Las inmoralidades de la religi¨®n
La depuraci¨®n de dos te¨®logos en Granada y la destituci¨®n de dos directores de revistas eclesiales dan pie al autor para reflexionar sobre la actitud de abierta reticencia que la Iglesia cat¨®lica adopta frente a los que se oponen a lo que resulta la l¨ªnea oficial de su doctrina.
La Prensa diaria nos ha ido dando noticia de la depuraci¨®n de dos te¨®logos en Granada y de la destituci¨®n de Benjam¨ªn Forcano de su puesto en la revista Misi¨®n Abierta. La noticia parecer¨ªa m¨ªnima: un asunto interno que ata?e a jesuitas y claretianos. La noticia coincid¨ªa, precisamente, con la lectura del libro m¨¢s reciente del fil¨®sofo ingl¨¦s A. Kenny, quien dedica los dos ¨²ltimos cap¨ªtulos a las relaciones entre la moral, la religi¨®n y la Iglesia. La coincidencia, naturalmente, se daba en m¨ª. La destituci¨®n citada o el impuesto religioso est¨¢n ah¨ª sin Kenny o sin m¨ª.Es una tentaci¨®n comentar lo que dicho fil¨®sofo escribe sobre el llamado aborto o interrupci¨®n voluntaria del embarazo. La habilidad que muestra A. Kenny al aprovechar la distinci¨®n filos¨®fica entre un individuo y la especificaci¨®n de propiedades individuales es de la mayor utilidad a la hora de encontrar argumentos a favor de la interrupci¨®n del embarazo, al menos en un momento dado. Incluso podr¨ªa animar a muchos te¨®logos a revisar su doctrina contra el aborto, en funci¨®n de otra que les deb¨ªa de ser muy conocida: s¨®lo hay individuos humanos distintos cuando hay materias realmente distintas.
No voy a seguir con la despenalizaci¨®n del embarazo por largo que sea el brazo de la Iglesia en este asunto. Ni dir¨¦ palabra alguna sobre la extra?a financiaci¨®n a esa misma Iglesia por medio del impuesto religioso.
Mi objetivo se reduce a las remociones, destituciones; es decir, a las depuraciones antes mentadas.
Kenny se?ala c¨®mo en los a?os m¨¢s recientes, y contra la corriente de la tradici¨®n liberal en la que ven¨ªamos movi¨¦ndonos, la intromisi¨®n de la Iglesia o de los eclesi¨¢sticos en los asuntos de gobierno ha sido creciente. No se trata s¨®lo de los conocidos casos de Polonia o Nicaragua, sino tambi¨¦n, por ejemplo, el de los obispos de EE UU contra la utilizaci¨®n de las armas nucleares, o el del cardenal Sin en apoyo de Cory Aquino. Uno puede ver con mejores ojos a unos o a otros, pero el problema no es de simpat¨ªas, sino el viejo tema de la autoridad que pueda tener el eclesi¨¢stico para meterse, en cuanto tal, en la esfera civil.
Se me puede responder que dicho problema est¨¢ resuelto desde hace tiempo, al menos en lo que hace a la relaci¨®n entre la Iglesia como instituci¨®n y el Estado. Pero de ese problema no voy a decir nada. Me interesa otro m¨¢s complicado y, desde luego, actual: el de la intervenci¨®n de la propia Iglesia en sus asuntos y la responsabilidad moral y pol¨ªtica de los que estamos fuera.
Problema moral
Lo que ha sucedido con los te¨®logos y con Forcano -que tambi¨¦n es te¨®logo- ?es algo, que s¨®lo importa a los que practican las creencias en cuesti¨®n, o se da en este conflicto un problema moral al que ha de responder cualquiera, independientemente de su adscripci¨®n religiosa?
Parecer¨ªa, de entrada, que nada hay que decir desde fuera de la instituci¨®n. ?sta tiene sus reglas y las aplica a los miembros de tal comunidad, puesto que dichos miembros las aceptan voluntariamente. Todo se resolver¨ªa, por tanto, intramuros. Una mirada m¨¢s atenta nos indica que la situaci¨®n no es tan simple. Porque ocurre que los individuos que han sufrido y sufren la sanci¨®n son personas que desarrollan una actividad al comp¨¢s de otros movimientos sociales que van mucho m¨¢s all¨¢ de la Iglesia. As¨ª, si un cl¨¦rigo decide defender solidariamente a un pa¨ªs determinado (pi¨¦nsese en Nicaragua) o defender una pol¨ªtica interior y exterior determinada (pi¨¦nsese en la entrada o no de Espa?a en la OTAN), su actividad desborda la instituci¨®n para entroncarse en la sociedad en que vive, al margen de lo que la Iglesia, en cuanto tal, opine en tales materias. En este caso parece, en consecuencia, que a una solidaridad hay que responder con otra. Y parece, por tanto, que el asunto es pol¨ªtico y, m¨¢s concretamente, moral. Es pol¨ªtico porque la sanci¨®n ataca, indirectamente, las opciones pol¨ªticas compartidas. Y es moral porque requiere la solidaridad ideol¨®gica y humana de los que piensen como los que han sido sancionados.
Todav¨ªa m¨¢s, el asunto es espec¨ªficamente moral porque la actuaci¨®n eclesial exige que se tome postura respecto a los principios morales de la instituci¨®n. As¨ª, e independientemente de las interpretaciones que se puedan dar con mayor o menor correcci¨®n de la Biblia, se puede -se debe- criticar el hecho de que un ni?o muera porque sus padres, bas¨¢ndose en alguna de esas interpretaciones, no permiten que se le haga una necesaria transfusi¨®n de sangre. Igualmente, y al margen de las normas de obediencia que pueda tener la Iglesia o una determinada orden dentro de ella, se puede -se debe- criticar que se deponga de un cargo a quien libremente se expresa o act¨²a justamente en el mundo, profano, de todos los d¨ªas. Porque, nobleza obliga, si se los depura es precisamente porque piensan como muchos de nosotros. Para ser m¨¢s exactos: porque ellos y nosotros, en muchas cosas, pensamos igual.
Juicio moral
Si antes nos referimos a la creciente influencia de los eclesi¨¢sticos en pol¨ªtica -muchas veces saludable, aunque casi siempre confusa-, habr¨ªa ahora que decir que ha llegado el momento de invertir la situaci¨®n, al menos en lo que ata?e al juicio moral.
M¨¢s ac¨¢ de Dios y m¨¢s all¨¢ del C¨¦sar y, desde luego, por encima o por debajo de la teolog¨ªa, que no as¨ª de la moral, algunos creemos que los disidentes aludidos tienen raz¨®n. Por lo menos creemos que los que les condenan no tienen raz¨®n. El primer paso para estar con ellos es decirlo p¨²blicamente.
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