vest¨ªbulo y que compr¨® una localidad con la misma indiferencia que las personas que le preced¨ªan ante la taquilla. Hac¨ªa casi 15 a?os que no entraba en un cine.

Recuerda que la inquietud lleg¨® cuando se apagaron las luces. Ten¨ªa calor y miraba alternativamente los primeros r¨®tulos de la pantalla y la sucesi¨®n de luces rojas de la pared. La escasa gente que hab¨ªa entrado con ¨¦l se hab¨ªa repartido por el patio de butacas. Era como si estuviera solo. Muy pronto escuch¨® una suave melod¨ªa de fondo que le hizo sonre¨ªr. Un autom¨®vil de los a?os veinte recorr¨ªa un camino flanqueado por campos de ma¨ªz. Lo conduc¨ªa un hombre con el ala del sombrero echada sobre los ojos. Bonn¨ªn sab¨ªa que el hombre detendr¨ªa el autom¨®vil despu¨¦s de una cuesta y que se quedar¨ªa mirando una casa se?orial que aparec¨ªa al final del camino. La imagen siguiente era un plano m¨¢s amplio con el autom¨®vil rodeando una fuente delante del porche con columnas blancas de la casa. Se escuchaba el crujido de la grava bajo los neum¨¢ticos.

Al escuchar la voz del hombre saltando del veh¨ªculo -una vieja criada negra hab¨ªa salido a recibirle con las manos juntas-, Bonn¨ªn not¨® que todos sus m¨²sculos se pon¨ªan en tensi¨®n. Estudi¨® la vocalizaci¨®n inglesa en los labios del protagonista. Musit¨® unas frases del gui¨®n adelant¨¢ndose a un breve mon¨®logo en el que el hombre de la pantalla se refer¨ªa a recuerdos de su infancia. El actor entraba en la casa y se maravillaba de que todo siguiese exactamente igual que como ¨¦l lo recordaba: la disposici¨®n de los muebles, de los objetos, el olor de la cera o el paisaje sin tiempo en las ventanas. Parec¨ªa que nunca hubiese salido de all¨ª.

Bonn¨ªn tambi¨¦n se sorprend¨ªa de que los escenarios de aquella pel¨ªcula hubieran quedado fijados con tanto detalle en su memoria. Conoc¨ªa muy bien la trama, desarroll¨¢ndose escena a escena; conoc¨ªa los recursos del gui¨®n, adaptaci¨®n de una vieja novela; conoc¨ªa el tema musical y los registros de ambiente; conoc¨ªa el desenlace final, con personajes que no tardar¨ªan en aparecer. La voz del protagonista ejerc¨ªa en ¨¦l un efecto contradictorio. Si bien le evocaba confusas sesiones de doblaje, en las que Bonn¨ªn no ten¨ªa la suficiente experiencia como para sentirse c¨®modo con la pronunciaci¨®n r¨¢pida y nasal del actor -no hab¨ªa vuelto a doblarle en pel¨ªculas sucesivas-, llegaba a confundirle por la naturalidad con que se hab¨ªa alojado en aquella presencia f¨ªsica mucho m¨¢s importante que la suya. Bonn¨ªn reconoc¨ªa su propio timbre de voz, su calidez de graves caracter¨ªsticas, la casi imperceptible musicalidad italiana, herencia de su madre. Sin embargo, hab¨ªa empezado a relajarse en su butaca y a conformarse con su condici¨®n de espectador. Lo m¨¢s significativo era que su voz, fundida definitivamente con los gestos y expresiones de otro hombre, pod¨ªa contarle una historia que le interesaba; pod¨ªa comunicarle emociones mientras ¨¦l se limitaba a escuchar en su asiento de las ¨²ltimas filas.

Casi una hora despu¨¦s, cuando termin¨® la pel¨ªcula y se encendieron las luces, Boim¨ªn sali¨® al vest¨ªbulo tan satisfecho -como las dos ancianas que caminaban a su lado cogidas del brazo. Ten¨ªa que reconocer que ya no se hac¨ªan pel¨ªculas como aquella -historias deliciosamente previsibles. El color irreal de las cosas- y que el actor norteamericano declamaba en un castellano perfecto.

PIERNAS DORMIDAS

Ha consultado su reloj y descruza las piernas dormidas. Nota el hormigueo de la sangre en las plantas de los pies. Hab¨ªa evitado pensar en su mujer, pero, a medida que se hace evidente que Dora no vendr¨¢, no puede dejar de imaginarla sentada en el sill¨®n que tiene delante. Le est¨¢ mirando y sonr¨ªe. Se est¨¢ burlando un poco de ¨¦l.

