Una chispa en el C¨¢ucaso
Bast¨® una chispa para incendiar la Transcaucasia sovi¨¦tica. Ese no va m¨¢s entre armenios y azaris (los azerbaiyanos) y su conflicto fratricida ya caus¨® m¨¢s de 33 muertos y varios centenares de heridos. Enormes muchedumbres se volcaron a las calles de Erev¨¢n para reclamar la anexi¨®n a Armenia del departamento aut¨®nomo de Nagorno-Karabaj, que desde hace 64 a?os forma parte de Azerbaiy¨¢n. Pero, en el territorio en disputa, los choques intercomunitarios dejaron ya dos v¨ªctimas azaris, provocando un peque?o ¨¦xodo de sus compatriotas. Apenas terminadas las manifestaciones pac¨ªficas de Eriv¨¢n se produce la explosi¨®n en Sumgait, la gran ciudad portuaria de Azerbaiy¨¢n, donde corri¨® la sangre. El Ej¨¦rcito tuvo que intervenir para restablecer el orden, pero la tensi¨®n sigue siendo grave y las perspectivas de apaciguamiento parecen fr¨¢giles.Este drama no es consecuencia de la glasnost, sino m¨¢s bien de su lentitud e insuficiencia en la Transcaucasia y en otras rep¨²blicas perif¨¦ricas. El gran debate sobre la democratizaci¨®n que se abri¨® en la URSS luego de la llegada de Gorbachov al poder fue, desde un principio, muy rusocr¨ªtica, como si los problemas de esa ¨²nica nacionalidad resumieran los de todas las dem¨¢s. Pero ¨¦se no es el caso, y las dem¨¢s naciones s¨®lo emergen de su silencio en relaci¨®n al valor de sus crisis, recuerdan su existencia y malestar enfrent¨¢ndose a las fuerzas del orden; en Kazakst¨¢n, en diciembre de 1986, se enfrentaban entre s¨ª, como lo hacen ahora, armenios y azaris.
Armenios y georgianos
El problema de las nacionalidades en la URSS fue resuelto, sobre el papel, hace m¨¢s de 50 a?os, el 5 de diciembre de 1936, al promulgar Stalin "la m¨¢s democr¨¢tica Constituci¨®n del mundo". Es a partir de esta fecha que Armenia, Georgia y Azerbaiy¨¢n, agrupadas hasta entonces en una federaci¨®n transcaucasiano. se convierten en tres rep¨²blicas diferentes que desarrollar¨ªan lo mejor posible su cultura nacional, contribuyendo as¨ª al ¨¦xito del gran proyecto socialista com¨²n. La nueva-ley garantizaba a cada una todas las posibilidades de expansi¨®n, prohibiendo la menor manifestaci¨®n de chauvinismo y de propaganda contra las otras nacionalidades. Sonaba muy bien, incluso demasiado bien para ser cierto.
Pude constatarlo efectivamente sobre el terreno por uno de los azares de la guerra. En septiembre de 1942 la unidad de la aviaci¨®n sovi¨¦tica de la que yo formaba parte fue evacuada del frente caucasiano, primero a Tbilisi, en Georgia, y luego a Erev¨¢n. Est¨¢bamos encantados de encontramos en esos pa¨ªses meridionales y magn¨ªficos, no distinguiendo muy bien las diferentes nacionalidades y la Transcaucasia, los llam¨¢bamos a todos persas, sin maldad ni gentileza. Pero despu¨¦s de mi desmovilizaci¨®n transitoria, ya en Erev¨¢n, fui arrestado a causa de mi origen polaco y de la proximidad de la frontera turca.
En la c¨¢rcel, los d¨ªas son largos, y mis compa?eros de prisi¨®n armenios tuvieron todo el tiempo necesario para explicarme que los persas no estaban todos unidos, que la Constituci¨®n no era m¨¢s que un trozo de papel y que lejos de amarse en nombre de un fin com¨²n, armenios y georgianos se odiaban desde la noche de los tiempos. Pero el contencioso a¨²n m¨¢s pesado, que opon¨ªa evidentemente a armenios y azaris culpables estos ¨²ltimos de ser parientes muy cercanos de aquellos turcos que, durante la I Guerra Mundial, perpetraron el genocidio armenio.
