Lyle puede multiplicar por diez los 21 millones ganados en el Masters
"Al fin", suspir¨® el escoc¨¦s Alexander Walter Barr Lyle, o simplemente Sandy, cuando emboc¨® la pelota en el ¨²ltimo hoyo del Masters. Lyle pas¨® a ser el cuarto triunfador extranjero, despu¨¦s del surafricano Gary Player, Severiano Ballesteros -el 11? esta vez, por lo que recibi¨® unos 2,5 millones de pesetas- y el alem¨¢n occidental Bernbard Langer. Lyle puede multiplicar por 10 los 21 millones ganados.
Lyle ya no echar¨¢ en falta una chaqueta verde en su guardarropa. "De todas formas, este ¨¦xito no se puede comparar con el que obtuve en el Campeonato Brit¨¢nico, de l985", matiz¨®.La victoria de Lyle, en la madrugada espa?ola del lunes, fue la demostraci¨®n de que en el golf las perspectivas pueden cambiar radicalmente en cuesti¨®n de segundos. A veces ni siquiera es suficiente con que uno no falle y vaya manteniendo el par del campo. Los birdies, o los eagles de otros acaso se le, desbaratar¨¢n todo. Lyle, que inici¨® la ¨²ltima vuelta con dos golpes de ventaja sobre Calcavecchia y cinco sobre el tambi¨¦n norteamericano Craig Stadler, perdi¨® el liderato entre los hoyos 13 y 15, y no lo recuper¨¦ hasta el ¨²ltimo momento.
"Me sent¨ª desfallecer en el 12 al caerme la bola en el agua", confes¨®. No era para menos. Despu¨¦s de haber llegado a estar con ocho bajo par y tres de margen respecto a Stadler y cuatro en relaci¨®n con Calcavecchia, su bogey en el 11 y su, forzado por las circunstancias, doble bogey en el siguiente, unidos a los aciertos de sus rivales, hab¨ªan establecido el triple empate.
Sandy supo conservar las ideas l¨²cidas par2L igualar a Calcavecchia en el 16, en el que la presi¨®n hab¨ªa influido en que el gordito Stadler, el ganador en 1982, se descolgara con un bogey.
La pelota del ¨¦xito, en el 18, y sabiendo que Calcavecchia s¨®lo hab¨ªa logrado el par, estaba en una trampa de arena. Muchos jugadores, en su lugar, se habr¨ªan conformado con aproximarla al green para asegurarse el par. Pero ¨¦l no lo hizo as¨ª. En la distancia, a unos 130 metros, estudi¨® con cuidado la pendiente de una loma y la aprovech¨® para que su bola, tras el bote, se deslizara por ella hacia la bandera y se detuviese apenas a dos metros de ella. Los aficionados prorrumpieron en un '?oh!" a. medio camino entre la admiraci¨®n y la frustraci¨®n de que de nuevo fuera a vencer un extranjero. "Ese lanzamiento fue la clave de mi sufrido triunfo", proclam¨®.
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