La paradoja de un moralista
Es un moralista del siglo XIX encaramado sobre la giba de un camello actual, observando, entre fascinado y at¨®nito, los males de la ¨¦poca. No encuentro mejor definici¨®n que ¨¦sta para sintetizar el mundo de Javier de Juan, o, si se quiere, el mundo tal y como lo ve Javier de Juan, joven ilustrador y pintor, vagamente relacionado con eso que ha dado en llamarse la movida madrile?a, y, en calidad de tal, encuadrable dentro de ese sector de frustradores-pintores formado por los Ceesepe, El Hortelano, etc¨¦tera.Hay quien piensa que la principal diferencia entre el dibujante y el pintor reside en la t¨¦cnica empleada, pero las t¨¦cnicas son simples instrumentos al servicio de una voluntad expresiva y, por tanto, nunca sirven por s¨ª mismas para agotar el sentido de una personalidad creadora. As¨ª, se puede afirmar que es factible cambiar de t¨¦cnica, cuyas complejidades se llegan a aprender y dominar, pero es mucho m¨¢s dificil cambiar de arquetipo.
Javier de Juan
Galer¨ªa Moriarty. Almirante, 5.Madrid. Del 8 de enero al 5 de febrero de 1988.
El arquetipo del ilustradorse reconoce en la voluntad narrativa cuando se explaya, moralizante, sobre las costumbres del d¨ªa. Un ilustrador hace de una imagen instant¨¢nea toda una historia, una historia con moraleja. Eso ha sido as¨ª desde siempre, pero, de forma apote¨®sicamente di¨¢fana, desde el siglo XIX, el gran momento de ese g¨¦nero literario moralizador que es la novela y tambi¨¦n el de la ilustraci¨®n. No en balde, pensando precisamente en un ilustrador, Constantin Guys, Baudelaire dise?¨® el perfil del pintor de la vida moderna, un h¨¦roe perdido entre las multitudes que capta gestos fugaces cargados de sentido pat¨¦tico. Pr¨ªncipe del inc¨®gnito llamaba Baudelaire a este escrutador de la rutina sangrante, y -Guys, Daumier, Grandville o hasta el propio Dor¨¦, da igual- hay toda una corte moderna de consignadores de las muecas sociales an¨®nimas. ?Habr¨¢ que insistir en el evidente paralelismo existente entre aquellos retratistas de los vicios enterrados en la multitud urbana y este Javier de Juan, su trasunto actual? El hecho de que ahora pinte y adem¨¢s demuestre sentirse, a gusto pintando, con resultados de una muy lograda soltura, en ocasiones hasta brillante, no quita que en sus cuadros permanezca el punto de vista moralizante del ilustrador, y no s¨®lo por los mensajes escritos que explican cada una de las escenas pintadas, ni tan siquiera por el hilo argumental que aqu¨ª las vertebra a todas, un diario de ?frica.
Pero seguramente Javier de Juan va a Marruecos como se enreda en las terrazas veraniegas y en las aceras infectadas de litronas o en cualquier ¨¢mbito de la ¨²ltima ola urbana: con curiosidad, a la vez, compasiva y escandalizada. Su forma de mirar tiene la valent¨ªa y el morbo de los moralistas, en este caso con el peligroso suplemento de hacerlo con los ojos inyectados de pintura, y ?acaso cabe salvar al mundo manch¨¢ndose las manos de pintura? Particularmente, he de confesar mi inter¨¦s. por los seres parad¨®jicos, y, claro, mi inter¨¦s por Javier de Juan.
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