Valle-Incl¨¢n, historiador
Aunque no pocos pasajes de El ruedo ib¨¦rico puedan y deban ser utilizados por los historiadores de oficio -Jes¨²s Pab¨®n lo hizo-, ser¨ªa necio buscar en la obra de Valle-Incl¨¢n una doctrina articulada acerca de la historia de Espa?a. Nada m¨¢s obvio. Pero si uno sabe leer con mente y sensibilidad de historador sus recamadas p¨¢ginas -para lo cual no es cosa obligada que la pasi¨®n inquisitiva mate a la recreaci¨®n est¨¦tica-, descubrir¨¢ en ellas una clara resonancia de la interpretaci¨®n de nuestra historia que, promovida, muy en primer t¨¦rmino, por Unamuno, operaba en muchas mentes espa?olas all¨¢ por los primeros lustros de este siglo. Ve¨¢moslo.Celebrando el habla castellana primitiva, canta Valle-Incl¨¢n la vida espont¨¢nea y alegre, la dulce claridad ma?anera de la Espa?a medieval: "Era nuestro romance castellano, a¨²n no finalizado el siglo XV, claro y breve, familiar y muy se?or. Se entonaba armonioso, con gracia cabal, en el labio del labrador, en el del cl¨¦rigo y en el del juez. La vieja sangre romana aparec¨ªa remozada en el nuevo lenguaje de la tierra triguera y barcina. El tempero jocundo,y dionisiaco, la tradici¨®n de sementeras y de vendimias, el grave razonar de leyes y legistas fueron los racimos de la vid latina por aquel entonces estrujados en el ancho de CastiUa". Es la hora de Berceo y del arc¨ªpreste Juan Ruiz, la hora de "nuestra tradici¨®n campesina, jur¨ªdica y antrueja".
Esta tradici¨®n habr¨ªa sido quebrada por la "ambici¨®n de conquistas" y el "recuerdo de aventuras" que trajo a Castilla el matrimonio de Isabel y Fernando. 'Castilla", prosigue Valle-Incl¨¢n, "tuvo entonces un gesto ampuloso viendo volar sus ¨¢guilas en el mismo cielo que las ¨¢guilas romanas. Olvid¨¦ su ser y la sagrada y entra?able gesta de su naciente habla, para vivir m¨¢s en la imitaci¨®n de una latinidad decadente y barroca. Desde aquel d¨ªa se acab¨® en los libros el castellano al modo del arcipreste Juan Ruiz. Las Espaflas eran la nueva Roma: el castellano quiso ser el nuevo lat¨ªn, y hubo cuatro siglos hasta hoy de literatura jactanciosa y vana". En el curso de las venturas y desventuras de nuestro idioma ve expresarse Valle-Incl¨¢n su idea de la historia de Espa?a. M¨¢s a¨²n. Pasando de la descripci¨®n a la teor¨ªa, dir¨¢: "Toda mudanza sustancial en los idiomas es una mudanza en las conciencias, y el alma colectiva de los pueblos, una creaci¨®n del verbo m¨¢s que de la raza".
Esta imagen de la historia nacional transparece, si bien se mira, bajo toda la literatura de Valle-Incl¨¢n. El prestigioso remoto y so?ado -"antiguo", dir¨ªa ¨¦l- de una Edad Media llena de vida y de posibilidades po¨¦ticas es, quiz¨¢, la clave que mejor nos hace entender el mundo inventado de sus narraciones gallegas. Si uno atiende a la intenci¨®n est¨¦tica y no al contenido factual de los relatos, ?no son acaso sendos retablos de humanidad medieval Flor de santidad, las Comedias b¨¢rbaras y Jard¨ªn umbr¨ªo? Toledo, ciudad castellana -"las viejas y deleznables ciudades castellanas, siempre m¨¢s bellas recordadas que contempladas"-, ser¨ªa para Valle-Incl¨¢n el s¨ªmbolo de la Espa?a castefianizada; Compostela, "llena de una emoci¨®n ingenua y rom¨¢nica de que carece Toledo", la perpetuaci¨®n en piedra de aquella alegr¨ªa virginal que a los ojos de Valle tuvo nuestra Edad Media.
