El fin de un cap¨ªtulo
EL LARGO proceso de redefinici¨®n estrat¨¦gica de Espa?a, iniciado en 1982 con nuestro ingreso en la OTAN y el entonces nuevo convenio defensivo con EE UU, entra en su fase final. Su alumbramiento no ha sido f¨¢cil. Sobre ¨¦l han influido negativamente las incertidumbres provocadas por el cambio radical que el partido socialista adopt¨® en su pol¨ªtica de defensa al llegar al Gobierno, pero tambi¨¦n las reticencias opuestas por nuestros aliados y la rigidez de EE UU a la hora de comprender razones pol¨ªticas que no sean las suyas propias.A partir de entonces, el Gobierno fue definiendo m¨¢s claramente su posici¨®n, basada en el rechazo a un r¨¦gimen de doble dependencia: estar integrado en la OTAN y, simult¨¢neamente, ligado a su miembro m¨¢s fuerte por un convenio particular. Por eso se adopt¨® la pol¨ªtica de negociar separadamente su soluci¨®n. El problema era dif¨ªcil porque, mientras tanto, Espa?a intentaba ingresar en la Comunidad Europea, lo que aprovechaban los miembros europeos de la OTAN para recordar que era irreal pretender acceder a los beneficios econ¨®micos de un club sin comprometerse al mismo tiempo a su defensa. Por su parte, EE UU se negaba a aligerar su presencia en Espa?a mientras no se definiera nuestra participaci¨®n en la OTAN.
El acuerdo de 1982 con Estados Unidos expiraba en octubre de 1987. La lenta marcha hacia su renovaci¨®n empez¨® en 1983 con un add¨¦ndum al convenio, impuesto por el entonces ministro Mor¨¢n, por el que se desligaban las vicisitudes de Espa?a como miembro de la OTAN de su condici¨®n de aliado particular de EE UU. Le siguieron el dec¨¢logo defensivo de Felipe Gonz¨¢lez y un ¨²ltimo condicionante: el compromiso de reducci¨®n de la presencia estadounidense contenido en la pregunta del refer¨¦ndum de 1986 sobre la Alianza Atl¨¢ntica. Las negociaciones que han tenido lugar durante todo este tiempo entre Washington y Madrid fueron, en ocasiones, de extraordinaria dureza, y se ejercieron sobre nuestro Gobierno las m¨¢s variadas presiones.
La declaraci¨®n del pasado 15 de enero definiendo el marco del nuevo convenio hispano-norteamericano de defensa contiene tres conclusiones importantes: se reduce efectivamente la presencia estadounidense en Espa?a al retirarse el Ala T¨¢ctica 401 (los famosos 72 aviones F-16); la presencia norteamericana no es una cuesti¨®n separada, sino subordinada al marco general de la OTAN; finalmente, y esto es lo que tiene mayor alcance para el futuro de las relaciones entre EE UU y Espa?a, se altera por completo la naturaleza de la relaci¨®n convencional entre los dos pa¨ªses.
Hasta ahora el convenio defin¨ªa una situaci¨®n cuasi colonial que ata?¨ªa no s¨®lo a cuestiones militares, sino que englobaba asistencias cultural, cient¨ªfica y tecnol¨®gica no militares y una rid¨ªcula ayuda financiera. El nuevo convenio ser¨¢ solamente defensivo. No tendr¨¢ contrapartidas econ¨®micas. Los aspectos culturales, cient¨ªficos y tecnol¨®gicos de las relaciones hispanonorteamericanas deber¨¢n ser, en su caso, objeto de otros acuerdos. El 15 de enero pasado concluy¨®, en la pr¨¢ctica, la negociaci¨®n pol¨ªtica, y con ella el viejo antagonismo que enturbiaba las relaciones entre Espa?a y EE UU. Las negociaciones que ahora se celebran en Njadrid y en Washington son puramente t¨¦cnicas.
La conclusi¨®n de este cap¨ªtulo de la saga estrat¨¦gica espa?ola es saludable. Ahora queda el dif¨ªcil remanente de la integraci¨®n de Espa?a en el campo de sus aliados, incluido el eventual ingreso en la Uni¨®n Europea Occidental. Tal ingreso pondr¨ªa en tela de juicio la prometida desnuclearizaci¨®n de Espa?a y ser¨ªa una muestra m¨¢s de la extraordinaria habilidad del Gobierno para complicarse la vida con problemas que se crea ¨¦l mismo.
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