Fumando espero
Por lo que a m¨ª respecta, la legislaci¨®n antitabaco del Gobierno ya ha empezado a dar sus frutos. Llevaba 15 d¨ªas sin fumar y he vuelto a hacerlo con m¨¢s pasi¨®n que nunca.Hace s¨®lo 15 d¨ªas, y sin que nadie amenazase mi reputaci¨®n ni mi bolsillo, -hab¨ªa decidido una vez m¨¢s -la verdad es que he perdido ya la cuenta, a estas alturas, de las veces que hasta ahora lo he intentado abandonar tan caro (de costoso y de querido) y arraigado vicio. Pero ha bastado que el Consejo de Ministros me amenace para que nuevamente empu?e, como un arma o un estandarte, un cigarrillo. Prefiero morir de c¨¢ncer a vivir eternamente de rodillas.
Sospecho, por lo dem¨¢s, que yo no soy el ¨²nico. Si algo conozco este pa¨ªs -que es al menos tan m¨ªo (o tan ajeno) como lo es del Consejo de Ministros-, s¨¦ que seremos muchos los que nos resistiremos a aceptar con los brazos cruzados esta nueva inquisici¨®n que se nos viene encima. Lo que los castigos paternos en la primera adolescencia, las recriminaciones conyugales a partir del matrimonio (el que lo tenga) y los consejos de los m¨¦dicos antes y despu¨¦s del matrimonio no consiguieron, no va a lograrlo el Gobierno por las buenas, por m¨¢s que insistan en asustarnos con impuestos y sanciones o nos advierta que, de seguir as¨ª, nunca seremos ni europeos ni modernos. Eso, a menos que antes nos explique -a los fumadores y a los no fumadores algunas cosas sueltas que no explica en su decreto.
Apela en su decreto el Gobierno a los ejemplos. Nos pone como espejos en los que debemos mirarnos a Estados Unidos y a los pa¨ªses m¨¢s adelantados del continente europeo, pero se olvida de decir que en los pa¨ªses que nos muestra como ejemplos no s¨®lo comenzaron -por educar sanitariamente a la gente en las escuelas, sino que antes de empezar a reprimir la contaminaci¨®n causada por el humo del tabaco ya hab¨ªan. hecho lo propio con la de sus chimeneas. En Estados Unidos, en Dinamarca, en Suiza, en Suecia, cualquier ni?o sabe ya desde la escuela que no debe fumar -por su propia salud y por la de los que le rodean-, pero sabe tambi¨¦n al mismo tiempo que en caso de no hacerlo, el aire que respire ser¨¢ al. menos tan limpio como el que sus pulmones tengan dentro. En Espa?a, entre tanto -y supongo que nadie precise los ejemplos-, el humo del tabaco es hoy por hoy casi un m¨¦todo de leg¨ªtima defensa.
Hay otro dato que diferencia a Estados Unidos y a los pa¨ªses europeos m¨¢s adelantados del nuestro. En ninguno, que yo sepa, el Gobierno vende a sus ciudadanos cigarrillos con la mano derecha mientras los multa al mismo tiempo (por fumarlos en p¨²blico) con la izquierda. Eso, que yo sepa, s¨®lo ocurre en ¨¦ste. En Estados Unidos, y sobre todo en los pa¨ªses europeos que el Gobierno espa?ol nos pone como ejemplos, los Gobiernos tienen al menos el buen gusto (o no tienen el cinismo suficiente) como para no ejercer el monopolio de la venta del producto que proh¨ªben y que expresamente marcan en su envoltorio con la se?al de la muerte.
