Poderoso expresionismo
Tay Garnett fue un director at¨ªpico en su medio, y en paste contradictorio. Por un lado, hizo filmes rutinarios para los grandes estudios y se atuvo aparentemente a las r¨ªgidas normas que ¨¦stos impon¨ªan a su marca de f¨¢brica.Pero, por otro lado, Garnett era un director de los pocos que, en el Hollywood de mediados de siglo, interven¨ªa directamente en la elaboraci¨®n de los guiones y di¨¢logos de sus pel¨ªculas e intentaba siempre poner en ellas, por debajo de la gen¨¦rica de los estudios, su propia marca personal. El cartero siempre llama dos veces es uno de sus trabajos que mejor ilustra esta duplicidad del cineasta.
Esta tercera versi¨®n -la m¨¢s reciente es la interpretada por Jack Nicholson y Jessica Lange- de la famosa novela de James Cain adolece de artificialidad en el personaje compuesto por Lana Turner, en el que resultan algo chocantes los estereotipos impuestos en aquel tiempo por la Metro a sus producciones menores.
El cartero siempre llama dos veces
Direcci¨®n: Tay Gamett. Gui¨®n: Harry Ruskin y Niven Busch. Fotograf¨ªa: Sidney Wagner. M¨²sica: George Bassman. Producci¨®n: Metro-Goldwyn-Mayer, Estados Unidos, 1846. Int¨¦rpretes: John Garfield, Lana Turner, Cecil Kellaway, Leon Ames, Hume Cronyn, Alan Redd. Estreno en Madrid: cine Bellas Artes, en versi¨®n original subtitulada.
Pero, junto a este pie forzado de la diva -que se manifiesta sobre todo en su vestuario y en la composici¨®n excesivamente externa de su personaje-, la distinci¨®n del estilo de Garnett aparece, por una parte, en las extraordinarias interpretaciones de. John Garfield, Hume Cronyn y casi todo el reparto masculino, y, por otra, en algunas singularidades de la imagen y el tempo del filme, que bombardean la retaguardia de esos estereotipos de f¨¢brica.
Admira descubrir a estas alturas c¨®mo se mantiene vigente ese punto de distinci¨®n de Garnett, que hace de El cartero una obra. de sorprendente actualidad, que se adelanta a los productos similares de su tiempo con un juego de im¨¢genes -exacerbaci¨®n del blanco sobre el negro, cadencia cr¨ªtica m¨®rbida, juegos de contrastes de luz muy audaces para su tiempo y para el conservadurismo formal que la Metro impuso a su producci¨®n gen¨¦rica despu¨¦s, de la muerte de Irving Thalberg, tensi¨®n febril de un juego de actores ins¨®lito e igualmente adelantado a su tiempo- que es deudor del legado del mejor expresionismo alem¨¢n heredado por las tradiciones del cine norteamericano.
La pel¨ªcula es m¨¢s, mucho m¨¢s, que una rareza. Es obra de enorme inter¨¦s, de una gran fuerza y sutileza pl¨¢stica, que la perfecci¨®n y el intenso dramatismo del gui¨®n de Ruskin y Busch soporta con enorme facilidad y que, gracias a que Garnett era capaz de absorber para su estilo las cosas m¨¢s dispares, nos hace digerir, sin esfuerzo alguno, incluso el exceso de presencia de Lana Turner, que, sin encajar en el entramado masculino de la intriga, acaba por convencer casi con las mismas nobles armas expresivas que Garfield, Kellaway, Ames y Cronyri derrochan.
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