J¨®venes en pena
Entre las conmernoraciones ret¨®ricas que nos amenazan, la m¨¢s alarmante, por lo pr¨®xima, es la de mayo de 1968. Se trata de una anticipaci¨®n generacional del V Centenario del Descubrimiento (?se sigue diciendo as¨ª o ya se ha patentado otro eufemismo?), en la que el nost¨¢lgico recuerdo de los a?os mozos sustituye a la disputa propiamente hist¨®rica. ?Siempre en busca de la rememoraci¨®n fausta de la 'ocasi¨®n m¨¢s alta que vieron los siglos", en lugar de concederle de una vez el honroso cargo a Bert¨ªn Osborne! Tambi¨¦n aqu¨ª los hay orgullosos y arrepentidos, cariacontecidos y prepotentes, indios y conquistadores: como en la batalla dial¨¦ctica del V Centenario, los indios se ponen en plan conquistador y los conquistadores hacen el indio. La efem¨¦rides es ¨ªnclita para todos, hasta para quienes ni supieron que la viv¨ªan, hasta para quienes se opusieron a ella entonces y hoy se recuerdan como l¨ªderes.Prevalece la amargura: finalmente ha triunfado el sistema, el orden establecido. Todo fue hermoso y virginal como un d¨ªa de bodas del antiguo r¨¦gimen, pero luego se impuso la conveniencia burguesa y, se pact¨® separaci¨®n de bienes entre los ayer amantes. La sagrada rebeli¨®n ha sido asimilada; es decir, traicionada. Ya no hay utop¨ªa, la vida se ha hecho privada, y la sociedad, civil. El ?nico californiano de los sixties que ha hecho carrera pol¨ªtica consecuente es precisamente el que menos nos interesaba: Reagain. Hoy, el presente es lamentable -es decir, igual que antes-, pero ya no es lamentado con el mismo ah¨ªnco, ni con las mismas f¨®rmulas, ni tal lamento proporciona la antigua autocomplacencia. Los a?os nos han aburrido un tanto de la mitolog¨ªa sin hacernos entrar del todo en religi¨®n ni aproximarnos, por supuesto, a la ciencia. En vista del manierismo t¨®pico que consideran an¨¢lisis de la realidad actual los m¨¢s quejosos, resulta evidente que echan de menos no tanto la dudosa perspicacia intuitiva del pasado como la buena conciencia con que disfrutaban su ignorancia. Para ellos parecen escritas estas l¨ªneas de R. L. Stevenson: "Mantener a los 40 las mismas opiniones que sosten¨ªamos a los 20 es haber estado sumido en un estupor durante una veintena de a?os y colocarse no entre los profetas, sino entre esos mocosos a los que es imposible ense?ar y que siempre son castigados, y que nunca son los m¨¢s listos. Es como si un capit¨¢n de barco navegara hacia la India desde el puerto de Londres y, habiendo adquirido una carta del T¨¢mesis en el muelle de su primera singladura, se obstinase en no utilizar otra para todo el viaje".
De aqu¨ª arranca toda una mitolog¨ªa penosa sobre los j¨®venes. Es cierto que las se?oras y se?ores de mediana edad solemos sentir una excitante sensaci¨®n de promesa en presencia de los j¨®venes, pero s¨®lo los bobalicones o los hip¨®critas confieren a tal expectativa rango pol¨ªtico. Suponer que la juventud es m¨¢s propensa a la justa organizaci¨®n de la convivencia que cualquier otra edad de la vida es algo tan c¨¢ndido que no requiere mayor an¨¢lisis: nadie que haya tratado un poco a fondo con ni?os y j¨®venes suscribe tal pamema. Los intereses autoafirmativos de cada edad var¨ªan de acuerdo con su posici¨®n en el gran mercado del mundo y exigen en cada caso sus propios pactos y su propia responsabilidad, pero ninguna ¨¦poca de la vida monopoliza globalmente virtudes sociales como la abnegaci¨®n o la equidad. Sin embargo, este insulso espejismo permite a algunos adultos reblandecidos rascar la entrepierna a sus propios fantasmas pol¨ªticos: recordemos los alaridos de gozo menop¨¢usico que acompa?aron las manifestaciones del gremio estudiantil el a?o pasado por parte de quienes en cuanto ven una pancarta en la calle creen alcanzado el grado m¨¢s alto de participaci¨®n democr¨¢tica. ?Ah, muchacho, coge tu guitarra y canta al mundo tu rebeld¨ªa! M¨²sica celestial para tromb¨®n y esfinter... M¨¢s sincero es el pol¨ªtico de colmillo retorcido que cuando dice que espera mucho de los j¨®venes da a entender con un gui?o que a los j¨®venes a¨²n les queda mucho que esperar.