Pero aqu¨ª, a lo que se ve, todav¨ªa es posible ponerle una vela a Dios y otra al diablo sin que a nadie se le suban los colores. En un pa¨ªs como ¨¦ste, don de los conductores de autobuses difaminan con el humo del cigarro el letrero que proh¨ªbe fumar a los viajeros, donde los m¨¦dicos aconsejan todav¨ªa a los enfermos que dejen el tabaco con un puro entre los dientes y donde el ministro de Sanidad, en fin, echa las cuentas, por un lado, de lo que el vicio de fumar le va a costar a la Seguridad Social, mientras el de Econom¨ªa y Hacienda, por el otro, hace la suma, complacido, de lo que la misma fuente le reportar¨¢ en concepto de beneficios y de impuestos, ?qui¨¦n va a extra?arse de que su compa?ero y portavoz en el Gobierno anuncie al mismo tiempo el real decreto sobre Limitaciones en la Venta y Uso del Tabaco para la Protecci¨®n de la Salud P¨²blica (m¨¢s o menos) y la previsi¨®n del aumento de beneficios (un 40%, m¨¢s que menos) que, pese a las limitaciones, este a?o espera ingresar Tabacalera? Pero todo eso ser¨ªa lo de menos. Todo eso, incluida la p¨¦rdida obligada de los mejores anuncios de la televisi¨®n (que, al parecer, tambi¨¦n van a quitamos), estar¨ªamos dispuestos a admitirlo los fumadores espa?oles en pro de la salud com¨²n y de la nuestra propia. Lo que los fumadores espa?oles no podemos admitir -y es por lo que yo he vuelto a las trincheras del tabaco despu¨¦s de 15 largos d¨ªas de abstinencia- es que todo eso, se nos diga, lo ha hecho el Gobierno simple y desinteresadamente para defender a los fumadores pasivos de la agresi¨®n de los activos y para ayudarnos a los activos a ser seres modernos.
Yo no quiero ser moderno. Si el modelo de modernidad social es Garc¨ªa Vargas (o Cosculluela), yo no quiero ser moderno. Prefiero seguir con mi rancia figura de fumador incorregible y africano antes que ser un europeo con cara de deportista sano y el pulm¨®n de acero inoxidable.
Y por lo que respecta a la defensa de los fumadores pasivos -contra la que, en principio, nada tengo que objetar-, simplemente quisiera a?adir algunas otras pasividades que yo sufro cada d¨ªa y de las que, por no molestar, nunca me quejo. Por ejemplo, soy peat¨®n pasivo: por cada cigarrillo que yo enciendo, aspiro el humo de 800 o 1.000 tubos de escape, con su correspondiente plomo en polvo y dem¨¢s gases en suspensi¨®n activa, y nadie, ni siquiera el Gobierno, me defiende. Por ejemplo, soy ba?ista pasivo: por cada colilla que, sin querer, arrojo al agua, hay 100 f¨¢bricas pudriendo los r¨ªos espa?oles con sus vertidos industriales sin que nadie las controle, o al menos lo parezca. Por ejemplo, soy taurino pasivo: por cada anuncio de tabaco que contemplo en el televisor, tengo que soportar la sangre de alg¨²n toro salpicando la pantalla sin que nadie me pregunte si me gusta. Y, en fin, soy tambi¨¦n pol¨ªtico pasivo, atlantista pasivo, funcionario con ¨²lcera pasivo, potencial sordo pasivo y hasta padre pasivo, por las noches, de los ni?os del primero y del tercero de mi casa.
Y no me quejo. Ni me quejo ni le pido explicaciones a nadie. Lo ¨²nico que yo pido es que tambi¨¦n a m¨ª se me permita vivir y respirar tranquilo, a ser posible aire limpio, mientras fumando espero la llegada de ese d¨ªa -deseo que lejano- en que se cumpla la advertencia que la Tabacalera gentilmente me ha ido haciendo en cada una de las cajetillas de tabaco que he fumado a lo largo de mi vida y que al final de ella le habr¨¢n dejado al Estado espa?ol unos beneficios aproximados del 40% del total del tabaco consumido, una vez descontados los gastos de la Seguridad Social y los impuestos.
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