Falsificaciones literarias
Cada vez va siendo m¨¢s frecuente leer la noticia de que tal o cual obra art¨ªstica, en tal museo o colecci¨®n particular, ha resultado ser falsa tras nuevos dict¨¢menes de m¨¢s sabios expertos o tras la audaz confesi¨®n de alg¨²n falsificador demasiado vanidoso para llevarse a la tumba su secreto. La novedad m¨¢s llamativa al respecto ha sido el reciente anuncio, por parte del famoso historiador de arte Federico Zeri, de que el celebrad¨ªsimo trono Ludovisi de Roma, tenido durante un siglo por una de las joyas del relieve cl¨¢sico griego (de hacia 460 antes de Cristo, dice la Enciclopedia Brit¨¢nica en el pie de foto), es el habilidoso producto de unos excelentes cinceladores decimon¨®nicos. Zeri promete aportar las necesarias pruebas en un libro de pr¨®xima aparici¨®n, y a tenor de su inmensa reputaci¨®n como connaisseur cabe esperar que sean convincentes. El propio Zeri, en su libro Mai di traverso, ha relatado c¨®mo se hizo con un Libro de horas con miniaturas del siglo XV al ser desafiado por un lord ingl¨¦s (en cuyo castillo pasaba un fin de semana) a que acertara la autor¨ªa del 80% de los numeros¨ªsimos y raros cuadros que el lord coleccionista albergaba entre sus muros. Seg¨²n Zeri, acert¨® el 92%, y, en cumplimiento de la apuesta, le fue dado escoger un volumen de la asimismo rar¨ªsima biblioteca del arriesgado noble. Siempre seg¨²n su relato, Zeri tuvo la generosidad de dejarlo luego como regalo en agradecimiento por la hospitalidad recibida.Tenga o no raz¨®n Zeri, lo cierto es que en el mundo del arte no deja de progresarse en el conocimiento de lo que es falso y lo que es aut¨¦ntico. Las obras de ese mundo est¨¢n sometidas a perpetuo control y examen, y comisiones de incansables expertos internacionales cifrar¨¢n su mayor gloria en determinar qu¨¦ debe o no pasar a la historia. En la literatura, en cambio, casi nadie se preocupa por cuestiones de autenticidad, la cual se suele dar por sentada desde la invenci¨®n de la imprenta aun cuando haya habido un poeta notable, Thomas Chatterton, que tom¨® ars¨¦nico a los 18 a?os por culpa de un desenmascaramiento, y aqu¨ª a¨²n no se sepa qui¨¦n fue Avellaneda. En la literatura, en efecto, tambi¨¦n hay falsificaciones (aunque su trascendencia sea infinitamente menor) y por tanto hay tambi¨¦n recelos, seg¨²n he podido comprobar hace poco personalmente.
En el curso de los ¨²ltimos meses he publicado la traducci¨®n de tres cuentos (repartidos en dos revistas diferentes) de J. D. Salinger. De este m¨ªtico escritor neoyorquino se esperan y ans¨ªan nuevas obras, como es sabido, desde hace unos 25 a?os. Salinger es conocido por su negativa no s¨®lo a publicar m¨¢s o a que se reediten algunos de sus textos, sino incluso a que aparezcan fotos o datos biogr¨¢ficos suyos en las ediciones de sus libros o en la Prensa. Esos cuentos, como explicaba yo en sendas notas que preced¨ªan a mis traducciones, son muy primerizos, de los a?os cuarenta, y pr¨¢cticamente s¨®lo encontrables hoy en las hemerotecas norteamericanas. Pues bien, parece ser que el extra?o y afortunado hecho de que yo dispusiera de los originales para traducirlos, y la propia y algo fantasmag¨®rica historia que yo contaba en esas notas previas a prop¨®sito de una edici¨®n ciertamente espectral, han hecho que bastantes lectores se est¨¦n y me est¨¦n preguntando si los cuentos en cuesti¨®n no son una falsificaci¨®n m¨ªa (lo cual me honra, ya que son buenos). Pero a¨²n es m¨¢s: hace poco un cr¨ªtico me confesaba que ni ¨¦l ni alg¨²n otro miembro de su gremio hab¨ªan sacado en prensa el menor comentario sobre la aparici¨®n de esos textos hasta ahora in¨¦ditos en espa?ol (y casi tambi¨¦n en ingl¨¦s) por temor a ser objeto de una burla por mi parte. Tem¨ªan, al parecer, que su ojo cl¨ªnico quedara desautorizado por una confesi¨®n m¨ªa posterior, al estilo de las de esos vanidosos falsificadores de los que antes hablaba. Huelga decir que no hice ni dej¨¦ de hacer tal confesi¨®n. Pero la verdad es que a esos cr¨ªticos no puede reproch¨¢rseles enteramente la precauci¨®n, y para justificarlos expondr¨¦ el siguiente caso por m¨ª padecido y por m¨ª descubierto:
El narrador del c¨¦lebre cuento de Borges Tl?n, Uqbar, Orbis Tertius terminaba su relato con las siguientes palabras, supuestamente escritas en 1947: "Entonces desaparecer¨¢n del planeta el ingl¨¦s y el franc¨¦s y el mero espa?ol. El mundo ser¨¢ Tl?n. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos d¨ªas del hotel de Adrogu¨¦ una indecisa traducci¨®n quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn-Burial de Browne".
