Un estadista
CON LA muerte de Josep Tarradellas i Joan, Catalu?a y Espa?a han perdido a un estadista. Con una obra de gesti¨®n escasa, Tarradellas ha sido seguramente el hombre p¨²blico catal¨¢n que ha realizado m¨¢s ingente obra de gobierno en lo que va de siglo. Su contribuci¨®n a la recuperaci¨®n auton¨®mica y a la normalizaci¨®n democr¨¢tica espa?ola no se cuantifican en guarismos, sino en el registro de la historia.Tarradellas ha sido un gran estadista porque toda su acci¨®n pol¨ªtica -aunque s¨®lo fueran visibles partes de ella, las correspondientes al per¨ªodo republicano y a la restauraci¨®n democr¨¢tica- estuvo guiada por un especial sentido del Estado, de la historia y de las fugaces oportunidades que a ¨¦sta ofrecen las coyunturas cambiantes.
En realidad, si se except¨²a a alg¨²n l¨ªder comunista, el primer presidente de la Generalitat de Catalu?a recuperada ha sido el ¨²nico pol¨ªtico republicano que supo evitar la jubilaci¨®n, que convirti¨® el per¨ªodo de exilio en un ¨¦xito propio, pero no exclusivo, y que desempe?¨® un papel significativo -pese a sus inalteradas convicciones sobre la forma del Estado- en la Monarqu¨ªa constitucional vigente. El espectacular y simb¨®lico regreso de Tarradellas a Barcelona en octubre de 1977 supuso la traducci¨®n pl¨¢stica de dos retos en un pa¨ªs en el que a veces cuenta m¨¢s el signo que lo designado: el engarce entre la legitimidad hist¨®rica y la pol¨ªtica, y la imbricaci¨®n entre el m¨¢s rotundo autonomismo y la idea de un com¨²n proyecto de Espa?a.
Estos hechos tan s¨®lo pod¨ªa protagonizarlos un hombre con un especial sentido de la responsabilidad: Tarradellas fue el ¨²nico ex conseller del Gobierno de Comparlys que discrep¨® abiertamente del intento revolucionario del 6 de octubre y tambi¨¦n uno de los pocos que en lajornada inmediatamente posterior al inicio de la guerra civil se present¨® en su despacho. La paciencia conspirativa en un largo exilio, la orgullosa tozudez en la representaci¨®n de un cargo sin atributos materiales y el perfeccionista respeto al lenguaje simb¨®lico del poder fueron otras tantas caracter¨ªsticas de un pol¨ªtico de escuela antigua que, sin embargo, apenas logr¨® trasladar estas cualidades a una minor¨ªa de las nuevas generaciones.
Con estas alforjas intangibles, el muy honorable Josep Tarradellas convirti¨® su traves¨ªa del desierto en una autopista que desemboc¨® en el nuevo Estado democr¨¢tico y auton¨®mico. Con estas alforjas, uno de los pol¨ªticos m¨¢s criticados por la derecha y con menor afecto entre las filas del Ej¨¦rcito de la transici¨®n supo granjearse su confianza. Gracias a su pragmatismo, tacto, di¨¢logo y a una exacta radiograf¨ªa de la situaci¨®n espa?ola, que le llev¨® al convencimiento de que hab¨ªa llegado la hora de un gran acuerdo nacional que posibilitara la sustituci¨®n sin traumas del antiguo r¨¦gimen.
En la restauraci¨®n de la Generalitat provisional y en su primera andadura, Josep Tarradellas actu¨® quiz¨¢ con un presidencialismo absorbente, pero ello facilit¨® una fecunda y eficaz etapa de unidad. Al mismo tiempo, su norma de conducta para con el conjunto de la pol¨ªtica espa?ola consisti¨® m¨¢s en convencer al adversario que en vencerle. Evit¨® la tensi¨®n permanente, el victimismo y los sistem¨¢ticos memoriales de agravios. Soslay¨® la tentaci¨®n centr¨ªfuga para canalizar el caudal catalanista hacia un proyecto de construcci¨®n. ?sa es todav¨ªa una lecci¨®n permanente.
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