Cautivos y mercaderes
Mientras el se?or Revilla permanezca secuestrado, todos los ciudadanos vascos somos forzados a aparecer como sus secuestradores. ?Acaso no pretende haber sido una acci¨®n emprendida en nuestro nombre? Mientras el se?or Revilla permanezca secuestrado, todos -en especial los vascos- estamos tambi¨¦n en cierto sentido bajo secuestro. ?O es que con ello no se da por supuesto que nuestra voluntad nada cuenta?Que nadie caiga en la trampa de hablar del caso en los t¨¦rminos pol¨ªticos de costumbre, pues bastante encanallada est¨¢ ya nuestra sociedad por no saber dotarse de otras categor¨ªas para sus juicios. De escucharle, en estos tiempos en que las instituciones del poder parecen empe?adas en labrar su propio desprestigio, abocar¨ªamos al "todo vale igual" como supremo criterio te¨®rico y al "todo vale" como ¨²ltima regla pr¨¢ctica. As¨ª que afirmar¨¦ sin m¨¢s que, salvo privarle de la vida, a nadie puede inflig¨ªrsele mayor condena que la de suprimir su mera libertad f¨ªsica, como los propios usos penales consagran. Claro est¨¢ que, si se mira desde su ejecutor (sea ¨¦ste juez o verdugo, que aqu¨ª se confunden), a quien haya protagonizado ya el asesinato de un semejante tal vez no le temblara el pulso a la hora de emplear la fuerza para retenerle. Ha de esgrimir, en todo caso, motivos grav¨ªsimos y extraordinarios como para proceder a tan cruel iniciativa. Pasemos aqu¨ª r¨¢pida revista a los principales cargos que a lo largo de su historia, y en significativa gradaci¨®n decreciente, ha presentado ETA contra sus secuestrados.
Alguien puede ser apostrofado, por ejemplo, de enemigo del pueblo vasco y ganarse por ello mismo el cautiverio. Se trata de una acusaci¨®n demasiado vacua y arbitraria como para ser tenida en cuenta. Si ya Pertur y Mikel Solaun y Yoyes merecieron ese veredicto, es de temer que bien pocos de esta comunidad puedan escapar del sambenito y de su ejecuci¨®n sumaria. Por lo dem¨¢s, algunos guardamos a¨²n siniestro recuerdo de qu¨¦ significaba -en boca de nuestro ¨²ltimo dictador- la referencia a los sempitemos "enemigos de Espa?a"... No concedamos, pues, excesivo cr¨¦dito a un cargo en el que no creen ni siquiera quienes lo formulan. Al fin y al cabo, casi siempre est¨¢n dispuestos a retirarlo, no tras ceremonia alguna de abjuraci¨®n de sus cr¨ªmenes de antivasquismo por parte del reo, sino mediante entrega del pago acordado por y a los fiscales de ocasi¨®n.
S¨®lo o sumado al anterior, y cuando alcanza al mundo empresarial, hay otro delito que con m¨¢s frecuencia se achaca al secuestrado: es un explotador de sus obreros, de manera tal que el rescate reclamado se justifica como restituci¨®n al pueblo trabajador vasco de la plusval¨ªa esquilmada. Convengamos en que esta vez el cargo, pese a su brutal simpleza, ofrece en principio mayor fundamento y hasta resulta tentador entre quienes a¨²n vemos en la actividad de la fuerza de trabajo asalariada el mecanismo nuclear de la formaci¨®n del capital. Cierto que el trabajo arrebatado es abstracto, carente de toda peculiaridad y, a fortiori, de cualquier nacionalidad; cierto, asimismo, que la cuant¨ªa de la plusval¨ªa ser¨ªa dificil de calcular y que, en fin, su determinaci¨®n y reparto abrir¨ªa un inmenso desaguadero para toda suerte de resentimientos. Ninguna de estas r¨¦plicas, empero, toca el flanco m¨¢s d¨¦bil de esta sedicente propuesta revolucionaria. La imputaci¨®n queda desbaratada de ra¨ªz si se piensa que ETA, contra el m¨®vil que expl¨ªcitamente alega, no act¨²a por encomienda ni en favor de los trabajadores vascos, sino en su propia representaci¨®n y en estricto beneficio propio. Los trabajadores de Euskal Herria han escogido sus propios mandatarios y, en general, no han delegado en ETA el cometido de ser el brazo armado de sus reivindicaciones. De lo contrario, habr¨ªa que concluir que cuando ETA interviene en el cotarro laboral los sindicatos est¨¢n de m¨¢s. Que se sepa, tampoco los millones requeridos de la familia o empresa del cautivo han revertido directa o indirectamente en la mejora de la vida de sus empleados... y todo lleva a suponer que la huida de tantos capitales amenazados ha contribuido a empeorarla. ,
Hace ya tiempo, en definitiva, que ETA dista mucho de ser el bandolerogeneroso que opera por estos lares. Si alguna vez puso como requisito para la li beraci¨®n de alg¨²n industrial en su , poder un determinado alivio en las condiciones laborales o cierto grado de cogesti¨®n en su empresa, aquel altruismo ha dejado paso a un m¨¢s prosaico empe?o por garantizar sus propias finanzas. Con vistas a tal fin, parece confiar m¨¢s en el azaroso impuesto revolucionario que en un regular tributo militante, en la exacci¨®n forzosa de los tibios m¨¢s que en el don¨¢tivo de sus incondicionales. Y as¨ª es como, en resumidas cuentas, el sufrido pueblo trabajador vasco ha trabajado sin saberlo (y, en su mayor¨ªa, presumible mente sin quererlo) para la firma local ETA. Al basar expresamente su actuaci¨®n en la plusval¨ªa por fin recuperada, se hace de cada trabajador, si no un activista, al menos un in consciente (y por su papel en el consejo de administraci¨®n, del todo impotente) accionista de ETA. Son algunas de las incongruencias en que se incurre cuando se disfraza apresurada mente bajo un justiciero ropaje social universal lo que en su entra?a no pasa de ser un limitado objetivo de car¨¢cter nacional.
