Un genero resistente

Ve¨ªa yo de ni?o zarzuelas, en los varios teatros que las daban simult¨¢neamente en Madrid, y pensaba que aquello era algo que tendr¨ªa que cambiar. No ha cambiado. Solamente sucedi¨® que fue desertando los teatros, agot¨¢ndose en s¨ª misma, como mueren g¨¦neros y modas; y que la nueva econom¨ªa teatral, al incorporar nuevos y considerables gastos t¨¦cnicos y un encarecimiento l¨®gico de sus n¨®minas, se fue haciendo inviable.Ahora, una reposici¨®n como la de Pan y toros, que es de 1968, aparece como un acontecimiento, y su director y empresario, Jos¨¦ Tamayo, proclama en su discurso de final de representaci¨®n el triunfo de esta haza?a. Pan y toros puede, en efecto, dar esa sensaci¨®n de triunfo a los que consiguen que no haya cambiado la zarzuela. Incluso ¨¦sta es un poco m¨¢s vieja que su estreno, porque la revisi¨®n del texto de Jos¨¦ Pic¨®n -Soroz¨¢bal hizo al mismo tiempo una limpieza de la partitura- la regresan a otros a?os que, pareciendo m¨¢s recientes, resultan m¨¢s antiguos; como la puesta en escena con proyecciones y transparencias suena a pasado de moda, que es peor que la antig¨¹edad.

Tamayo

Entre las escasas personas a quienes se debe que la zarzuela vuelva igual que siempre -lo cual puede causar un gozo especial a los posmodernos, que tambi¨¦n se van poco a poco de su breve moda- est¨¢ Jos¨¦ Tamayo. Ha sido, en otras cosas, uno de los m¨¢s grandes renovadores del teatro en Espa?a: el primero que rescat¨® del duro purgatorio a Valle-Incl¨¢n, el primero que trajo a Arthur Miller; el primero en muchas cosas.Y en la creaci¨®n de una Antolog¨ªa de la Zarzuela en la que acert¨® precisamente con una f¨®rmula de oro, que consist¨ªa -y consiste- en seleccionar del g¨¦nero s¨®lo los n¨²meros brillantes y en engarzarlos con un ritmo rapid¨ªsimo de teatro musical, aun sin perder cierta chocarrer¨ªa de colores y vulgarismos que forman parte de la misma zarzuela.

En una resurreci¨®n como la de Pan y toros, a pesar del aire popularista tocado muchas veces de gracia de Pem¨¢n y del retoque t¨¦cnico de Soloz¨¢bal sobre al inspiraci¨®n de Barbieri -una de las mejores del g¨¦nero en cuanto a m¨²sica popular espa?ola-, prefiere dejar revivir los tiempos muertos, lo insoportable de la construcci¨®n hecha en favor de las leyes del teatro musical, la dificultad de los cantantes para decir bien el texto, la inoportunidad de los coros, los largos fragmentos de relleno.

La emoci¨®n que pudo tener en otros tiempos el libro de Jos¨¦ Pic¨®n en defensa del liberalismo frente al oscurantismo, o la diversi¨®n de museo de cera de ver representados a Goya o a Pepe Hillo -entre otros- no tiene ahora vibraciones.

Vieja afici¨®n

Tocada como siempre, cantada como siempre, decorada como siempre, se supone que, adem¨¢s de los j¨®venes posmodernos, y de los que quieran conocer la realidad del g¨¦nero ido, hay una vieja afici¨®n que se mantiene firme y liga la zarzuela a su juventud y a sus padres.Solamente por ello, por los derechos de esas personas, ser¨ªa ya ¨²til el esfuerzo denodado de Tamayo de rescatar el teatro Progreso y darle el nombre de Nuevo Apolo, de buscar fuertes patrocinadores y de sacar adelante su espect¨¢culo.

Los aplausos de la noche de la reposici¨®n fueron atronadores y, aun descontando la parte de amistad de los invitados, queda suficiente como para cumplir el ¨¦xito.