El rapto del reptil
Un extra?o reptil, ancho e inmenso, una boa gigante, se agita y comba por los cielos silbando. Va de caza. Persigue el avi¨®n en donde voy. Terror.?Se propone anudarnos, enroscarnos en su tirabuz¨®n, su sonante espiral, para hundirnos, sumirnos en las cimas o simas de los m¨¢s altos o bajos ciegos espacios desconocidos? Lo que tan s¨®lo s¨¦, y ya no tengo casi tiempo para repet¨ªrmelo, es que voy a vivir ese veloz momento en que el agonizante ve desfilar toda su vida en un segundo, mientras echan sus p¨¢rpados sombras definitivas en sus ojos. Pezones de la leche chorreados, tierra con cochinillas de humedad, narices de garbanzos naciendo, habichuelas y ratas comi¨¦ndose al gal¨¢pago, la misa, s¨ª, la hostia y la veloz hermana carmelita, la cartilla en la mano y en la otra la picha rociando sus zapatos y el cometa tendido trasparentando estrellas en la abierta bah¨ªa con la Lida Borelli y la Bertini en la pantalla al aire y el primer co?o entre el lat¨ªn y el ¨¢lgebra con una paja ardiente por las dunas y la partida con la muerte del perro hacia el Madrid de la virginidad perdida entre los pinos y el ansia de violar a las Tres Gracias por el Museo del Prado, los marineros y los ¨¢ngeles sobre los seminales ¨®leos en los bancos hundidos de los parques chorreados en la boca.
?Mauricio, Mauricio! Con Mauricio suicida y el estudiante en lucha, las barricadas de los paseos, los h¨¦roes fusilados y los reyes huidos con la Rep¨²blica llegada entre cohetes, bengalas y ruedas luminosas, entre el amor reci¨¦n aparecido, el gran amor, en la noche de besos y poemas por las islas, resbalando Par¨ªs con Picasso, con Dal¨ª, con Bu?uel y los mineros de Asturias sublevados y m¨¢s all¨¢ con Gorki, Aragon, Pasternac, Procofief y el toro de la muerte matando a Ignacio entre las tablas, con Mussolini en el balc¨®n y con Batista en Cuba y todos los caballos de Bernal D¨ªaz entre semillas de naranjos desembarcando en Veracruz...
(Creo, creo, siento que el gran reptil, la inmensa boa enroscada, tritura, estrecha nuestro a¨¦reo, lo adelgazia, lo hace irrespirable, se me acelera el pasar, la cinta de la vida con la guerra que extiende sus bombas, sus disparos, los fusilados, Federico, que se doblan y caen por todo el mapa, los campos de concentraci¨®n con la muerte por miles no lejos de la mar, Machado, en Francia, en Francia con Neruda y el Sena, la oscuridad de nuevo y las alarmas aterradoras. Yo no s¨¦ ad¨®nde vamos en largas sacudidas onduladas, a tumbos para arriba, arriba, o descendemos hacia el mar, el precipicio oscuro de la tierra sin fin.)
El mar, el oc¨¦ano, plagados, apestados de submarinos y el barco en sombra, sin rastro, sin estela, han visto con el miedo la angustia de llegar y al fin el campo all¨¢ lejos, escondido, secreto, gritando una ni?a reci¨¦n nacida al son de los maizales y totoras. ?Oh, lejos, lejos de all¨ª, aqu¨ª, sin pasaporte 19 a?os, y luego, s¨ª, Chile, Neruda, Deba y el mar con la isla de los lobos mat¨¢ndose por celos, por amor! Ven t¨², pasa ahora, no recuerdo tu nombre a esta velocidad y el viento del oto?o con la vuelta a Europa, Londres, Praga, Varsovia, Mosc¨², con Ruman¨ªa, Italia, Pasol¨ªni, Moravia, Guttuso y Franco, siempre Franco, y tantos gatos por las calles de Roma y los tejados, Garibaldi y aquella aparecida por los callejones con el bar de la esquina, las palomas y Anita Ekberg comiendo tallarines y el pintor suicida del estudio vecino junto al Orto Bot¨¢nico...
(Sube y parece tambi¨¦n que baja el inmenso reptil, abrazado, enredado, casi ya uno con el avi¨®n, que ya no sabe ad¨®nde va, paralizados los motores, presa total del ofidio gigante, pero a¨²n, entre los anillos de su espiral, con algo de luz, de cielo o tierra, de noche o d¨ªa, de veloces, sobresaltados espacios insufribles.)
La cinta corre, corre, el ciego filme se desarrolla, se desarrolla, los muertos suceden a los muertos, desaparecen enteras las ciudades, un poco antes de que el hombre llegue a la Luna e instale all¨ª su coca-cola. Amor, amor, amor. Por el Aniene saltan las truchas y los turistas. Por el Kremlin, la efigie de oro de Lenin se cuelga en mi chaqueta, mientras Picasso cumple 90 a?os y yo en un d¨ªa de abril bajo desde los cielos a Espa?a en signo de paz, la mano abierta. Bellos son los pueblos espa?oles. Los gaditanos sobre todo, chorreando en mis ojos su cal deslumbradora.