Su mujer tambi¨¦n hab¨ªa sido actriz. Tiene 44 a?os, ocho menos que Bonn¨ªn, pero conserva la misma jovialidad que a los 20, cuando se conocieron en los ensayos de una obra de teatro cuyo nombre no recuerda ninguno de los dos -si lo recuerdan, defiende cada cual un t¨ªtulo distinto y retom¨¢n una vieja discusi¨®n que no lleva a ninguna parte.

Bonn¨ªn piensa en alg¨²n que otro viaje con ella, en alguna habitaci¨®n de hotel parecida a ¨¦sta. Su mujer suele ordenar toda la ropa en los armarios y dispone los ¨²tiles de aseo en las repisas de los lavabos, aunque las estancias duren una sola noche. Su buen estado de ¨¢nimo no siempre resulta contagioso, a veces llega a abrumar. En cualquier caso, es una de las pocas mujeres con sentido del humor que Bonn¨ªn ha conocido.

Hace tiempo, cuando sub¨ªan a un taxi, ella carraspeaba con toda la complicidad del mundo y Bonn¨ªn buscaba la apostura necesaria en la voz para dirigirse al taxista. Eleg¨ªa frases t¨ªpicas de pel¨ªculas americanas que pronunciaba en el tono inconfundible de los viejos galanes: "Puede apostar por eso". "Al centro, ya le indicar¨¦". Y forzaba una breve conversaci¨®n procurando mantener aquella sorpresa calculada. Los dos estaban acostumbrados a las miradas de los taxistas en el espejo retrovisor: reconoc¨ªan en aquella voz a alguien famoso, pero no pod¨ªan identificarla con alguien tan distinto. Bonn¨ªn es delgado y de estatura mediana. La frente despejada. Lleva un fino bigote que ya es un puro anacronismo y que aprendi¨® a recortar hace muchos a?os usando los billetes de cart¨®n duro del metro. Cuando cruza las piernas, lo hace de un modo femenino, preservando una pierna con la otra hasta juntarlas demasiado. Fuma con pausa y calculando mucho los movimientos, como si fumara poco; como fuma un arist¨®crata cuando se sabe observado. Tiene las manos grandes y una mirada inteligente que se interesaba de pronto por lo que suced¨ªa en la calle cuando los taxistas insist¨ªan observ¨¢ndole por el espejo retrovisor, mientras su mujer le pellizcaba y sonre¨ªa.

No tienen televisor ni animales dom¨¦sticos, ni siquiera hijos. Ella ha ido asumiendo poco a poco el papel de llenar la casa. Bonn¨ªn vivi¨® su ¨¦poca dorada como primer actor en el cuadro habitual de una emisora de radio. De aquella ¨¦poca conserva la costumbre de pasear y la de llevar gabardina. Despu¨¦s llegaron las primeras ofertas de un estudio de doblaje.

A veces, cuando hacen el amor, ella le pide muy sutilmente que apague la luz. Lo dice con un brillo malicioso en los ojos, como si hablara en serio. Y Bonn¨ªn apaga la luz y se esmera en evocar rostros muchos m¨¢s agraciados que el suyo. Generalmente es ella quien pone fin a la broma encendiendo la l¨¢mpara y besando la frente despejada de su marido. S¨®lo una vez la l¨¢mpara no volvi¨® a encenderse y Bonn¨ªn acab¨® por agotar todos los mon¨®logos de Tennessee Willianis en Un tranv¨ªa llamado deseo.

PEQUE?O DESLIZ

Ha empezado a llover y Bonn¨ªn se levanta. Se despereza y se acerca al balc¨®n. No siente ning¨²n remordin¨²ento al pensar en su mujer. Sabe que no est¨¢ enga?¨¢ndola. Esta cita es s¨®lo un peque?o desliz sin importancia para saber c¨®mo es el cuerpo de Dora sin vestido. Siente una curiosidad de adolescente.

Tiene grabada la imagen de unos labios muy rojos bebiendo una taza de caf¨¦ con leche. Aquella tarde en el cine, sin saberlo, le hab¨ªa dejado un poso de inquietud que pronto obrar¨ªa m¨¢s de un cambio en su car¨¢cter. Dora no era una mujer fuera de lo corriente. Hab¨ªa entrado en la cafeter¨ªa y desayunaba en la barra mirando el local por el espejo que hay detr¨¢s de las botellas. Hab¨ªa llovido y ten¨ªa el cabello h¨²medo. Llevaba un feo impermeable transparente sobre un vestido azul de manga corta.

