Lorca, marca registrada
Lorca no tiene la culpa de lo que est¨¢ ocurriendo. Atravesamos, sin ninguna raz¨®n aparente, una especie de paranoia colectiva en la que un se?or llamado Federico Garc¨ªa, fusilado en 1936, es ascendido a la categor¨ªa sobrenatural -"se nos ha ido de las manos", dec¨ªa hace poco Eduardo Haro- y comienza a derramar su gracia entre los pobres mortales que se pelean, desga?itan y despluman a su costa.Nunca perderemos en este pa¨ªs la extra?a habilidad para convertir en esperpento a determinados personajes selectos, a trav¨¦s de un proceso de mitificaci¨®n pasional que se adoba con sublimaci¨®n, desde donde se pasa finalmente al universo de la idolatr¨ªa. Tantas fueron las alabanzas, las casi pr¨¦dicas y preces sobre Lorca que acabaron haciendo de ¨¦l un t¨®tem de la tribu, inalcanzable, trasl¨²cido, m¨¢gico. Una aureola de luces y campanillas rodea su efigie de santo renegrido y m¨¢rtir a la fuerza. S¨®lo nos falta asignarle un d¨ªa preciso en el calendario para que anualmente podamos celebrar la fiesta que le corresponde.
Bu?uel hubiera podido hacer, si viviera, un excelente filme blasfemo sobre el adefesio en que ha sido convertido su amigo Federico.
No es bueno ni saludable lo que est¨¢ pasando. Se ha llegado a un estadio en el que ya ni siquiera se habla de un escritor que realiz¨® una obra determinada sujeta al juicio de sus lectores. Sin saber c¨®mo ni por qu¨¦, se ha elevado a los zdtares a un personaje hist¨®rico-literario y all¨ª se nos ha quedado, como un san Antonio de pueblo, ejemplar y servicial. Todos hablan de ¨¦l y todos parecen tener la clave de su identidad. Cada cual construye la historia beat¨ªfica a la medida de sus sensaciones, impresiones y lecturas; pero siempre instalada sobre una peana venerable: por encima de nuestras cabezas y de nuestras capacidades cr¨ªticas. Tal operaci¨®n de ascesis no ha sido llevada a cabo por el Vaticano y su congregaci¨®n correspondiente, sino por la Legi¨®n de Adoradores Nocturnos de Lorca, una extensa cofrad¨ªa en la que se agrupan los m¨¢s devotos de entre los devotos. El fogonazo final de la santificaci¨®n se ha producido a trav¨¦s de las pantallas de TVE, gracias a diversos programas cuya solemnidad ritual no pod¨ªa ocultar una emoci¨®n apenas contenida.
Pues bien, es hora de decir en voz alta que tambi¨¦n somos muchos los que estamos hasta el gorro de Lorca. Entend¨¢monos: yo no tengo nada contra el poeta y dramaturgo Federico Garc¨ªa Lorca, ni tampoco contra el hombre fusilado en 1936. Al contrario.
Quien me satura, me hast¨ªa y me irrita es Lorca: Lorca, SA; san Lorca; Lorca, el poeta espa?ol, Lorca, marca registrada. Evidentemente estoy hablando del fetiche construido por muy diversos brujos de la tribu a lo largo de los ¨²ltimos decenios; un angel face adornado con tal cantidad y calidad de atributos que quiz¨¢ llegue un d¨ªa en que sea preciso acercarse a sus textos sacramentalmente.
Un panal
Lorca ha sido un panal de rica miel, y ustedes ya me entienden. No me estoy metiendo con sus exegetas, ni con su familia, ni con sus ep¨ªgonos, ni con sus investigadores, ni con la infinita n¨®mina de sus amigos. Tampoco me estoy metiendo con la pel¨ªcula de Juan Antonio Bardem (estimable por muchos conceptos), ni con el debate televisivo, ni con otros innumerables programas, art¨ªculos, libros, etc¨¦tera. No me meto individual, aisladamente, con nada ni con nadie. Es el magma, ?comprenden?, todo ese conjunto de cosas lo que conduce a Lorca, una entidad multifac¨¦tica (emotiva y democr¨¢tica, ya lo s¨¦) que me asfixia, me impide respirar, no puedo m¨¢s y grito. Grito ante el alud catastr¨®fico, ante ese Vesubio desatado que ha convertido a la literatura espa?ola de este siglo en una Pompeya de ruina, lava y silencio, de la que s¨®lo emerge una figura excelsa: san Lorca.Enti¨¦ndase este grito como un aldabonazo iconoclasta o como una blasfemia populachera, dos gestos t¨ªpicamente espa?oles. Estamos en un pa¨ªs libre con libertad de cultos.
Y otra cosa, para terminar. Conozco a muchos espa?oles que se sienten orgullosos de Lorca, international division. Se emocionan cuando oyen a un japon¨¦s o a un tipo de Nebraska decir: "?Oh, Lorcal ?Lorca, ah!". Es el ¨²nico escritor espa?ol que conocen. Yo no s¨®lo no me enorgullezco, sino que esas declaraciones tan precisas y cosmopolitas me producen ganas de vomitar.
El mundo es un inmenso desierto por el que no cruza la sombra de ning¨²n escritor espa?ol, si exceptuamos a Lorca, que se permite el lujo de ir en camello y descansar en los oasis. S¨®lo existe ¨¦l, todo para ¨¦l, nada para los dem¨¢s, del marqu¨¦s de Santillana a nuestros d¨ªas. En nombre del marqu¨¦s, de Quevedo y de Luis Cernuda, por ejemplo, gr¨ªtese el resentimiento, recl¨¢mese la justicia.
Claro que la culpa no es de Federico (que ha sido devorado por su logotipo), sino de Lorca, marca registrada. Gracias a un trabajo tenaz y pr¨®spero, su patrocinado ha acaparado pr¨¢cticamente toda la capacidad de asimilaci¨®n de fiteratos espa?oles que el planeta Tierra posee. Una capacidad muy limitada, ciertamente.
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