El traje y la moda
No hace todav¨ªa dos a?os publiqu¨¦ en estas mismas p¨¢ginas un largo art¨ªculo -o breve ensayo, si as¨ª se prefiere- basado en las impresiones de una visita que hab¨ªa hecho en el Museo Victoria & Albert, de Londres, a una exposici¨®n de trajes y otros objetos representativos de Four Hundred Years of Fashion. Mi trabajo se titulaba La moda en el tiempo hist¨®rico, e iba encaminado a sostener, entre diversas consideraciones del caso, que precisamente ese lapso de 400 a?os cubre el desarrollo completo del fen¨®meno de la moda, tal cual se ha desplegado en nuestra civilizaci¨®n. Sospecho que a m¨¢s de un lector entre los que prestan atenci¨®n a mi firma le sorprender¨ªa que un escritor serio -como en posible referencia al lado soci¨®logo que supone que lo sea yo- se aplicara a discurrir sobre un asunto que suele definirse por su. frivolidad. Y, sin embargo, es lo cierto que, siguiendo en esto la tradici¨®n de tan grandes soci¨®logos como el ingl¨¦s Spencer, el franc¨¦s Tarde, el norteamericano Veblen o el alem¨¢n Sinimel, hab¨ªa dedicado yo tiempo atr¨¢s una extensa secci¨®n de mi Tratado al estudio de ese peculiar fen¨®meno hist¨®rico- social a cuyas postrimer¨ªas hemos asistido como actores y testigos; y a¨²n despu¨¦s, ocasionalmente, algunos otros comentarios. Ahora la publicaci¨®n en versi¨®n espa?ola de un libro ingl¨¦s me mueve a volver sobre el tema.Ese libro -Breve historia del traje y la moda, por James Laver-, bien presentado y, desde luego, muy estimable en cuanto al logro de su prop¨®sito de exposici¨®n sint¨¦tica, delata ya en su t¨ªtulo mismo una gran falla: su carencia de la debida claridad metodol¨®pica, al reunir dos
'-i bi' asuntos que, si en se encuentran en alg¨²n punto conectados, son muy distintos entre s¨ª y reclaman por ello tratamiento diferente, aut¨®nomo. Verdad es que dentro de la historia del traje cabe meter de paso la historia de la moda, puesto que ¨¦sta se manifiesta de manera muy ostensible, aunque no exclusiva, en la vestimenta. Pero el de la moda es fen¨®meno independiente, el perfil hist¨®rico bien definido, con un proceso de muy peculiar din¨¢mica, que requiere consideraci¨®n propia y aparte. Esa peculiaridad suya no aparece ni tan siquiera apuntada en el despliegue hist¨®rico del vestido que el ep¨ªtome en cuesti¨®n resume. Sus dos primeros cap¨ªtulos se aplican a esbozar las presuritas causas de que el animal humano cubra su cuerpo con alguna ropa, desde la necesidad de protegerlo contra el fr¨ªo hasta los motivos de ostentaci¨®n o acaso de defensa m¨¢gica, desestirnando al calificarla de ingenua la explicaci¨®n b¨ªblica que lo atr1ibuye a un sentimiento de pudor, para pasar a examinar en seguida, de manera no menos sumaria, las t¨¦cnicas primitivas de elaboraci¨®n de los materiales empleados y a describir las vestimentas, tocados, adornos, joyas, calzados y arreglos capilares en diversas culturas; con mayor detalle, gracias a la documentaci¨®n disponible, en la griega y en la romana.Conforme esa documentaci¨®n va haci¨¦ndose m¨¢s abundante, se avanza a lo largo de la Edad Media europea hasta llegar al Renacimiento con s¨®lo esca.sos atisbos sociol¨®gicos capaces de sugerir una vinculaci¨®n entre formas indumentarias y las circunstancias econ¨®rricas, pol¨ªticas, religiosas u otras de donde puedan ellas haberse derivado o a las que de alg¨²n modo den expresi¨®n. Y as¨ª adelante se llega hasta las sucesivas fases del Barroco, cuando y fen¨®meno de la moda se ha a e. establecido con rasgos inconfunclibles, sin haber registrado para nada su espec¨ªfica presencia ni haber hecho el menor intento de singularizarlo y definirlo a lo largo del cambio en las costumbres vestimentarias.
