La buena salud del libro
ESTE A?O de 1988 pasar¨¢ a la historia como aquel en que empez¨® a desaparecer del horizonte una crisis que se remonta a los primeros setenta. La amenaza de una gran depresi¨®n parece disiparse, pero queda por ver si las secuelas que acompa?an generalmente a las cat¨¢strofes materiales desaparecen tambi¨¦n con ellas. En el per¨ªodo comprendido entre ambas fechas se ha podido asistir a una convulsi¨®n en el terreno menos emp¨ªrico de las ideolog¨ªas, de los saberes o de la conciencia de las gentes. Mientras en econom¨ªa la batalla se daba entre l¨ªneas grandes y claras y los bandos se defin¨ªan por oposici¨®n neta, en el mundo del esp¨ªritu las cosas estaban francamente revueltas. En ese campo son muchos los que han tenido la impresi¨®n de que se ha impuesto el principio de "todo vale". El libro, y todo lo que le rodea, no ha hecho m¨¢s que resentirse a lo largo de estos a?os del estado general de las cosas. A pesar de ello, 1988 ha comenzado con un clima de optimismo muy superior al de otras veces. La feria que hoy se inaugura en Madrid lo hace en medio de nuevos proyectos, como el de creaci¨®n de una muestra del libro iberoamericana, y de datos de la realidad que justifican el entusiasmo de algunos sectores. El despegue (le los literatos espa?oles casi en bloque, la consolidaci¨®n de la oferta infantil y juvenil, el auge de la divulgaci¨®n cient¨ªfica o la aparici¨®n de nuevos campos editoriales, como los que se refieren a la m¨²sica o al cine, son algunos de ellos.
Por otro lado, todo indica que las nuevas generaciones de lectores no son m¨¢s reacias que las anteriores al gusto por la lectura. Durante los ¨²ltimos a?os, el p¨²blico juvenil ha sido el encargado de elevar el todav¨ªa rid¨ªculo ¨ªndice de lectura de los espa?oles. Por lo dem¨¢s, las encuestas internacionales no han acordado hasta el momento la clase de influencia que ejercen la televisi¨®n y los restantes soportes expresivos sobre el h¨¢bito de leer. En todo caso, desde la perspectiva que 1988 proyecta sobre los a?os de la crisis puede afirmarse que el libro sigue gozando de buena salud, a pesar de las profec¨ªas agoreras, la mayor parte de las cuales ha cumplido ya su plazo.
Pero si muchos datos-inclinan hacia un optimismo sensato sobre el libro en general y sobre el espa?ol en particular, otros sobre la pol¨ªtica editorial de nuestro pa¨ªs exigen ser considerados con cautela. As¨ª, por ejemplo, la sobreproducci¨®n que cada a?o se supera a s¨ª misma y la estrategia de avalancha que los editores espa?oles utilizan cuando descubren terrenos con posibilidades. Ambos elementos han sembrado met¨®dicamente la confusi¨®n en la oferta editorial y un cierto desaliento por parte del lector. En general, los dise?os de los cat¨¢logos han seguido, casi de forma exclusiva, modas circunstanciales y la actualidad que marcaban otros pa¨ªses. Se han echado y se echan en falta l¨ªneas de mayor solidez. La explosi¨®n de los narradores espa?oles da lugar, por ejemplo, a que se observe con hechos ese comportamiento. Por un lado, una selecci¨®n no siempre rigurosa de las publicaciones, y por otro, un alud de novedades que inunda el mercado y que, al instante siguiente, puede haberlo estancado para una larga temporada.
El entusiasmo que puede presidir la fiesta de este a?o se convierte as¨ª en una forma de peligro. Si el optimismo estimula una mayor insistencia en el comportamiento seguido hasta ahora, entonces lo bueno ser¨¢ el escal¨®n que conduzca a lo peor. Por el contrario, las buenas perspectivas debieran servir para llamar a la reflexi¨®n a una industria a la que todav¨ªa le queda camino para coger el paso del presente.
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