La memoria borrada
El caso m¨¢s conocido es la supresi¨®n estalinista de la figura de Trostki al pie de la tribuna desde la que habla Len¨ªn. Pero la historia registra muchos m¨¢s ejemplos de danmatio memoriae. Uno de los m¨¢s hermosos corresponde a la decoraci¨®n lateral de mosaicos de San Apolinar Nuevo, en Ravena, donde las figuras de unos cuantos dignatarios han sido eliminadas de la composici¨®n presidida por el palacio de Teodorico: los personajes han desaparecido, pero queda la silueta de sus cabezas y unas manos sobrepuestas a las columnas del Palatium, como si quisieran recordar que en alg¨²n tiempo ah¨ª estuvieron. No puede decirse otro tanto de los pobres reyes de la casa de Arag¨®n, liberalmente embaulados como trastos viejos en la sacrist¨ªa de una iglesia de N¨¢poles, o de las pinturas sobre la vida de san Francisco tapadas por un muro de ladrillo tras la reciente restauraci¨®n de la mezquita Kalender de Estambul. La eliminaci¨®n de la memoria carece en estos ¨²ltimos casos del m¨¢s m¨ªnimo valor est¨¦tico. Pero sigue siendo significativa en cuanto que esa memoria borrada nos habla de un pasado que no puede ser asumido, al menos por quien asume la responsab¨ªlidad de la eliminaci¨®n, y de este modo no es susceptible de integrarse en un cauce de racionalidad.Hay, no obstante, otras formas de borrar la memoria y, contempor¨¢neamente, de encubrir los problemas, incluso de modo involuntario. Tuvimos una buena muestra en el debate televisivo que Javier S¨¢daba y Fernando Savater sostuvieron el mi¨¦rcoles pasado sobre el problema vasco. En el curso de la discusi¨®n todos los temas sustantivos sufrieron la interferencia de una confrontaci¨®n anterior celebrada en San Sebasti¨¢n en la que ambos expusieron sus tesis dispares sobre la cuesti¨®n vasca. El enfrentamiento debi¨® ser entonces bastante duro, pero, m¨¢s all¨¢ de esa acritud, los contenidos reales de cada an¨¢lisis y de cada propuesta resultaron ensombrecidos. Incluso la calidad intelectual de los polemistas qued¨® m¨¢s de una vez en entredicho. Traducido el encuentro en t¨¦rminos futbol¨ªsticos, un creador nato como Savater se convirti¨® en implacable secante de su adversario, med¨ªa punta err¨¢tico que hubo de retrasarse para salir con el bal¨®n controlado hasta el punto de hacer arrancar sus planteamientos pacifistas de Camp. As¨ª no hubo forma de ver nada con claridad, y menos en un medio caliente como televisi¨®n. Los problemas centrales salpicaron las intervenciones, pero sin posibilidades de desarrollo. El recuerdo de lo ocurrido en Donosti nublaba los perfiles del debate. Incluso crispaba las situaciones hasta extremos peligrosos: no est¨¢n a¨²n las cosas como para evocar la asociaci¨®n de las posiciones de alguien con las de la polic¨ªa en Euskadi sin que ello implique riesgos personales que desbordan la simple confrontaci¨®n de ideas.
Nos quedamos as¨ª sin asistir al esclarecimiento de cuestiones que a¨²n es necesario resolver de cara al futuro vasco. Por ejemplo, la autodeterminaci¨®n. Ni es algo vago e impreciso ni puede venir como fruto de los golpes de ETA. Es, creemos, una exigencia democr¨¢tica cuando un tercio de la poblaci¨®n de esa comunidad aut¨®noma juzga preferible la opci¨®n independentista. El problema es que no cabe en la Constituci¨®n, y por otra parte tampoco resulta l¨ªcito, como alguien apuntara hace a?os, dar la autodeterminaci¨®n por hecha, ya que en las elecciones vascas predominaban opciones autonomistas: falta el dato de que la autodeterminaci¨®n no era realizable dentro del ordenamiento legal que presid¨ªa tales consultas. En todo caso no es cuesti¨®n urgente, dado que la poblaci¨®n vasca en su mayor¨ªa se atiene hoy a otras . soluciones que no son la independencia, pero conviene hacer ingresar la autodeterminaci¨®n en la legalidad posible y no s¨®lo en el reino de las palabras. En la seguridad de que, como ocurriera en el caso del refer¨¦ndum de Quebec, tal salida supondr¨ªa una contribuci¨®n quiz¨¢ definitiva a la consolidaci¨®n de nuestro Estado como integrador de distintas nacionalidades. Y en la seguridad tambi¨¦n de que con los datos actuales en la mano ETA ser¨ªa el primer adversario de un procedimiento abierto que sancionara de una vez la articulaci¨®n de Euskadi aut¨®nomo en el Estado espa?ol. Por lo dem¨¢s, nunca tal soluci¨®n deber¨ªa aparecer vinculada ni de lejos a los efectos de la lucha armada o del terrorismo, como quiera llam¨¢rseles.
Tampoco qued¨® claro. a pesar de una afirmaci¨®n tajante en este sentido de Savater, quiz¨¢ compartida parcialmente por S¨¢daba, que en ning¨²n caso cabe aceptar la identificaci¨®n de ETA con el pueblo vasco. Anular esta falacia resulta hoy capital si deseamos incluso que el posible potencial izquierdista del nacionalismo radical encuentre alguna forma de conversi¨®n pol¨ªtica. A ETA hay que juzgarla en cada una de sus fases de evoluci¨®n hist¨®rica y de acuerdo con el respaldo que en sus diferentes niveles -militancia, apoyo, simpat¨ªa, neutralidad activa- mostraron hacia ella estratos de la sociedad vasca. Pero creo que conviene partir del reconocimiento de que cualquier identificaci¨®n ETA igual a Euskadi no s¨®lo resulta impropia, sino, en las condiciones pol¨ªticas de hoy, claramente totalitaria.
Entramos as¨ª en el terreno estricto de la memoria hist¨®rica, aunque sea reciente. Si queremos marchar hacia adelante es preciso dejar limpio el camino. Por duro que sea hay que preguntarse por el qui¨¦n y el porqu¨¦ de la estrategia de atentados, por el toma de las condiciones entre ETA y Herri Batasuna, por los eventuales niveles de responsabilidad de aparatos del Estado con los GAL Sin que ello signifique equidistancia, hay que aclarar el caso Hipercor y el caso Brouard Acabar de una vez pol¨ªticamente con el terrorismo: no olvidemos que las derrotas de ETA en los ¨²ltimos meses son ante todo debidas a un factor externo: el desmantelamiento de su infraestructura en territorio franc¨¦s. Finalmente, ante las nuevas perspectivas algunos podremos preguntarnos por el futuro de una construcci¨®n nacional en Euskadi cuando su recuperaci¨®n econ¨®mica pasa hoy por la dependencia creciente del Estado central.
Con toda seguridad, tanto S¨¢daba como Savater tienen mucho que decir y aclararen Madrid y en Donosti Para Salvar el atasco puesto de relieve en el programa de Tola no ser¨ªa malo recomendarles que transitoriamente siguiera cada uno su propio camino. Y que en ning¨²n caso dejasen de lado una parte de la memoria hist¨®rica.
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