El barbero no llega
A PUNTO de cumplirse un a?o desde el anuncio del ajuste fino con que el Gobierno se propon¨ªa relanzar su proyecto reformista, los departamentos ministeriales que pusieron sus barbas a remojar siguen esperando la llamada del barbero. El ajuste fino hac¨ªa referencia a la pol¨ªtica, y en particular a aquellos aspectos que tienen que ver con lo que se llam¨® la micropol¨ªtica: lo que se relaciona m¨¢s directamente con los ciudadanos. Pero si se trata de enmendar el rumbo en terrenos concretos, se supone que tambi¨¦n tendr¨¢n que cambiar los equipos encargados de las ¨¢reas respectivas. En todo caso, as¨ª lo interpretaron los propios interesados, que llevan nueve meses en situaci¨®n subjetiva de provisionalidad. Es demasiado tiempo.El sorprendente desenlace de la crisis de Gobierno que se sald¨® con la salida de Boyer, en el verano de 1985, demostr¨® la impericia de Felipe Gonz¨¢lez para controlar esas situaciones. Ello acentu¨® los temores casi supersticiosos del presidente ante los cambios ministeriales. Despu¨¦s del serio retroceso socialista en las elecciones de junio pasado, esos cambios le parecieron inaplazables a casi todo el mundo, y as¨ª fue admitido de manera m¨¢s o menos impl¨ªcita por c¨ªrculos pr¨®ximos a la Moncloa, incluido el propio vicepresidente Guerra, que respondi¨® con un escasamente enigm¨¢tico "algo habr¨¢" a las preguntas de los informadores. Durante alg¨²n tiempo, las esperanzas de una recomposici¨®n de las relaciones entre el Gobierno y UGT-o entre Gonz¨¢lez y Redondo- fueron evocadas en medios socialistas como explicaci¨®n a los sucesivos aplazamientos. Esa reconciliaci¨®n, clave para determinar el destino de ministros como Solchaga o Croissier, habr¨ªa de producirse, en su caso, en el 31? Congreso del PSOE. Pas¨¦ el congreso sin reconciliaci¨®n, sino todo lo contrario, y en el discurso de clausura, Felipe Gonz¨¢lez concret¨® algunos aspectos de la rectificaci¨®n que se propon¨ªa abordar. Quienes dedujeron que la crisis tan largamente aplazada estaba al caer se limitaron a sacar la consecuencia l¨®gica de lo que acababan de o¨ªr. Se equivocaron. "Van ustedes bastante descaminados", advirti¨® Gonz¨¢lez a los informadores.
Es cierto que para determinados sectores de la opini¨®n formados en las costumbres del pasado r¨¦gimen, caracterizado por la inmovilidad, el an¨¢lisis pol¨ªtico se reduce a determinar las biografilas de los ministros y ministrables, y de ah¨ª su obsesi¨®n por las crisis de Gobierno, ¨²nico terreno en el que se sienten fuertes. Pero obsesi¨®n por obsesi¨®n, no es menor la que atenaza a Felipe Gonz¨¢lez a la hora de renovar el equipo gubernamental. Con el argumento de que no va a permitir que la crisis se la hagan desde fuera, sea desde UGT o desde la Prensa, la decisi¨®n se aplaza una y otra vez. Pero tambi¨¦n se aplaza si la Prensa, UGT o quien sea no la pide, pues si nadie la demanda ?por qu¨¦ va a haber crisis? En s¨ª mismo, ello no tendr¨ªa mayor inter¨¦s a no ser por el efecto paralizante de sectores de la Administraci¨®n que derivan de la incertidumbre creada por las dudas del presidente.
En ministerios como el de Justicia, cuyo titular conserv¨® el puesto en 1985 s¨®lo por carambolas de ¨²ltima hora, se palpa desde hace a?os esa situaci¨®n de provisionalidad. Ello resulta particularmente grave en un departamento en el que se vive de manera direct¨ªsirna la crisis entre los poderes ejecutivo y judicial. Lo mismo cabe decir de Interior, cuya c¨²pula, anta?o halagada por la derecha en funci¨®n de su falta de escr¨²pulos en materia de derechos humanos, es ahora blanco de las cr¨ªticas de sectores muy heterog¨¦neos, de la poblaci¨®n, exasperada por la falta de una pol¨ªtica coherente de seguridad ciudadana. En general, ning¨²n ajuste, ni fino ni grueso, ser¨¢ posible n¨²entras que los encargados de plasmarlo se sientan con las manos atadas para abordar reformas serias por no saber hasta cu¨¢ndo se prolongar¨¢ una situaci¨®n que es subjetivamente vivida como de interinidad. El impulso reformista hace a?os que se agot¨® en algunos ministerios. Relanzar la reforma implica, por ello, cambiar no s¨®lo determinadas prioridades, sino a algunas personas. Eso lo sabe tambi¨¦n el presidente del Gobierno. Pero se empe?a en ignorarlo.
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