Aquellos labios rojos detenidos para siempre en el borde de la taza: iba a doblar a uno de los personajes secundarios femeninos de la cinta que iniciaban aquella misma ma?ana.

Bonn¨ªn siempre ha sido t¨ªmido con las mujeres. Es una timidez que tiende a exagerar sus buenas maneras. Sali¨® discretamente de la cafeter¨ªa pensando que ser¨ªa mucho m¨¢s favorable una presentaci¨®n de trabajo, como sol¨ªa hacerse con los actores nuevos. Su condici¨®n de actor principal de doblaje le confer¨ªa una cierta autoridad en el estudio. Aquel d¨ªa, m¨¢s que nunca, deseaba exhibir su experiencia y sus facultades.

Fue en aquella escena en la que el primer actor conversaba unos minutos con una de las secundarias cuando Bonn¨ªn escuch¨® por primera vez la voz de Dora. Era uno de sus primeros trabajos de doblaje, pero vocalizaba muy bien. Se ajustaba con rara intuici¨®n a las im¨¢genes.

Bonn¨ªn apreci¨® inmediatamente la excelente educaci¨®n de aquella voz, una voz femenina brillante que pronto doblar¨ªa a la principales actrices inglesas.

En la pantalla del estudio, e primer actor y la actriz secundaria manten¨ªan un di¨¢logo que culminaba en un breve e inesperado impulso amoroso. Bonn¨ªn no pod¨ªa mirar directamente a su compa?era, pero s¨ª o¨ªr su voz sobrepuesta a los movimientos labiales de la actriz extranjera El intento de beso en la pantalla quedaba bruscamente interrumpido por la irrupci¨®n de un tercer personaje, y Bonn¨ªn continu¨® doblando con una desaz¨®n que no pod¨ªa comprender. De regreso a la cafeter¨ªa, estuvo realmente cort¨¦s con Dora, incluso se permiti¨® alguna frase ingeniosa. Se hab¨ªa reunido un peque?o grupo de t¨¦cnicos y actores y Dora se hab¨ªa desprendido de aquel horrible impermeable transparente. Su cabello seco era mucho m¨¢s claro, con me chas rubias parecidas a las aguas de la madera. Beb¨ªa un jerez en una copa lo suficientemente peque?a como para que sus labios se fruncieran en un gracioso moh¨ªn. A veces, una punta rosada de lengua se deslizaba por la comisura de sus labios. Acept¨® un cigarrillo de Bonn¨ªn y exhal¨® el humo sin dejar de sonre¨ªr. Estaba satisfecha con su trabajo -trabajo que el propio primer actor no dejaba de halagar- Bonn¨ªn respiraba disimuladamente el humo de Dora y se fijaba en los movimientos de su cabeza, en sus dedos, con las u?as muy largas y pintadas de rojo. Pens¨® que alg¨²n d¨ªa besar¨ªa esas manos dedo por dedo y que nadie interrumpir¨ªa la escena de amor que hab¨ªan ensayado con las voces. Sin embargo, Dora rechaz¨® una de las pastillas de mentol que Bonn¨ªn se atrevi¨® a ofrecerle con una sonrisa c¨®mplice.

MUECA DE DISGUSTO

La misma sonrisa que Bonn¨ªn ha recordado se va convirtiendo ahora en una mueca de disgusto. La luz ha ido perdiendo intensidad y va retrocediendo por las baldosas del suelo. Bonn¨ªn no sabr¨ªa explicar -ni ahora ni entonces- el motivo de su fascinaci¨®n por aquella mujer. Ha conocido a cientos de actrices j¨®venes de apariencia similar. Mujeres mucho mejor dispuestas para una relaci¨®n que siempre ha evitado.