Quiz¨¢ no haya derecho a esperar del autor de este libro un estudio te¨®rico para determinar en qu¨¦ consiste la singularidad del fen¨®meno moda, ni tampoco hubiera tenido necesidad de emprenderlo por su cuenta y riesgo: la sociolog¨ªa lo ha procurado desde perspectivas diversas, pero la bibliograf¨ªa de su libro muestra que las principales fuentes no le son conocidas. Explorar m¨¢s a conciencia la fiteratura del asunto le hubiera permitido aislar lo que es la moda y establecer su historia particular dentro de la historia del traje en general, poniendo as¨ª de relieve la coherencia y ritmo, cada vez m¨¢s acelerado, de sus cambios. Estudios dotados de rigor cient¨ªfico, como los que llev¨® a cabo en 1919 el antrop¨®logo norteamericano A. L. Kroeber, evidenciaron precisas regularidades en las alternativas de la moda, fen¨®meno ¨¦ste que, por supuesto, no se reduce a sus manifestaciones indumentarias y que, de otra parte, s¨ª est¨¢ restringido a una determinada clase social: la clase burguesa durante el per¨ªodo hist¨®rico en que tiene una cierta hegemon¨ªa creciente, es decir, los 400 a?os que cubr¨ªa la exposici¨®n londinense aludida antes. Ya Max von Boel¨ªrn, cuya obra es una monumental historia del traje en Europa (traducida al espa?ol, por cierto, hace ya 60 a?os), advert¨ªa en ella que la moda propiamente dicha, esto es, en cuanto serie de cambios continuos y consecutivos, surge como creaci¨®n incipiente de las clases burguesas en el siglo XIV, se convierte en centro de la vida cultural y social. Y Sombart confirmar¨¢ por su parte, en Lujo y capitalismo, que su desarrollo es resultado evidente de las formas burguesas de vida.
Con todo, ser¨¢ la Revoluci¨®n Francesa la que definitivamente establezca el mecanismo de la moda como instrumento de socializaci¨®n con caracteres de ineludible obligatoriedad para la que desde entonces se constituye en clase dominante. El tiers ¨¦tat, que hasta ese momento hist¨®rico hab¨ªa venido ascendiendo al poder econ¨®mico a trav¨¦s de las finanzas y compartiendo cada d¨ªa m¨¢s el poder pol¨ªtico mediante alianzas con la Corona y el ingreso por v¨ªas diversas en la aristocracia, asume ahora este poder pol¨ªtico implantando las institucionesdemocr¨¢ticas de gobierno. La Revoluci¨®n Francesa trae consigo una radical evoluci¨®n en la vestimenta, bien evidenciada en las sucesivas im¨¢genes que Goya nos ha legado. Hasta la ca¨ªda del ancien r¨¦gime, la moda se manifestaba en diversos centros urbanos, sobre todo alrededor de las cortes principescas, con rasgos de autonom¨ªa local. Todav¨ªa en 1669 los reyes de Francia y de Espa?a aparecen, con sus respectivos s¨¦quitos, luciendo en la reuni¨®n de la Isla de los Faisanes los atuendos correspondientes a sus diferentes modas, y s¨®lo en el siglo siguiente la hegemon¨ªa alcanzada por Luis XIV en Europa har¨¢ que todo el mundo se vista ¨¢ la mode de Paris. Esta moda sufrir¨¢ con la revoluci¨®n un cambio dr¨¢stico en el traje de hombres y mujeres, y -lo que es m¨¢s significativo- se har¨¢ compulsiva. Si antes sol¨ªan sus alternativas producirse en respuesta al deseo de distinci¨®n, a la imitaci¨®n adulatoria de los poderosos con quienes deseaba identificarse, a la vanidosa ostentaci¨®n, a la fantas¨ªa y al capricho, de ah¨ª en adelante se convertir¨ªa en norma preceptiva para la gente decente, en esa tiran¨ªa de la moda, a la que era necesario someterse a¨²n, muchas veces a costa de inauditos sacrificios. Mientras las clases inferiores eran libres de vestir a su manera, los se?ores -o se?oritosten¨ªan que plegarse a la moda, por m¨¢s que ello fuese en detrimento del est¨®mago. ?Con cu¨¢nta frecuencia no ha expuesto esta miseria la novela del siglo XIX,
Seg¨²n a m¨ª me parece, la vigencia de la moda entendida as¨ª en este sentido estricto y riguroso termin¨® en el siglo actual a consecuencia de las alteraciones producidas por la II Guerra Mundial, cuando ya la burgues¨ªa ha quedado disuelta en las masas de la sociedad de consumo. Por supuesto que sigue habl¨¢ndose de moda, y no poco. Pero la permisividad total y la diversidad indumentaria que ella consiente ha puesto fin a aquella consabida tiran¨ªa de sus dictados para dejar campo libre de nuevo a la fantas¨ªa, al capricho y la vanidad personales. Ello se advierte, aunque los autores no lo subrayen, en las p¨¢ginas postreras del libro de Laver y del ap¨¦ndice preparado por la traductora Enriqueta Albizua sobre El traje en Espa?a.
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