Schopenhauer: de la risa a la nada
Todav¨ªa no se han puesto de acuerdo los pedantes, esa clase de c¨®micos universitarios contra los que arremet¨ªa intempestivamente A. Schopenhauer, acerca de Cu¨¢ntas veces lleg¨® a re¨ªrse este raro autor. El caso es que con el bicentenario han brotado eximios especialistas; unos afirman que 17, otros que 25, mientras que los m¨¢s afamados -escuela alemana aut¨¦ntica y definitiva del Abgrund-, que tan s¨®lo cuando sus amados perritos meneaban la colita: 13 ocasiones.
Eso s¨ª, cuando Schopenhauer se re¨ªa lo hac¨ªa a fondo (grund) porque ning¨²n fil¨®sofo como ¨¦l sab¨ªa que el estado placentero que provoca la risa, su espasmo nervioso y la tremenda vitalidad de sangre, diafragma y rostro convulsionados, se debe a que el devenir de las cosas irrumpe parad¨®jicamente desmantelando la seriedad de nuestra conciencia-raz¨®n desde la que nos queremos parapetar, con miedo ante la incertidumbre.La raz¨®n, con sus severas leyes, m¨¢ximas morales y br¨²julas bibliogr¨¢ficas, a veces pretende hacemos ignorar el r¨ªo de Her¨¢clito que somos: mediante la generalizaci¨®n de los casos particulares en la s¨ªntesis, realmente ¨²til, del concepto ya podemos meternos en la corriente, pues nos salva, a modo de dique, la abstracci¨®n que ya hemos hecho de ese devenir. Afortunadamente el dique se quiebra, y el conocimiento abstracto, afirma Schopenhauer, queda pillado in fraganti frente al conocimiento intuitivo, es decir, frente a una realidad que no es lo que parec¨ªa. Esta incongruencia, escrib¨ªa muerto de risa, es la causa de nuestra gloriosa risa. Gloriosa, s¨ª, porque con ella nos damos cuenta de que el pensamiento :no puede abarcar ni, por tanto, momificar todos los infinitos matices de la realidad. Este tipo de alegr¨ªa tiene profundamente que ver con la voluntad de vivir.
?En qu¨¦ consiste, entonces, la seriedad? Obviamente, quien piensa que la realidad es como ¨¦l la piensa y no puede ser de otra manera. Adecuaci¨®n total: conformidad entre pensamiento y realidad. Por ejemplo, aquel estudioso de la fisonom¨ªa humana que, pertrechado hasta los dientes de leyes, conceptos, normas y manuales, quer¨ªa subsumir, en un intento desaforado de seriedad acad¨¦mica, todos los rostros en varias ecuaciones y definiciones absolutas. Nuestra hilaridad viene cuando la fecunda y m¨²ltiple realidad se encarga de echar abajo ese proyecto porque la expresi¨®n de un rostro no cabe expresarla en conceptos, hay que sentirla. Los matices son tan finos que el concepto carece de flexibilidad para expresarlos.
Re¨ªr est¨¢ en estrecha relaci¨®n con la vida, que ni se agota en conceptos filos¨®ficos ni en tipos determinados de antemano. Por eso sab¨ªa muy bien Schopenhauer que al verdadero asceta s¨®lo le est¨¢ permitido re¨ªrse una vez en la vida: momentos antes de morir. Este gran te¨®rico de la risa intuy¨® que lo que tiene aquel infinitivo de incontrolable y no categorizable es justamente lo que mata al sacerdote del mejor llorar que re¨ªr en este valle de l¨¢grimas Por la misma raz¨®n, la est¨¦tica como proped¨¦utica para el nihilismo resultaba insuficiente, ella que est¨¢ pre?ada por la incorsetable imaginaci¨®n de la propia voluntad de vivir, y de ah¨ª que tuviera que acabar dando paso a la seriedad del santo y a la nada. Y lo m¨¢s serio de todo: la pr¨¦dica schopenhaucriana hacia la castidad. La renuncia de la voluntad de re¨ªr.
Dec¨ªa Kant algo emocionado que "la risa es una emoci¨®n que nace de la s¨²bita transformaci¨®n de una ansiosa espera en nada". Toda la vida creyendo que ¨¦ste era el mejor de los mundos posibles, y ahora resulta que el mal y los desarreglos que padecemos brotan de nuestra propia gana de vivir. Para troncharse. A la risa que produce la incongruencia entre aquel bendito pensamiento y esta cruel realidad que se desenmascara sin el antiguo oropel de la metaf¨ªsica bienpensante la denomina Schopenhauer "risa tr¨¢gica". Sin embargo, se acaba en la seriedad de una tr¨¢gica risa porque se le atraganta la nada de su propio ascetismo: imposibilit¨® de ra¨ªz toda espera y ceg¨® de cuajo todo deseo y ansiedad humana. ?l, autodenominado "kantiano", no comprendi¨® que la risa es de las pocas utop¨ªas que cotidianamente realizamos en medio de males reales. No, su risa acab¨® exclusivamente en iron¨ªa que se agota en s¨ª misma tanto como la idea de "tnundo" en su revelaci¨®n de error magn¨ªfico.
La risa colectiva
Si el disc¨ªpulo Nietzsche acab¨® huyendo del maestro fue porque el pecado no era haber nacido, sino no re¨ªrse: ?que ya estaba bien de cabezas espinosas!; que no podemos dejar de esperar y desear, aunque muchas veces nos salga mal una jugada. Si el s¨ªmbolo no es una "corona de espinas", sino una "corona de rosas", una "corona del que r¨ªe" se debe a que a¨²n existen posibilidades. Ahora bien, si la risa tiene que ver ineludiblemente con los conceptos y nociones generales propios de la capacidad abstractiva, colectiva y comunicativa del hombre (¨²nico animal capaz de re¨ªrse), entonces la risa nietzscheana tampoco est¨¢ exenta de cierto "vac¨ªo" respecto a la idea de comunidad. Y de ah¨ª que la salvadora risa de Zaratustra sea ftindamentalmente la de un solitario, aunque noble, anacoreta.
Ni que decir tiene que siempre es preferible el onanismo de la risa al lloriqueo como sistema; pero con y en la risa colectiva que nos inunda osm¨®ticamente desde los m¨²ltiples y enigm¨¢ticos rostros desencajados y a punto de estallar (de risa) nos volvemos desenfadados, incluso hasta en los momentos pol¨ªticamente m¨¢s duros. Pero cuando todo lo que suena a "universalidad" se identifica err¨®neamente con "desindividualizaci¨®n" acabamos desprotegiendo no s¨®lo a la filosofia, sino, y sobre todo, a la vida de la base comunitaria que posee la subjetividad caracter¨ªstica del humor. De otra forma, el viaje de retorno desde la nada (abgrund) a la risa se torna imposible.
Pero en realidad todo esto tiene que ver con otros bicentenarios. En el Ayuntamiento de M¨¢laga, sede de unas pr¨®ximas reflexiones primaverales sobre Schopenhauer, un concejal que nos escuchaba discutir sobre el tema apostill¨® as¨ª: "Adem¨¢s, para lo que hay que vivir m¨¢s vale la pena no morirse". Tambi¨¦n en otro rostro del Mediterr¨¢neo un grupo de fil¨®sofos se van a encontrar en Denia con la pretensi¨®n, los muy osados, de transformar el pesimismo shopenhaueriano en una corona de azahar. ?Qu¨¦ poca seriedad!'
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