Es cierto que esos odios ancestrales no imped¨ªan a unos y a otros servir en el Ej¨¦rcito Rojo, y mis compa?eros de prisi¨®n armenios eran patriotas, puesto que los alemanes cargaban con su parte de responsabilidad en el genocidio de 1915. Los transcaucasianos, reputados como bue nos guerreros, lucharon enconadamenite contra los invasores nazis, pagando un duro tributo. El 10% de su poblaci¨®n qued¨® en el campo de batalla. Pero en junio de 1945, cuando el famoso Banquete de la Victoria en el Kremlin, Stalin s¨®lo agradeci¨® al gran pueblo ruso.
Mucha agua corri¨® desde entonces bajo los puentes del C¨¢ucaso, pero la historia sovi¨¦tica no cesaba, como durante la guerra, de valorizar a los rusos. Los georgianos, los m¨¢s turbulentos de las tres rep¨²blicas transcaucasianas, cada cierto tiempo daban de qu¨¦ hablar, porque en 1956 se manifestaron por las calles de Tbilisi para defender la memoria de su compatriota Stalin y, m¨¢s recientemente, para oponerse a la introducci¨®n de las facultades rusas en sus universidades. Su rep¨²blica, adem¨¢s, es un para¨ªso tur¨ªstico y atrae anualmente a millones de sovi¨¦ticos de todos los rincones del pa¨ªs.
Armenia, seg¨²n mi parecer, no es menos bella, pero es frecuentada por los suyos. En la URSS, un armenio de cada tres vive fuera de las fronteras de su rep¨²blica y s¨®lo vuelve durante las vacaciones. La di¨¢spora armenia hacia Occidente participa de estos peregrinajes, aunque no se identifique con la peque?a patria que, incorporada al inmenso conjunto sovi¨¦tico, evita atacarlo y no lo boicotea.
Desde el advenimiento de la glasnost, cuando las lenguas se destrabaron en Mosc¨², de pronto se volvi¨® a mencionar a los transcaucasianos, pero para hablar mal de ellos. Un escritor, Victor Astafiev, acus¨¦ redondamente a los caucasianos, en su novela Pesca del gobio en Georgia, de explotar al cr¨¦dulo pueblo ruso del Norte vendi¨¦ndole productos agr¨ªcolas deteriorados y flores marchitas a precios exorbitantes.
Los georgianos mascullan excusas ante estos dichos ofuscantes, pero es en vano. Por, otra parte, en Mosc¨² es bastante habitual, en estos tiempos, o¨ªr hablar de los lobbies, de los transcaucasianos, de la inmensa riqueza de los azaris, que se hacen pagar muy cara su competencia como petroleros en los campos siberianos y que los sobrepasan ostensiblemente en los cabar¨¦s de la capital, etc¨¦tera...
Estragos ecol¨®gicos
Ahora los neoeslav¨®filos dicen lo mismo, pero ya no es en M¨²nich sino en Mosc¨². Los armenios comulgaban menos con esos estallidos patri¨®ticos rusos, aunque aqu¨ª o all¨¢ resaltaban que viv¨ªan bien, aunque el man¨¢ no les ca¨ªa precisamente del cielo. M¨¢s recientemente, dos art¨ªculos pas mosos en Liternaturnaia Gazela esbozaron, un cuadro mucho m¨¢s alarmante. En el primero, el escritor Zoti Balay¨¢n dialoga con el ministro de la Salud, Eugene Chazov, respecto de los estragos ecol¨®gicos que hacen irrespirable el aire de Erev¨¢n e impotables sus aguas. La mortalidad infantil que resulta de este hecho es horripilante, y los m¨¦dicos declinan toda responsabilidad.
Cualquiera que haya estado en Erev¨¢n antes de esta cat¨¢strofe ecol¨®gica recuerda las fuentes en las esquinas de las grandes avenidas de Erev¨¢n, donde se pod¨ªa beber un agua magn¨ªfica Lo primero que me explicaron en esta ciudad en 1942, en una mezcla de lenguas rusa y armenia era que Erevanski dziur (el agua de Erev¨¢n) no ten¨ªa igual en toda la URSS. Fue precisa una incuria fant¨¢stica, una concentraci¨®n irresponsable de industrias qu¨ªmicas para envenenar de tal manera el aire, el agua y probablemente el suelo de Armenia.
El segundo art¨ªculo, de la poetisa Sylva Kaputiki¨¢n, a?ade al tema una dimensi¨®n pol¨ªtica. En momentos en que en Mosc¨² se publican las obras prohibidas m¨¢s importantes, en Erev¨¢n, por el contrario, la censura no deja pasar pr¨¢cticamente nada. "No es posible aqu¨ª reexaminar a la luz de la perestroika algunos cap¨ªtulos de nuestra historia, reevaluar nuestra lucha de liberaci¨®n nacional...", escribe Kaputiki¨¢n.
