El maestro-cantor Pl¨¢cido Domingo
Dentro del variado elenco de orquestas y directores presentados por Iberm¨²sica-Tabacalera, le correspondi¨® el tumo a la Filarm¨®nica de Londres, conducida por el infalible domador de ¨¦xitos Placido Domingo. El cantante madrile?o, cuya preparaci¨®n musical es amplia y varia, ha ejercido la direcci¨®n en representaciones de grandes; teatros oper¨ªsticos, y ahora, en plenitud de su carrera de tenor, frecuenta la orquesta sinf¨®nica.Que existe una "pasi¨®n de dirigir" casi tan fuerte como la de mandar", estudiada por Mara?¨®n en el Corde Duque, me parece indudable. A ella se entregan grand¨ªsimos pianistas, violinistas fuera de serie, compositores, cantantes -como Fischer-Dieskau y Pl¨¢cido Domingo- y hasta pol¨ªticos. Los resultados, naturalmente, dependen de las personas, y el ¨¦xito tambi¨¦n. Por lo mismo, nuestro Pl¨¢cido, m¨²sico de instinto, se defiende ante una orquesta de tanta calidad como la Filarmon¨ªa y se apodera del p¨²blico desde su alta condici¨®n de mito.
Orquesta Filarmon¨ªa de Londres
Director: Pl¨¢cido Domingo. Obras de Britten, Falla y Beethoven. Teatro Real, 20 de enero. Madrid.
Pl¨¢cido Domingo ha llegado a lo m¨¢s dif¨ªcil: la, realizaci¨®n de s¨ª mismo; ser, nada m¨¢s y nada menos, que todo un Pl¨¢cido. El ¨¦xito, pues, no s¨®lo queda domado, sino enjaulado, y el p¨²blico le concede, como siempre, sus, m¨¢s largas ovaciones. Tambi¨¦n la cr¨ªtica -a mi juicio ha de ser distinta ante un fen¨®meno tan at¨ªpico como el cantante madrile?o, a quien, para empezar, le ser¨¢ dif¨ªcil, aun queri¨¦ndolo, lograr que nadie lo entienda sino como el gran tenor que es. Incluso dirigiendo -como en La Revoltosa-, da la impresi¨®n que la orquesta tom¨® ejemplo a la hora de frasear m¨¢s del cantante que del director. Por otra parte, es bien sabido que los grandes directores deben conocer cuanto puedan de canto. Todo lo cual sirve a Domingo para su trabajo, o su pasi¨®n, de dirigir.
Exageraciones
?Grandes versiones? Lo mejor, aparte el citado preludio de Chap¨ª, fue -curiosamente- la S¨¦ptima sinfon¨ªa, de Beethoven, tan dominada por una formaci¨®n como la Filarmon¨ªa, en la que el maestro-cantor se produjo, dentro de un criterio tradicional, expresivo e incluso con aciertos, como la elecci¨®n del tempo en el movimiento final. En cambio, El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla, se le arrebat¨® en la gran sart¨¦n filarm¨®nica. Hizo exageraciones -como la retenci¨®n del tiempo en la copla de la danza final-, que el "sino Pl¨¢cido no comete cuando canta, y todo, en general, result¨® de un espaholismo a grandes brochazos y de una din¨¢mica abusiva. El programa comenz¨® con las Variaciones Purcell, de Benjamin Britten, ejercicio instrumental en el que brillan siempre las calidades de los solistas y grupos de una orquesta.Una vez m¨¢s, Pl¨¢cido Domingo fue feliz con el juego de la m¨²sica, que es su vida. Y no creo, como apuntan las notas al programa, que se trate de una "previsi¨®n" para cuando la voz, por razones de edad, empiece a fallar, ni comparto la graciosa an¨¦cdota del carcelero vien¨¦s de El murci¨¦lago, que al ver a Domingo en el podio morcille¨®: "Pero si t¨² no deb¨ªas estar ah¨ª". ?Por qu¨¦ no un gran cantante y s¨ª grandes instrumentistas? Y en todo caso, el arte vive de libertad. El Real estuvo abarrotado de un p¨²blico en el que los seguidores de la m¨²sica se mezclaban con los testigos de grandes acontecimientos.
Los aplausos y bravos fueron muchos. Pl¨¢cido Domingo dirige hoy, en el segundo programa, a la Filarmon¨ªa londinense con El holand¨¦s errante, obertura, de Wagner, y la Cuarta sinfon¨ªa, de Chaikovski. Entre ambas obras, la violinista rumana Silvia Marcovici interpret¨® el Concierto en Sol menor de Max Bruch.
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