El hombre de las respuestas
El d¨ªa, largo y desesperante, comienza con la lectura de las respuestas de Barrionuevo. Ceremonia que consiste mayormente en comprobar c¨®mo el se?or ministro se escabulle de casi todo cuanto las defensas preguntaron. Barrionuevo despacha el trance remiti¨¦ndose innumerables veces a lo establecido en el texto de la ley o a lo anteriormente contestado; y as¨ª, remiti¨¦ndose y repiti¨¦ndose desaforadamente, llega en un periquete a la recta final del formulario. Y cuando ah¨ª se le pregunta por el n¨²mero de delincuentes comunes a los que se aplic¨® la ley antiterrorista, responde con desahogo, y varias veces, que "no le constan los datos al declarante, si bien con toda seguridad obran en este ministerio los detalles exactos". Por lo menos resulta un alivio el enterarse de que, si bien el ministro de Interior parece no saber nada de nada, en alg¨²n despacho ignoto de su ministerio habr¨¢ alguien que, con "toda seguridad", conocer¨¢ los "detalles exactos" de la cosa.Y entonces llega Rafael Vera con su cogote cortado a tiral¨ªneas, su aspecto de gal¨¢n de cine antiguo y una chaqueta de faldones horrorosamente volanderos que desmerecen un tanto su donaire. Al poco de comenzar, Vera se revela claramente como el rey de la tautolog¨ªa y la sordera. Lo primero, porque a menudo sus respuestas son una oblicua repetici¨®n de las preguntas. Y lo segundo, porque no cabe otra explicaci¨®n al hecho de que no parezca entender nada de lo que le plantean. Los letrados insisten y repiten las cuestiones, y ¨¦l contesta equivocadamente y se despista. Comienza a cundir por la sala una desaz¨®n horripilante. ?Ser¨¢ posible que el secretario de Estado para la Seguridad sea en verdad tan tonto? ?O se tratar¨¢ de una t¨¢ctica brillantemente maquiav¨¦lica para aniquilar por agotamiento a los letrados? Cuestiones que plantean a su vez una duda a¨²n m¨¢s lacerante: ?qu¨¦ ser¨ªa peor para la ciudadan¨ªa, que el secretario de Estado para la Seguridad fuera un solemne tarugo o que fuera un p¨¦rfido?
Llega a todo esto el descanso del desayuno, o sea el recreo, y, mientras la sala se vac¨ªa, el tribunal estrecha sonrientemente la mano del testigo y, cosa a¨²n m¨¢s extraordinaria le introducen en la saleta o habitaci¨®n reservada para los magistrados. Siempre hay clases. Y hoy, qui¨¦n sabe si por el lustre y las responsabilidades del poder, el presidente de la sala parece estar notablemente endurecido; su actuaci¨®n es la m¨¢s tajante que le he visto desarrollar en este juicio, interrumpiendo las preguntas y protegiendo celosamente a sus testigos.
Pero prosigue el largo interrogatorio tras la pausa, y de las reticentes respuestas de Rafael Vera se desprende el dibujo de un caos inmenso. Porque se dir¨ªa que los polic¨ªas pod¨ªan aplicar la ley antiterrorista sin control real alguno, y que el ministerio no se enteraba jam¨¢s de nada. "?A qui¨¦n daba cuenta la comisi¨®n investigadora?", pregunta la acusaci¨®n refiri¨¦ndose a la comisi¨®n anticorrupci¨®n. "A sus mandos naturales", contesta Vera. "?Qui¨¦nes eran esos mandos naturales?". Campanillazo del presidente que dice que esto no tiene nada que ver con nuestro asunto, y explicaci¨®n de la acusaci¨®n, especificando que la comisi¨®n estudi¨® tambi¨¦n la desaparici¨®n del Nani. As¨ª es que Bremond insiste: "?A qui¨¦n daba cuenta esta comisi¨®n?", y Vera, de nuevo: "A los mandos superiores de la polic¨ªa". "?Puede ser usted m¨¢s expl¨ªcito?". "No puedo". Nuevo campanillazo del juez, que est¨¢ empe?ado en que se abandone el tema, pero la acusaci¨®n aprieta: "?Qui¨¦n, en el Ministerio del Interior, sabe los resultados de la investigaci¨®n de esta comisi¨®n sobre la desaparici¨®n del Nani?". Y Vera responde: "Lo desconozco", con el campanillazo final del presidente como m¨²sica de fondo.
Desconoce el se?or secretario de Estado para la Seguridad qui¨¦n puede saber estos datos tan b¨¢sicos, del mismo modo que luego Rodr¨ªguez Colorado, delegado del Gobierno en 1983, dice haberse enterado de que se aplicaba la ley antiterrorista a los comunes "por los peri¨®dicos". Y por no saber, Rafael del R¨ªo ni siquiera sabe si fue nombrado director general de la Polic¨ªa en diciembre de 1982 o de 1983.
No parecen conocer muy bien nuestros flamantes altos cargos, en fin, lo que se cuece debajo mismo de sus botas, y al ritmo de sus declaraciones se va conformando la imagen fantasmal de un Ministerio mastod¨®ntico y espeso, que debe de estar plagado de mandos naturales aunque no se sepa muy bien qu¨¦ mandos son. Una babel kafkiana en donde nadie conoce ni controla a ciencia cierta lo que pasa.
Aunque siempre cabe que, como apuntaba Barrionuevo, exista alg¨²n misterioso funcionario que sepa "con toda seguridad" los "detalles exactos" de la cosa. O sea, el hombre de las respuestas. La pena es que ni acusadores ni defensas hayan atinado a¨²n con tal sujeto.
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