Cuando en 1983 yo acomet¨ª mi propia traducci¨®n de Urn-Burial o Hydriotaphia o El enterramiento en urnas, decid¨ª, en cambio, olvidarme de la existencia de un Quevedo en mi lengua. Pero lo que s¨ª tuve a mano fue la ¨²nica versi¨®n que de alg¨²n texto de sir Thomas Browne, m¨¦dico y prosista londinense del siglo XVII, se hab¨ªa publicado, seg¨²n mi conocimiento, con anterioridad en espa?ol: la que el propio Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares hab¨ªan ofrecido del extraordinario cap¨ªtulo V de Urn-Burial (considerado por ellos una de las cumbres de la literatura inglesa) en la revista argentina Sur (n¨²mero 111, enero de 1944). A diferencia del narrador de Tl?n, Uqbar, Orbis Tertius, ellos hab¨ªan dado al menos un cap¨ªtulo a la imprenta.
Esa versi¨®n de Borges y Bioy es tan hermosa como inexacta. Pero sin duda su mayor m¨¦rito es el de ofrecer una fant¨¢stica particularidad: en ella aparece un fragmento de Hydriotaphia o Urn-Burial que no existe en el original ingl¨¦s. Ni en el de 1658, ni en las ediciones modernas, ni tan siquiera en las abundantes marginalia que C. A. Patrides incluy¨® en la suya de 1977.
Pocos meses despu¨¦s de terminar mi traducci¨®n, Borges visit¨® Oxford, en cuya universidad yo me encontraba entonces ense?ando literatura espa?ola y teor¨ªa de la traducci¨®n. Era el 9 de octubre de 1983, y el coloquio en ingl¨¦s a que Borges se prestaba en Saint Peter's College discurr¨ªa pl¨¢cidamente sobre sus temas predilectos, sin m¨¢s sobresaltos que el del ta?ido de alguna campana, con las preguntas esperables y esperadas por parte de los dons y estudiantes oxonienses. En un momento dado, no pude resistir la tentaci¨®n y ped¨ª la palabra:
-Borges -dije (pues as¨ª pidi¨® ¨¦l que se le llamara durante el coloquio)-, en 1944 usted public¨®, con Bioy Casares, una traducci¨®n del cap¨ªtulo V de Urn-Burial, de sir Thomas Browne.
Borges hizo primero un aspaviento, el de cualquier hombre al que se le pide que retroceda 40 a?os de golpe, pero en seguida rememor¨® y asinti¨®:
-S¨ª, es cierto, lo recuerdo.
-Yo he traducido ese mismo texto recientemente -segu¨ª yo-, y al examinar la traducci¨®n de ustedes he descubierto en ella un pasaje que no existe en el original. Quer¨ªa preguntarle si recuerda haberlo inventado. Si en efecto lo invent¨® usted.
Borges fingi¨® primero gran sorpresa, luego neg¨® y por ¨²ltimo, como quien ha sido cogido en falta, le ech¨® la culpa a Bioy:
-?De veras? No recuerdo tal cosa. Pero no, yo nunca me habr¨ªa atrevido a a?adir una sola l¨ªnea a la incomparable prosa de sir Thomas, al que admiro tanto. Ser¨ªa Bioy Casares, tal vez.
Yo estoy casi convencido de que Borges no dijo la verdad en aquella ocasi¨®n, quiz¨¢ porque nos encontr¨¢bamos a pocos metros de Pembroke College, donde Browne estudi¨®; en la ciudad de Oxford, donde se tiene al m¨¦dico londInense por uno de sus hijos m¨¢s preciaros. Se me ocurre que, de haberle hecho esa pregunta en espa?ol y por ejemplo en Madrid, la respuesta pod¨ªa haber sido otra. Ya nunca lo sabr¨¦. Aunque a¨²n cabe la posibilidad de preguntarle a Bioy Casares. Pero mientras esa consulta no se lleve a cabo, el fragmento ap¨®crifo carece de paternidad, si bien tampoco puede decirse que sea an¨®nimo. Y quiz¨¢ sea preferible que esa consulta no se lleve a cabo, pues mientras tanto tambi¨¦n es posible imaginar que el ap¨®crifo se deba al narrador de Tl?n, Uqbar, Orbis Tertius y que Bioy o Borges (al que tanto se parece ese narrador) se lo arrebataran en 1947 para darlo a la imprenta tres a?os antes, en 1944, en contra de su voluntad.
"Amplios son los tesoros del olvido, e innumerables los montones de cosas en un estado pr¨®ximo a la nulidad; m¨¢s hechos hay sepultados en el silencio que registrados, y los m¨¢s copiosos vol¨²menes son ep¨ªtomes de lo que ha sucedido. La cr¨®nica del tiempo empez¨® con la noche, y la oscuridad todav¨ªa la sirve; algunos hechos nunca salen a la luz; muchos han sido declarados; muchos m¨¢s fueron devorados por la oscuridad y las cavernas del olvido. Cu¨¢nto ha quedado en vacuo, y nunca ser¨¢ revelado, de esos longevos tiempos en que los hombres apenas recordaban su juventud, y m¨¢s que antiguos parec¨ªan antig¨¹edades, cuando perduraban m¨¢s en sus vidas que ahora en nuestras meniorias".
?stas son las l¨ªneas que a¨²n no son de Borges ni de Bioy pero que un d¨ªa fueron de un Browne que s¨®lo existi¨® en espa?ol. Como suyas recuerdo que lleg¨® a citarlas hace mucho Fernando Savater. Como suyas llegu¨¦ a citarlas parcialmente yo mismo en 1982, cuando a¨²n parec¨ªan ser uno de esos hechos que "nunca salen a la luz, tesoros del olvido".
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