En ocasi¨®n del espect¨¢culo del teatro de Lenkoni, llegado de Mosc¨² -cuenta a continuaci¨®n-, que supone un debate con el p¨²blico, la sala estaba de bote en bote, pero nadie quiso hablar. Hab¨ªa visto ese mismo espect¨¢culo -Dictadura de conciencia, de Mikael Chatrov- en la capital, y el contraste, en Eriv¨¢n, le pareci¨® sobrecogedor.
"Aqu¨ª la gente no est¨¢ habituada a expresarse, las palabras no les pasan por la garganta, se les bloquean las ideas...".
Exactamente diez d¨ªas despu¨¦s de la publicaci¨®n de este an¨¢lisis, los habitantes de Erev¨¢n se volcaron a las calles, superando de golpe el miedo y la inhibici¨®n. Lo hicieron con alegr¨ªa, dando la impresi¨®n de un happening, porque nada se parece m¨¢s a una fiesta que esta manera colectiva de encontrarse en un cortejo espont¨¢neo, sin agentes del orden, sin ¨®rdenes preestablecidas (1). Su reivindicaci¨®n concern¨ªa s¨®lo a un problema territorial que no choca con ninguna oposici¨®n en Armenia, pero nadie se manifiesta con tanto fervor por una sola causa.
Es todo el dolor de este pa¨ªs lo que estall¨®, y esas manifestaciones apuntaban tanto a quienes bloquean la perestroika en Erev¨¢n, oponiendo su veto a toda discusi¨®n sobre el pasado y futuro de Armenia, como a los enemigos isl¨¢micos hereditarios de Nagomo-Karabaj o de Baku. No es casual que Gorbachov haya tratado con los dos autores de los art¨ªculos cr¨ªticos y no con los dirigentes del Partido Armenio, y fueran esos dos mensajeros, Zon Balay¨¢n y Sylva Kaputiki¨¢n, los que supieron convencer a la muchedumbre para que se dispersara. Es cierto que la promesa de Gorbachov de resolver el problema de Nagorno-Karabaj antes de finales de marzo probablemente contribuy¨® a enardecer a los azaris, m¨¢s violentos que los armenios (2).
Unificar
El secretario general del partido no est¨¢, pues, al cabo de sus penas, y no puede salir del atolladero m¨¢s que encontrando los temas capaces de unificar a unos con otros. No es una tarea f¨¢cil, pero su realizaci¨®n pasa primero por poner sordina a ese rusocentrismo que forma parte de la herencia del estalinismo y que hay que superar. El oto?o pasado, en Mosc¨², me invitaba un importante soci¨®logo a no prestar demasiada atenci¨®n a ciertos discursos xen¨®fobos de los neoeslav¨®filos, estimando que se trataba de un brote de fiebre moment¨¢neo, de la necesidad de encontrar un enemigo, un chivo expiatorio, luego de un largo per¨ªodo de est¨¦ril conformismo.
A su entender, a medida que fuera progresando la perestroika, al mejorar la situaci¨®n econ¨®mica, la problem¨¢tica social pasar¨¢ a un primer plano, porque los rusos, como los dem¨¢s pueblos, no se alimentan durante mucho tiempo de mitos. Pero los acontecimientos que acaban de estallar en Transcaucasia evidencian que los armenios, los azaris, los georgianos, habiendo padecido todos el mismo conformismo est¨¦ril, sienten tambi¨¦n ellos la necesidad de verse como enemigos, y en esas condiciones es algo ilusorio tener como objetivo primero los frutos, todav¨ªa hipot¨¦ticos, de las reformas econ¨®micas. Es todav¨ªa m¨¢s absurdo dejar que la Prensa central sovi¨¦tica discuta infinitamente la buena o mala fortuna de Rusia, pues no concierne, o muy poco, a los 140 millones de sovi¨¦ticos que no son rusos. En la URS S, despu¨¦s de la glasnost, la gente, sobre todo los j¨®venes, no cesa de interrogarse sobre el sentido que deber¨¢ dar a su vida. Algunos pretenden que este cuestionamiento les viene de las novelas -demasiado tiempo ocultas- de Dostoievski. Pero ahora los transcaucasianos, que no tienen la misma filiaci¨®n cultural, plantean la misma pregunta, y Gorbachov no puede ya eludir¨ªa.
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