En el esperpento Los cuernos de don Friolera expone Valle-Incl¨¢n clara y crudamente su juicio sobre nuestro teatro del siglo XVII. Habla Don Estrafalario, figura que a cien leguas huele a autorretrato, y dice: "La crueldad y el doginatismo del drama espa?ol solamente se encuentran en la palabra. La crueldad sespiriana es magn¨ªfica, porque es ciega, con la grandeza de las fuerzas naturales. Shakespeare es violento, pero no dogm¨¢tico. La crueldad espa?ola tiene toda la b¨¢rbara liturgia de los autos de fe. Es fr¨ªa y antip¨¢tica. Nada m¨¢s lejos de la "a ciega de los elementos que Torquemada; la suya es una furia escol¨¢stica. Si nuestro teatro tuviese el temblor de las fiestas de toros, ser¨ªa magn¨ªfico. Si hubiese sabido transportar esa violencia est¨¦tica, ser¨ªa un teatro heroico como la Iliada. A falta de eso, tiene toda la antipat¨ªa de los c¨®digos, desde la Constituci¨®n a la gram¨¢tica". ?No hubiera rubricado Unamuno estas opiniones de Don Estrafalario? No carece de sentido que Don Manolito, su interlocutor, la diga una vez: "Usted no es m¨¢s que un hereje, como don Miguel de Unamuno".
Como en el esquema de Unamuno, la historia de Espa?a ofrece a los ojos de Valle-Incl¨¢n tres per¨ªodos distintos. Uno claro y alegre, anterior a nuestra acci¨®n exterior. Viene a continuaci¨®n otro, en que Espa?a "olvid¨® su ser" y se hizo ampulosa, jactanciosa y vana: es el que culmina en el siglo XVII. Luego nos empe?amos los espa?oles en ser invariablemente fieles a una concepci¨®n del mundo, carente de vigencia hist¨®rica, y esto habr¨ªa dado a nuestra ineficacia el aire grotesco y tr¨¢gico que tienen las figuras humanas de El ruedo ib¨¦rico y de los esperpentos. "Desde entonces", dice Valle-Inci¨¢n haciendo del idioma, otra vez, el nervio m¨¢s ¨ªntimo de nuestra historia, "sin recibir el m¨¢s leve impulso vital, sigue nutri¨¦ndose nuestro romance castellano de viejas controversias y de jactancias soldadescas. Se sienten en sus lagunas muertas las voces desesperadas de algunas conciencias individuales, pero no se siente la voz un¨¢nime, suma de todas y expresi¨®n de una conciencia colectiva. Ya no somos una raza de conquistadores y de te¨®logos, y en el romance alienta siempre esa ficci¨®n... Nuestra habla, en lo que m¨¢s tiene de voz y de sentimiento nacional, encarna una concepci¨®n del mundo vieja de tres siglos". Un paso m¨¢s, y los hombres empe?ados en remedar a "los h¨¦roes cl¨¢sicos" ser¨¢n figuras de esperpento. Repitamos una vez m¨¢s lo consabido: "Los h¨¦roes cl¨¢sicos reflejados en los espejos c¨®ncavos dan el esperpento". En su esencia, el esperpento es la deformaci¨®n grotesca de una vida espa?ola empeflada en imitarse malamente a s¨ª misma y en copiar con torpeza y retraso la civilizaci¨®n europea.
Un nuevo per¨ªodo debe comenzar en nuestra historia para que Espa?a no fenezca, v¨ªctima de su descarr¨ªo. Espa?a, olvidada de s¨ª misma desde el siglo XVI, a s¨ª misma debe volver. M¨¢s all¨¢ del esperpento, as¨ª lo siente Valle-Incl¨¢n: "Volvamos a vivir en nosotros y a crear para nosotros una expresi¨®n ardiente, sincera y cordial... Desterremos para siempre aquel modo castizo, comentario de un gesto desaparecido con las conquistas y las guerras". Espa?a, fiel a s¨ª misma y creadora. Desde nuestra actual situaci¨®n en la historia, ?qu¨¦ pensar de este Valle-Incl¨¢n historiador?
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