Fin del plazo
LOS ESPA?OLES terminan hoy de rellenar la declaraci¨®n del impuesto sobre la renta de las personas f¨ªsicas. Como de costumbre, muchos de ellos han sido incapaces de entender el complicado lenguaje burocr¨¢tico de Hacienda y han tenido que recurrir a asesores fiscales. La siempre prometida simplificaci¨®n de este trance poco agradable no acaba de llegar, y, por si fuera poco, las ¨²ltimas semanas del plazo para rellenar los impresos han venido acompa?adas por una intensa campa?a intimidatoria, esta vez centrada en procesamientos de actores famosos, como si no hubiera otros defraudadores que los del espect¨¢culo o como si, m¨¢s veros¨ªmilmente, se quisiera obtener los m¨¢ximos resultados ejemplificadores con un n¨²mero reducido de casos de gran relieve social.Todo ello forma parte del paisaje habitual de esta ¨¦poca del a?o, como tambi¨¦n forman parte de ¨¦l las dudas de los ciudadanos en cuanto a la justicia redistributiva del impuesto y el destino final de los fondos recaudados. Para disipar las dudas en este ¨²ltimo terreno, Televisi¨®n Eapa?ola nos ofrece desde hace unas semanas un insufrible programa en el que sin el m¨¢s m¨ªnimo an¨¢lisis se recitan mon¨®tonomente algunas partidas del presupuesto acompa?adas de unas cuantas im¨¢genes ilustrativas. Por este camino no llegaremos demasiado lejos en la comprensi¨®n de las grandes partidas del gasto p¨²blico ni podremos comprobar si ¨¦ste se ajusta a las prioridades definidas por el Parlamento en el momento de votar los Presupuestos Generales del Estado. En cuanto al resto del gasto p¨²blico, reina la oscuridad total, pues ni los Ayuntamientos ni las comunidades aut¨®nomas tienen a bien dar cuentas de sus gastos.
Los ciudadanos tienen la sospecha de que no pagan todos los que debieran y de que el esfuerzo recaudatorio de Hacienda se centra casi exclusivamente en los asalariados, que son quienes no pueden ocultar sus ingresos. Esta impresi¨®n se ha visto confirmada por la publicaci¨®n de los resultados de un estudio encargado por el Instituto de Estudios Fiscales sobre el fraude fiscal: la comparaci¨®n de los datos de la contabilidad nacional con los correspondientes a la declaraciones de Hacienda muestran que los asalariados declaraban en 1986 m¨¢s del 71% de sus ingresos estimados, mientras el porcentaje de declaraci¨®n del resto de los rendimientos apenas superaba el 30%. En cuanto a los valores medios, los rendimientos del trabajo se situaban en casi 1,4 millones de pesetas por declaraci¨®n, cifra muy parecida a la declarada por los rendimientos profesionales y muy superior a la correspondiente a los rendimientos empresariales, que se situaban en torno a 850.000 pesetas. Con esas cifras va a ser muy dif¨ªcil competir en la Europa de 1992. Por otra parte, que los asalariados declaren por t¨¦rmino medio unos ingresos que representan casi el doble de los declarados por los empresarios es algo que debiera preocupar seriamente a los soci¨®logos: la lucha de clases parece haber invertido su polaridad en nuestro pa¨ªs en esta ¨²ltima parte del siglo. Desde esta perspectiva es dif¨ªcil explicarse los redoblados esfuerzos de tantos altos cargos de la Administraci¨®n actual por convertirse en empresarios una vez terminado su mandado.
Por lo dem¨¢s, mientras los porcentajes de declaraci¨®n de las rentas no salariales no alcancen una proporci¨®n m¨¢s cercana a lo razonable, el proceso redistributivo seguir¨¢ afectando casi exclusivamente a los asalariados: los que perciben unas rentas mayores ven reducidos sus ingresos para con ello reconstituir las rentas de los menos favorecidos. Se trata de un fen¨®meno al que no hay nada que objetar salvo que deja al margen del sistema a colectivos de ciudadanos con recursos m¨¢s que suficientes, entre los que cabe destacar a un buen n¨²mero de empresarios y rentistas. Y si bien es cierto que en los ¨²ltimos a?os se ha avanzado algo en la localizaci¨®n y el control de estos ingresos, lo cierto es que a¨²n estamos a a?os luz de lo que debiera ser un sistema realmente redistributivo, y, lo que es peor, nadie parece dispuesto a entablar seriamente un debate sobre la cuesti¨®n. No debe extra?ar, pues, que a la hora de rellenar sus impuestos una buena parte de los espa?oles sienta que no todo el mundo es igual ante el impuesto, o, por decirlo en frase de Orwell, que unos son m¨¢s iguales que otros.
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