Aquellos d¨ªas del verano los recuerda como una sucesi¨®n de im¨¢genes confusas: siempre Dora; el nuevo peinado de Dora, con el cabello recogido en un peque?o mo?o; sus vestidos, su voz en el estudio y en la cafeter¨ªa. Bonn¨ªn hab¨ªa conseguido que ella le llamara V¨ªctor -una mujer no puede citarse con un hombre al que llama se?or Bonn¨ªn-. Entre el Bonnin de costumbre y el V¨ªctor de aquellos d¨ªas hab¨ªa un abismo de trajes claros, agua de colonia y masaje; de simpat¨ªa y buen humor. Resultaba dif¨ªcil abordar a Dora en privado porque siempre iba acompa?ada por alguien. Quiz¨¢ una peque?a broma y unas moinedas sueltas junto a la m¨¢quina de caf¨¦, en los descansos. Un mismo taxi para aprovechar el recorrido. Dora empez¨® a mirar a Bonn¨ªn con una suerte de iron¨ªa maliciosa. Bonn¨ªn ten¨ªa que hacer un esfuerzo para no dejarse dominar por su sentido del rid¨ªculo. ?Cu¨¢ntos a?os ten¨ªa Dora? ?Veintiocho? ?Treinta? No tardar¨ªan en llegar las burlas por parte de ella. Primero, en forma de peque?os comentarios malintencionados. Despu¨¦s, como expresiones de verdadero fastidio. Bonn¨ªn era todo tacto, una presencia taimada y empalagosa a la vez, una nube de lim¨®n a?ejo y almid¨®n con la expresi¨®n demasiado sol¨ªcita. Un hombre m¨¢s sensato que Bonn¨ªn. hubiera desistido muy pronto de mantener su actitud ante el rechazo f¨ªsico que Dora ya le demostraba abiertamente. Y, en cambio, durante las grabaciones, aquella mujer volv¨ªa a sonre¨ªrle y le hablaba con una complicidad que exced¨ªa lo meramente profesional. Eran amigos en el gui¨®n, en las im¨¢genes. Las voces parec¨ªan adaptarse perfectamente a esa compenetraci¨®n, no era necesario fingirla.

SIENES Y LABIOS

Bonn¨ªn ha entrado en el lavabo y abre el grifo para mojarse las manos. Se pasa los dedos h¨²medos por las sienes y los labios.

-No vendr¨¢ -dice en voz alta con su mejor registro de voz. Lo dice enfrentado, por fin, a la imagen del espejo. Hace m¨¢s de una hora que espera.

Se compadece a s¨ª mismo pensando en una boca roja y blanca que le habla. Recuerda el calor de la calle en verano, un estado de ¨¢nimo que relaciona con el sol. Piensa en la inquietud que le produjo ver un instante la piel tierna y rasurada de las axilas de Dora recogi¨¦ndose el cabello en la cafeter¨ªa. Pod¨ªa intuir las formas de su pecho peque?o bajo la ligereza del vestido. Necesitaba acariciar aquella nuca dulce, infantil. Oler sin disimulo el perfume a jab¨®n tibio de sus brazos.

Conclu¨ªa el doblaje de aquellas cintas y Bonn¨ªn empezaba a sentir un desasosiego que repercut¨ªa directamente en su trabajo. Se distra¨ªa continuamente. Se sab¨ªa incapaz de doblar con un m¨ªnimo de concentraci¨®n las ¨²ltimas escenas. Una ma?ana, durante un descanso, encontr¨® a Dora bebiendo agua en una de las fuentes el¨¦ctricas del estudio. Ella lo vio acercarse mientras se enjugaba las ¨²ltimas gotas de agua con el dorso de la mano. Bonn¨ªn lleg¨® hasta ella y la sujet¨® del brazo. Ten¨ªa una mirada extra?a. En toda su vida no se hab¨ªa atrevido a hacer algo parecido.

-Dora, yo... -dijo, notando el pulso acelerado en el cuello. De pronto tuvo miedo de que la mujer levantara la voz para que todo el mundo pudiera o¨ªrla. Parec¨ªa inevitable caer en el rid¨ªculo que hab¨ªa ido tramando sin darse cuenta. Y, en cambio, Dora no levant¨® la voz ni se libr¨® del contacto de Bonn¨ªn. Aquel d¨ªa llevaba los labios pintados de un color rosa p¨¢lido. Simplemente no le interesaba lo que Borin¨ªn pensara de ella. Ni le conmov¨ªa que alguien tan t¨ªmido hubiera reunido el valor suficiente para abordarla. Hizo que Bonn¨ªn se sintiera como un ni?o sin perder su sonrisa. Con suavidad. Y fue el propio Bonn?n quien separ¨® sus dedos del bra zo de Dora como si estuviera tocando un objeto ardiente.

Dos d¨ªas m¨¢s tarde, Bonn¨ªn segu¨ªa esquivando a Dora cuando le era posible. Evitaba mirarla a los ojos. Dej¨® de ir a la cafeter¨ªa. Hab¨ªa apurado toda su profesionalidad para terminar dignamente su trabajo, y procuraba no pensar en ella. Dora, por su parte, se comportaba como si nada hubiera pasado. ?Hab¨ªa pasado algo realmente?