Con mis simples canciones comprenden algunos que yo podr¨ªa levantar a Espa?a(?!) a Andaluc¨ªa sobre todo, a C¨¢diz sobre todo, a Gibraltar, a Jerez... Alguien me lo dice en medio de un camino. El vino salta de las bodegas y forma un r¨ªo de oro que corre el mar de la bah¨ªa. Las siniestras bases americanas podr¨ªan emborracharse y quedarse vac¨ªas de tanto v¨®mito. La fina uva de aquellos maravillosos vi?edos ser¨ªa la mejor arma.
(Todav¨ªa me quedan unas fracciones de segundo para ver el paso final de mi vida. No tengo ya tiempo de hacer consideraciones sobre ella, opinar, decidir si fue horrible o hermosa. Pero oigo que alguien me pregunta: ?fuiste t¨² aquel que ayer, no m¨¢s, dec¨ªa / el verso azul y la canci¨®n profana ... ? Contesto que s¨ª, que yo tambi¨¦n fui uno de aquellos que lo dijo. ?Oh pasi¨®n! ?Oh amor! ?Oh prodigio!)
No s¨¦ si se van a parar los motores, si se han parado ya hace tiempo. Puede que no. O si. Que la ¨²nica fuerza que nos lleva es la inmensa boa, el imponente ofidio que nos lleva, que nos hace suyo, volando apretado a sus anillos. Creo que a¨²n sostiene mis vascas, mis agon¨ªas finales. No quisiera llegar, pues me gustar¨ªa saber el final de este extra?o y castigado vuelo. ?Cu¨¢les ser¨¢n mis palabras, la ¨²ltima que sienta salir de mis labios y oigan todav¨ªa mis o¨ªdos? Ser¨ªa como la primera que pronunci¨¦ al nacer: El mar. La mar. El mar. / S¨®lo la mar. Y luego aquella que mis labios dijeron a todos los vientos tantas veces: ?Amor! ?Amor! ?Amor.l
Es la ¨²ltima. O¨ªdla. Pero ya no la pod¨¦is o¨ªr, pues de mi boca ya tampoco yo la oigo.
(Durante el d¨ªa en que se present¨® zigzagueando por los espacios el inmenso reptil, aquella boa gigante para dar caza al avi¨®n en donde yo viajaba, vi con terror que el piso que viv¨ªa estaba lleno m¨¢s que nunca, invadido de j¨®venes de todas las edades, que bailaban con gran poca y alborotada gracia esos bailes para los que hay que poner cara de tonto al par que todo el cuerpo desgualdrajado. ?C¨®mo hacer para escribir lo que ten¨ªa que mandar al peri¨®dico con urgencia? Se trataba de El rapto del reptil, una boa que ven¨ªa persiguiendo al avi¨®n que yo hab¨ªa tomado para un largo vuelo. Todas las habitaciones estaban ocupadas, llenas de ruidos, trompetas, guitarras, platillos. Imposible hallar un solo espacio quieto. Busqu¨¦, busqu¨¦. Todo lleno, estallante de gritos, de humo y empujones. Siguiendo al fin un corredor estrecho, intransitable, encontr¨¦ al fondo algo en lo que no hab¨ªa pensado. ?Habr¨ªa alguien? ?Estar¨ªa ocupado? Horror. Abr¨ª el pestillo. Empuj¨¦ un poco la puerta. Y por una estrecha rendija penetr¨¦ dentro, con rapidez. Y me encerr¨¦ con un fuerte cerrojo que hab¨ªa. ?Era un retrete! ?El retrete! ?El WC! ?Maravilla! Aqu¨ª me quedar¨¦ encerrado hasta la hora que sea y terminar¨¦ n¨² colaboraci¨®n para el peri¨®dico.)
Y me instal¨¦ c¨®modamente en ¨¦l. Era una taza hermosa y comod¨ªsima, con un brocal ancho y alto, pintado de rojo. Saqu¨¦ un amplio cuaderno y me puse a escribir El rapto del reptil, para el que necesitaba un proflindo silencio. Nada impropio del lugar se escuchaba. De afuera no penetraba ni el m¨¢s m¨ªnimo ruido: ni de voces, ni de instrumentos musicales. Escrib¨ª largamente en silencio, pues necesitaba una gran concentraci¨®n, trat¨¢ndose sobre todo de aquel angustioso tema. Cuando ya clareaba la ma?ana, puls¨¦ por ¨²ltima vez el resorte del agua, que corri¨® veloz y alegremente. El cap¨ªtulo El rapto del reptil estaba perfectamente escrito, con una clara caligraf¨ªa, como yo, cuando quiero, puedo hacer.
Una cosa, entre otras, me olvid¨¦ trascribir hac¨ªa mi adolescencia: cuando una vez iba subiendo la joven lavandera de mi casa las escaleras que conduc¨ªan a la azotea, recuerdo que le cant¨¦ una copla al contemplarla desde los escalones de m¨¢s abajo: "Al subir las escaleras, / te vi las medias azules,/ y un poquito m¨¢s arriba, / s¨¢bado, domingo y lunes".
Puedo ahora morir tranquilo entre las ondas curvas y m¨ªsteriosas de El rapto del reptil.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.