El pacto de los vascos
LA FIRMA del pacto de "normalizaci¨®n y pacificaci¨®n de Euskadi", suscrito por todas las fuerzas con representaci¨®n parlamentaria, excepto Herri Batasuna (HB), es una buena noticia. Pero la dificultad de la gestaci¨®n del pacto mismo pone de relieve que la sociedad vasca sigue padeciendo serios problemas de vertebraci¨®n e identidad de cara a los contenciosos que tiene planteados. No se ha conformado todav¨ªa un sistema de valores compartidos capaz de servir de plataforma para acuerdos s¨®lidos. En Euskadi hay tantas subculturas pol¨ªticas como partidos. Ello explica que incluso lo que parece m¨¢s obvio -el rechazo por parte de la mayor¨ªa pac¨ªfica de la pretensi¨®n de imposici¨®n de la minor¨ªa violenta- encuentre en Euskadi insospechadas dificultades.El Estatuto de Gernika pudo haber sido esa plataforma y desempe?ar un papel similar al de la Constituci¨®n de 1978 en el conjunto de Espa?a: articular unos principios b¨¢sicos y unas reglas del juego aceptadas como eje de la convivencia. Sin embargo, la presencia agobiante de la violencia (y la polarizaci¨®n por ella ocasionada) rompi¨® el consenso. Primero, entre nacionalistas y no nacionalistas; posteriormente, en el interior de la comunidad nacionalista. Todo intento de vertebraci¨®n de la sociedad vasca pasa necesariamente por la reconstrucci¨®n del consenso auton¨®mico, y esa reconstrucci¨®n resulta inseparable del acuerdo sobre la forma de hacer frente a la presi¨®n de la violencia.
El 14 de marzo de 1985, inmediatamente despu¨¦s del asesinato por ETA del jefe de la Ertzaintza, todas las fuerzas vascas -excepto HB- suscribieron un documento por el que se negaba a los terroristas cualquier legitimidad para sus m¨¦todos y todo fundamento a su pretensi¨®n de actuar en nombre del pueblo vasco: ese documento se convirti¨® en papel mojado. Algunos de los principales firmantes del mismo consideraron compatible la condena gen¨¦rica de los m¨¦todos de ETA -en la que perseveraron- con el suministro de coartadas ideol¨®gicas a los violentos. En plena convulsi¨®n interna, el PNV se convirti¨® en inconsciente propagandista de algunos de los lemas que necesitaba ETA para proseguir su escalada (Constituci¨®n impuesta a los vascos, Estatuto arruinado, causas pol¨ªticas del terrorismo, razzias policiales a ambos lados de los Pirineos, car¨¢cter negociable de la alternativa KAS incluso con el Ej¨¦rcito). ETA aprovech¨® ese discurso para asegurar que actuaba no ya ¨²nicamente en nombre de sus votantes, sino de toda la comunidad nacionalista. Por ello, el pacto actual, que renueva el compromiso de 1985, estaba plenamente justificado; tambi¨¦n el hecho de que la condena a ETA se enmarque en un compromiso m¨¢s amplio sobre las reglas del juego democr¨¢tico. Se trata de reconstruir el consenso en torno al Estatuto y de deslegitimar cualquier intento de justificaci¨®n del recurso a la muerte como v¨ªa para alcanzar objetivos pol¨ªticos.
Por eso era tan importante alcanzar la unanimidad, y estaban m¨¢s que justificados los esfuerzos de ¨²ltima hora para impedir que Garaikoetxea quedase descolgado. La actitud inicial de su partido -tratando de vincular el rechazo de la violencia a la elevaci¨®n de los techos auton¨®micos- puso en grave riesgo toda la operaci¨®n. Finalmente se ha impuesto la sensatez en las filas de Eusko Alkartasuna (EA), lo que refleja sin duda el sentir mayoritario de sus votantes. En cuanto a las reservas expresadas respecto al papel de la Ertzaintza, son discutibles, aunque resultan leg¨ªtimas. En resumen, el esfuerzo de consenso de todos los partidos, incluyendo al de Garaikoetxea, es digno de elogio. El contenido del pacto obliga a las principales fuerzas nacionales, lo que equivale a decir el Parlamento espa?ol. Su cabal cumplimiento ser¨¢ el s¨ªmbolo de la victoria de la racionalidad y la democracia sobre las fuerzas del fanatismo.
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