Trampas intelectuales
ALGUNAS COARTADAS mutuas entre ciertos intelectuales que quieren ser reconocidos como independientes y libres, y determinados medios de expresi¨®n que buscan barnices liberales para el mantenimiento de su fondo hist¨®rico involucionista, est¨¢n dan do resultados sombr¨ªos. Entre ellos, el de la p¨¦rdida de fe de la sociedad espa?ola en una categor¨ªa que durante muchos a?os, y en muy ¨¢speras condiciones, ha exhibido una forma de conciencia y de compromiso con sus ideas que ha resistido la pobreza, la persecuci¨®n y, a veces, la muerte.Una parte de estos escritores de tranquilo hero¨ªsmo c¨ªvico no ha resistido bien el final de un per¨ªodo en el que la resistencia era un bloque y el principio de otro en el que las verdades anteriores necesitan discusi¨®n y puesta a punto. Algunos son tr¨¢nsfugas, que son siempre defendibles cuando su cambio es una conversi¨®n, o un descubrimiento de que algo en lo que cre¨ªan era err¨®neo, pero que resultan m¨¢s dudosos cuando lo que abrazan es la doctrina de lo que se llam¨® en tiempos pancismo, o adoraci¨®n de la propia panza oronda, repleta y caliente. Otra clase es la de quienes, al descubrir que aquello que defendieron era falso -o no ha adaptado a su propia evoluci¨®n-, lo odian al extremo de sumarse a sus enemigos. Y el odio es mala inspiraci¨®n pol¨ªtica y literaria.
Pero la clase peor es la de los que buscan la coartada y se prestan a servir la de otros. Los que escriben haciendo equilibrios de palabras y de ideas creyendo que han encontrado un arreglito psicol¨®gico para sumar sus firmas que se engrandecieron en la lucha por la democracia y la libertad, o claramente dentro de una izquierda muy amplia y muy valiosa, a peri¨®dicos donde se defiende el terrorismo de Estado de Sur¨¢frica, y donde campa el sofisma para atacar la libertad de expresi¨®n y proponer censuras y persecuciones contra quienes la ejercen como siempre lo han hecho; los que tratan de atajar cualquier reforma que pueda inquietar los intereses de quienes les pagan, y los que insultan abiertamente a los intelectuales que no han ca¨ªdo en esa trampa o se han mantenido en la fidelidad a s¨ª mismos. Quienes inventaron y levantaron la palabra contubernio para referirse a un movimiento democr¨¢tico se sienten as¨ª apoyados por los que fueron acusados de ¨¦l y, en realidad, forman un nuevo y aut¨¦ntico contubernio que tiene por objeto enga?ar a una parte de la sociedad o desorientar a otra, que se ve llevada a la confusi¨®n de creer que esa forma de colaboracionismo es una alegre, honesta y democr¨¢tica convivencia.
Nunca esos textos son inocentes o impunes. No s¨®lo por las filas en las que forman como soldaderas, sino porque, siguiendo poco a poco los escritos de esas firmas, se va viendo c¨®mo declinan de sus responsabilidades; c¨®mo llegan al compromiso consigo mismos creyendo que emplean argumentos de izquierda para defender a la derecha; c¨®mo hurtan los temas; c¨®mo dicen que nunca les coartan su libertad o su opini¨®n, cuando la verdad es que se adelantan ellos creando su propia autocensura, su trampita grotesca. Peor censura que la de antes, porque no es externa o impuesta, y porque est¨¢ afectando al funcionamiento normal de su propio cerebro. Esta amoralidad da?a a la sociedad. Si hay una confusi¨®n b¨¢sica, unas formas cambiantes de la pol¨ªtica y unos nuevos conceptos de la pol¨ªtica, la labor del intelectual es la de desentra?ar esa confusi¨®n manteniendo sus puntos de vista claros e inequ¨ªvocos, sean los que sean. No apoyando a los que confunden la confusi¨®n, a quienes revuelven las aguas hasta tratar de provocar incluso el golpismo a poca ocasi¨®n que se les d¨¦. Las coartadas no valen. Se van descubriendo d¨ªa a d¨ªa, y los que se creen listos, h¨¢biles, capaces de jugar con las palabras, ¨²nicamente ponen en evidencia su falta de solidez mental.
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