Utopideces aparte, este culto id¨®latra tiene tambi¨¦n su lado sombr¨ªo y nocturno como reverso del entusiasmo solar. La mayor¨ªa de los j¨®venes actuales no responden al ideal establecido: nosotros a su edad s¨ª que ¨¦ramos j¨®venes como la rebeli¨®n manda. Cuanto m¨¢s se santifica a la juventud, m¨¢s se sataniza a los j¨®venes reales desde la izquierda y la derecha. Seg¨²n la ¨®ptica progresista, los j¨®venes se han hecho conservadores, narcisistas, insolidarios y veneran al Gran Sat¨¢n americano; los reaccionarios, en cambio, encuentran que se han convertido en facinerosos, el enemigo p¨²blico n¨²mero uno, y que acechan tras de cada esquina con la litrona en una mano, la jeringuilla en la otra y la.navaja entre los dientes. Los unos les reprochan que ya no quieran jugar al buen salvaje, y los otros, que sean unos salvajes nada buenos. Y mientras se discute si galgos o podencos, de amenazas muy concretas y muy pol¨ªticas que hoy se ciernen sobre algunos j¨®venes de carne y hueso, no se habla lo suficiente. Veamos dos ejemplos.
Cada vez hay m¨¢s j¨®venes delincuentes, es cosa sabida; y la inseguridad ciudadana es una de las asignaturas pendientes del actual Gobierno socialista, la oposici¨®n no cesa de repetirlo. ?Qu¨¦ hacer? Las soluciones que van al fondo del problema o no son realizables o no dan la suficiente carnaza represiva a quienes no entienden otra firmeza que la del garrotazo. De modo que ni el paro juvenil, ni la crin¨²nalizaci¨®n criminal de la droga, ni la desasistencia estructural a tantos menores en grandes n¨²cleos urbanos son cuestiones a resolver prioritariamente para acabar con la delincuencia precoz. Lo que se est¨¢ instrumentando, en cambio, es una ley penal del menor, seg¨²n la cual el hecho de delinquir convertir¨¢ en adultos responsables a quienes por su edad no lo son constitucionalmente. Una ley penal del menor que sustituir¨¢ con represi¨®n lo que no se da en educaci¨®n ni en apoyo ocupacional, una ley que penalizar¨¢ a las v¨ªctimas y as¨ª duplicar¨¢ jur¨ªdicamente los cr¨ªmenes. Los j¨®venes marginados son peligrosos porque est¨¢n en peligro: dejar¨¢n de ser peligrosos cuando la instituci¨®n social colabore eficazmente a que dejen de peligrar; cuando evite que peligre su formaci¨®n, su estabilidad, su cordura afectiva, su futuro. Ning¨²n castigo, aunque venga revestido de coartadas pedag¨®gicas, suplir¨¢ esas demasiado reales carencias. La ley penal del menor puede ser una de las grandes verg¨¹enzas de la actual democracia y, sin embargo, quiz¨¢ llegue a entrar en vigor sin pena y con aplauso.
Hay quien se queja de que los j¨®venes no militan lo suficiente en las grandes tareas colectivas. No siempre este rechazo tiene por qu¨¦ ser reprensible, al menos para quienes no consideramos a las comunidades como simples reba?os agresivos. M¨¢s de 20.000 muchachos que se han declarado objetores de conciencia al servicio militar pueden verse obligados en cualquier momento a prestar un servicio sustitutor¨ªo. La utilidad social que pueden tener estas prestaciones en un pa¨ªs de paro galopante como el nuestro es m¨¢s que dudosa: m¨¢s bien se trata de un castigo, o al menos disuasi¨®n, por no haber querido asumir tareas propiamente militares. El derecho a no llevar armas en contra de la propia voluntad debe llegar a ser incluido entre los restantes derechos humanos sin ninguna contrapartida punitiva: al menos as¨ª pensamos quienes nos oponemos a la institucionalizaci¨®n violenta de los conflictos pol¨ªticos. El Estado puede formar y pagar un cuerpo especializado de defensores profesionales en tanto sea necesario, sin necesidad de implicar obligatoriamente en ¨¦l a quien no se sienta llamado a ello, sea este rechazo motivado por razones religiosas, ¨¦ticas, pol¨ªticas o simplemente est¨¦ticas. ?Ojal¨¢ esta actitud de valerosa objeci¨®n ante la convenci¨®n forzosa de la violencia se generalizase en todas partes para hacer imposible la tarea de tanto matarife patri¨®tico de diverso signo!
Los j¨®venes no tienen por qu¨¦ ser ni gu¨ªas, ni ejemplos, ni radiantes ¨ªdolos de sus mayores: conciernen, en cambio, a nuestra solicitud humana y a nuestra responsabilidad social. No salvaremos a los ni?os pensando como ni?os, pero nada en la sociedad merecer¨¢ ser salvado si nos olvidamos pol¨ªticamente de ellos o les condenamos precozmente. La madura conmemoraci¨®n de mayo de 1968 consistir¨¢ al menos en recordar esto.
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