'L'Action Fran?aise', resucitada
En el Vaticano las campanas tocan a duelo. Y no es para menos. Parec¨ªa que ya hab¨ªan pasado los tiempos de los cismas y de los desgarrones eclesiales. A lo sumo aparec¨ªa por el sur de Europa un esperpento "palmariano", pero que a la hora de la verdad no le quita el sue?o a nadie.Lo de Francia es muy serio, porque viene de atr¨¢s. Por los a?os veinte estuvo muy robusto en Francia un movimiento religioso-pol¨ªtico, titulado L'Action Fran?aise, que arrastr¨® no s¨®lo a muchos pol¨ªticos, sino a muchos altos eclesi¨¢sticos. Era un movimiento integrista. Empalmaba con el galicanismo, o sea, la tendencia de la Iglesia de Francia a establecer una especie de autonom¨ªa frente a la misma Roma. El jefe principal del movimiento fue Charles Maurras, que, a pesar de declararse agn¨®stico, apostaba por la Iglesia integrista como el gran punto de apoyo de la pol¨ªtica conservadora.
De ¨¦l se cuenta que animaba a los cat¨®licos a que cantaran solemnemente el Magn¨ªficat, con muy buena m¨²sica y mejor incienso, para que el pueblo no se enterara del contenido, aut¨¦nticamente revolucionario, del c¨¢ntico de Mar¨ªa.
Pues bien, monse?or Lefebvre fue miembro de aquel movimiento y, a lo que parece, nunca se ha desmarcado de ¨¦l. Esto l¨®gicamente se notaba mucho menos antes del Concilio Vaticano II, cuando fue obispo de Dakar, su postura no llamaba la atenci¨®n porque de hecho era compartida por tantos obispos de la Iglesia cat¨®lica, sobre todo de la francesa.
Pero el Concilio Vaticano II fue la piedra de toque. Muchos creen que la diferencia que hay entre las exigencias de monseflor Lefebvre y el concilio se reducen a la liturgia de la misa en lat¨ªn y a la que ellos llaman lectura tradicional del concilio. Pero la cosa es mucho m¨¢s honda. Monse?or Lefebvre realmente no acepta el Concilio Vaticano II. Y la raz¨®n es muy profunda. En el concilio se produce lo que hoy se llama una ruptura epistemol¨®gica. Es decir: hasta entonces la Iglesia era concebida como "sociedad perfecta" y esto quer¨ªa decir que se presentaba como una completa alternativa a la sociedad civil. Sobre todo, a partir de la Ilustraci¨®n, cuando las realidades terrenas abogaron por su autonom¨ªa, la Iglesia se sinti¨® ofendida y humillada, encerr¨¢ndose por eso en sus cuarteles de invierno.
Para ser m¨¢s claros, tenemos que decir que la Iglesia, viendo que ya no pod¨ªa funcionar como una "sociedad perfecta", se convirti¨® en una especie de "economato" en donde se distribu¨ªa todo. All¨ª se ense?aba una determinada ciencia, se despachaban unos determinados art¨ªculos, se ejerc¨ªa una determinada medicina, etc¨¦tera. Y as¨ª se formaban especialistas para todo: m¨¦dicos cat¨®licos, economistas cat¨®licos, banqueros cat¨®licos y, sobre todo, pol¨ªticos cat¨®licos. Con estas huestes, aunque reducidas con respecto a la ¨¦poca sacro-imperial, la Iglesia manten¨ªa todav¨ªa su no peque?o dominio en el mundo de las realidades temporales.
A esto en definitiva se reduce el integrismo. La Iglesia recog¨ªa en su seno a sus feligreses y los equipaba de arriba aba o para que no se contaminaran con los miasmas exteriores.
Pero vino el Concilio Vaticano II y con ¨¦l el famoso "esquema XIII", convertido en Constituci¨®n Gaudium et Spes. Y all¨ª se dijo algo tan revolucionario como que las realidades terrenas tienen plena autonom¨ªa. La Iglesia se planta delante de ellas, toma ciertamente una actitud cr¨ªtica, pero incluso aprende de ellas. Los pol¨ªticos, los banqueros, los soci¨®logos, los economistas dejan de ser disc¨ªpulos de la Iglesia para convert¨ªrse tambi¨¦n en maestros. Eso s¨ª, la Iglesia seguir¨¢ con su actitud cr¨ªtica y sin renunciar al rico patrimonio de su fe y de su tradici¨®n, en virtud del cual tomar¨¢ posturas diferentes seg¨²n se presenten las circunstancias.
Al llegar aqu¨ª se produjo una escisi¨®n en el concilio, pero fue tan peque?a que apenas se not¨®. La exultaci¨®n de los que descubrieron a la Iglesia como pueblo de Dios, inmerso como levadura en el mundo, fue tan grande que apag¨® las quejas de algunos padres conciliares que no lograban superar su nostalgia.