Desprendidos de toda su hojarasca ret¨®rica, aquellos cargos se reducen al ¨²nico y pedestre. que puede aplicarse al presente caso: el se?or Revilla tiene mucho dinero, y basta. Quienes saben de esto coincidir¨¢n en a?adir que el designio de ETA es asegurarse con ese dinero un plan dejubilaci¨®n anticipada. Si es as¨ª, como parece, la meta sagrada ha resultado francamente desplazada; ya no es la expansi¨®n del autodenominado Movimiento Vasco de Liberaci¨®n Nacional, sino la pervivencia de la propia organizaci¨®n armada o -mejor- la de sus miembros, lo que avala aquel secuestro. Pero, entonces, tan atroz medida aparece desnuda de cualquier otra legitimaci¨®n m¨¢s elevada o, siquiera, m¨¢s elaborada. Lo que hace de alguien secuestrable no es su lugar m¨¢s o menos clave -y por ello su espec¨ªfica responsabilidad- en el organigrama del poder en o sobre Euskadi, sino el volumen de su patrimonio unido a una cierta indefensi¨®n. Si delito social es simplemente ser muy rico (y no el modo como se ha alcanzado la riqueza), usted y yo no disponemos ante ETA de m¨¢s coartada que no serlo en grado suficiente. Cumplida tal condici¨®n econ¨®mica, la vida de un ser humano pasa a servir como objeto de cambio por mediaci¨®n del dinero.
Y es justamente la presencia de este mediador universal, que tiende a erigirse en sujeto aut¨®nomo de todo el proceso, la que marca la diferencia entre esta econom¨ªa pol¨ªtica del secuestro y la que rige otras transacciones menos degradantes. Porque no estamos ante un simple acto de trueque (M-M), como podr¨ªa ser el canje de prisioneros o rehenes, en que un hombre vale lo que otro hombre y es su valor de uso -valga la expresi¨®n-, su humanidad, lo que finalmente importa a vendedor y comprador. Ni tampoco se trata de ese otro tipo de intercambio violento en que los pasajeros de un avi¨®n raptado representan para el terrorista una contrapartida en condiciones pol¨ªticas; por repulsiva que sea su rec¨ªproca evaluaci¨®n, son utilidades concretas, personales y colectivas, las que entran en relaci¨®n. Estamos aqu¨ª m¨¢s bienante una l¨®gica mercantil m¨¢s desarrollada (M-D-M), donde impera (por lo dem¨¢s, como en el cr¨¦dito bancario) el "tanto tienes, tanto vales" y en la que el ¨²nico valor, de uso del reh¨¦nmercanc¨ªa para su poseedor estriba en encarnar un determinado valor de cambio, o sea, en significar una pura suma de dinero. De no encontrar en el mercado este equivalente universal en la cantidad requerida, aquella especial¨ªsima mercanc¨ªa es perfectamente in¨²til, no satisface ninguna otra necesidad particular y habr¨¢ que deshacerse de ella a todo trance. Pero si se quiere a¨²n considerar esa mercanc¨ªa como un producto del proceso de su cautiverio, el secuestro dar¨¢ lugar entonces a -una forma particular de intercambio capitalista (D-M-D) y el trabajo de los raptores deber¨¢ ser tomado tambi¨¦n como generador de plusval¨ªa; ¨¦sta consistirla en la diferencia entre el valor de los factores empleados en aquella peculiar producci¨®n material -infraestructura, armas, medios de vida, etc¨¦teray el valor de mercado de la mercanc¨ªa humana as¨ª elaborada. Sea como fuere, algo puede darse por seguro: la necesidad de liberaci¨®n sufrida por sus presos, o de regreso en el caso de sus refugiados, no parecen ser las primeras necesidades experimentadas por ETA. Ella sabr¨¢ qu¨¦ capital pol¨ªtico le produce la inversi¨®n en sus propios encarcelados. S¨®lo que, entonces, estos presos del Estado ?no ser¨¢n, como se pudo probar en su reacci¨®n ante la primera avalancha de reinsertos, a la vez rehenes de la propia ETA?
A estas alturas, no sabe uno si la maldad de los medios -se contagia a los fines o si la inconsistencia de los fines se extiende a los medios. Cabe preguntarse, eso s¨ª, sobre la capacidad de quebrar esta l¨®gica inhumana por parte de quien se sirve de ella sin remilgos. En todo caso, resulta inevitable que lo que pueda haber de verdadero en la causa vasca, por cubrirse de sangre o de dinero, se ti?a tambi¨¦n de sospecha.
Aurelio Arteta es profesor de Filosof¨ªa en la universidad del Pa¨ªs Vasco.
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