Aquel ¨²ltimo d¨ªa de doblaje Bonn¨ªn sali¨® a toda prisa del estudio. Sin embargo, cuando bajaba la escalera hacia el vest¨ªbulo, le sobrevino una lucidez desconocida que se llev¨® la primera urgencia de los pasos. Se detuvo un momento y baj¨® los ¨²ltimos pelda?os rozando con la mano izquierda el pasamanos de alun¨²nio. Se mordi¨® los labios, confundido. Por fin, camin¨® hacia uno de los tel¨¦fonos de la conserjer¨ªa y marc¨® la extensi¨®n de un tel¨¦fono interior. Quer¨ªa hablar con Dora. Un amigo...

Carraspe¨® para que su voz no le fallara y habl¨® con la mujer para pedirle una cita. Ni siquiera se inmut¨® cuando la voz de Dora -con toda naturalidad, incluso con un punto de picard¨ªa- le dijo que esperase un instante para anotar la direcci¨®n del hotel. No, no era la voz de la mujer en la cafeter¨ªa o en los descansos de la grabaci¨®n. Era la voz que se escuchaba por los altavoces cedida generosamente a los labios pintados que aparec¨ªan en la pantalla.

Bonn¨ªn bebe un poco de agua con el hueco de las manos. Apaga la luz y regresa al dormitorio. Ha abierto laspuertas del armario para coger la gabardina cuando escucha unos golpes suaves. Despu¨¦s de comprender que alguien est¨¢ llamando a la puerta de la habitaci¨®n, se da cuenta de que le quedan muy pocos segundos para no equivocarse. Y Bonn¨ªn camina hacia el balc¨®n y cierra las contraventanas. Corre las cortinas. Apaga las luces. Va hacia la puerta y la abre, evitando mirar a la mujer, que hace lo propio bajo las luces del corredor. La acompa?a hasta una de las butacas apenas sin rozarla y le ayuda a desprenderse de su chaqueta de punto. La invita a fumar. ?Qu¨¦ puede decirle para hacerlo todo m¨¢s agradable? Ha visto su mirada fr¨ªa y sus labios rojos un segundo al encenderle el cigarrillo. Despu¨¦s ha vuelto la oscuridad y Bonn¨ªn ha tomado asiento en la otra butaca.

FRASES ATROPELLADAS

A tientas, las voces se encuentran en unas primeras frases atropelladas. Ya no llueve en la calle. Un asunto imprevisto la ha retenido y no ha tenido ocasi¨®n de avisar. Pero nada tiene importancia. Ella ha venido y eso es suficiente. La voz de la mujer se va templando y Bonn¨ªn la escucha acomodado en su butaca. No tiene que cerrar los ojos para dejarse llevar por el tono de amistad de aquella voz.

Hablan ahora de un modo m¨¢s ordenado, intuy¨¦ndose mutuamente los silencios. Poco a poco, el sentido de las palabras se adapta a la l¨®gica del hablar por hablar: s¨®lo palabras que flotan por la habitaci¨®n sin luz. Las voces se complementan y comparten a veces la misma risa. Del mismo modo que las puntas encendidas de los cigarrillos dibujan en la oscuridad l¨ªneas de ¨¢mbar, as¨ª se proyectan las voces formando un dibujo arabesco imposible de descifrar. Un entramado armonioso que no se sabe d¨®nde empieza o d¨®nde acaba. Caer¨¢ la noche y el conocimiento mutuo de las voces ser¨¢ completo. Se sobrepondr¨¢n una, dos, hasta tres veces al coincidir con las mismas palabras, creando la ilusi¨®n de ser dos matices distintos de la misma voz: graves de tabaco y agudos de carm¨ªn.

S¨®lo al llegar el alba, cuando la primera claridad se insin¨²e por las rendijas del balc¨®n, aquella conversaci¨®n perder¨¢ su sentido. Sin quererlo, vuelven a ser dos figuras ocupando las butacas. Bonn¨ªn comprende y se levanta para encender la luz.

-No -dice Dora al o¨ªr los pasos del hombre. Busca en la penumbra su bolso y su chaqueta. Bonn¨ªn ve c¨®mo se abre la puerta de la habitaci¨®n y c¨®mo un rect¨¢ngulo de luz se instala en el suelo. La imagen de Dora se recorta un momento en el marco de la puerta y se escucha su taconeo, con prisa, amortiguado por la alfombra del pasillo.

Bonn¨ªn ha vuelto a cerrar la puerta, pero no enciende la luz. Busca en el armario y descuelga la gabardina. Nota su barba ¨¢spera con la mano. Tiene los ojos hinchados y la boca seca. Camina hacia una de las camas y se sienta pesadamente, con la gabardina en las rodillas. Est¨¢ tan cansado que murmura unas palabras sin comprender lo que dice.

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