Lefebvre fue uno de ellos. Y a su favor hay que decir que no tuvo reparo en airear su manera de pensar. Hubo m¨¢s de un obispo que, pensando como Lefebvre, se call¨® la boca por miedo a "cantar fuera del coro". Este tipo de obispos quiz¨¢ hayan hecho m¨¢s da?o a la Iglesia que la sinceridad de monse?or Lefebvre.
En efecto, hoy nos encontrarr,los frente a un problema claro y definido: o con Roma o contra Roma. Sin embargo, pululan por ah¨ª muchos documentos episcopales que llenan de confusi¨®n a los fieles, ya que ¨¦stos se hab¨ªan tomado en serio al Concilio Vaticano II. Y no es que abiertamente descalifiquen el concilio, sino que simplemente afirman que de ¨¦l se ha hecho una mala lectura. ?Es que el documento de Medell¨ªn, que nos ofrecieron los obispos latinoamericanos, no es una deducci¨®n totalmente l¨®gica del concilio? ?Y no lo es tambi¨¦n el otro documento de Puebla que desde M¨¦xico nos ofrecieron los latinoamericanos?
Pues bien, donde el concilio ha producido una mayor floraci¨®n de fe cristiana y de vocaciones apost¨®licas es precisamente en Am¨¦rica Latina, el subcontinente que a final de siglo albergar¨¢ la mayor¨ªa de los cat¨®licos del mundo.
Mientras tanto, nosotros, los caducos europeos, quiz¨¢ envidiosos porque ya la teolog¨ªa no se escribe en alem¨¢n o en ingl¨¦s, sino en los idiomas inferiores del castellano y del portugu¨¦s, ponemos el grito en el cielo contra la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, sin darnos cuenta de que es all¨ª donde se est¨¢ liberando la teolog¨ªa. ?Qui¨¦n ser¨¢ capaz, por ejemplo, de acusar de secularista al padre de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, al indio Gustavo Guti¨¦rrez, cuando ha le¨ªdo su libro Beber del propio pozo, que se puede catalogar entre los mejores ejemplares de la literatura m¨ªstica? ?Y qui¨¦n es capaz de poner en duda la fe y la profunda religiosidad del viejo arzobispo brasile?o Helder C¨¢mara o del joven hispano-brasile?o Pedro Casald¨¢l¨ªga? ?Qui¨¦n puede dudar de la profunda religiosidad de los hermanos te¨®logos brasile?os Leonardo y Clodovis Boff. Y as¨ª podr¨ªamos seguir adelante en una fila interminable.
Pero lo m¨¢s impresionante es la nube de testigos (en el sentido de m¨¢rtires) que nos ofrece esa Iglesia que ha sido fiel al concilio y ha sabido leerlo correctamente. Monse?or Romero, arzobispo de San Salvador, viv¨ªa en un modesto cuartito del hospital de la Divina Providencia para cancerosos incurables. La tarde del 24 de marzo de 1980 celebraba una misa en el primer aniversario de do?a Sara de Pinto -do?a Sarita-, madre del editor del peri¨®dico El Independiente. En la homil¨ªa habl¨® sobre el sentido de la vida y de la muerte. Cuando iba a comenzar el ofertorio de la misa, a las seis y media son¨® el disparo que seg¨® su vida. En el camino hacia la policl¨ªnica pronunci¨® sus ¨²ltimas palabras: "que Dios los perdone". Pero la muerte de monse?or Romero no es un caso aislado. Antes de ¨¦l hab¨ªan sido asesinados los sacerdotes Rutilio Grande, Alfonso Navarro, Ernesto Barrera, Octavio Cruz, Rafael Palacios, Alirio Napole¨®n Mac¨ªas y un ingente n¨²mero de catequistas, obreros, campesinos, J¨®venes, religiosos, mujeres y ni?os cristianos. Monse?or Romero ve¨ªa claramente que no se persegu¨ªa a la Iglesia como tal, sino que se persegu¨ªa al pueblo y a la Iglesia por estar con ¨¦l.
Despu¨¦s de haber hecho un breve recorrido por esta lectura aut¨¦nticamente conciliar del Vaticano II nos parece que el amenazante cisma de monse?or Lefebvre es una minucia de la que no hay que preocuparse mucho. Pero los europeos seguimos siendo orgullosos. ?Qu¨¦ importa que un grupo, en defin¨ªtiva no muy numeroso, de cristianos se empe?en en decir misa en lat¨ªn, nombrar sus propios obispos y sacerdotes y seguir con nostalgia un tipo de vida eclesial que desde luego no tiene ning¨²n futuro? ?No queda todo compensado por esa floraci¨®n de cristianismo f¨¦rtil y juvenil de Am¨¦rica Latina y tambi¨¦n de ?frica, donde en 1913 hab¨ªa solamente 700.000 cat¨®licos y ahora hay nada menos que... 72 millones?
El caso de Lefebvre est¨¢ ah¨ª y hay que darle la importancia que tiene. Pero de una vez por todas los europeos, y con ellos la Iglesia, debemos comprender que ya, afortunadamente, no somos el ombligo del mundo.
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