Una historia de los jud¨ªos
El libro, A history of the jews (Una historia de los jud¨ªos), de Paul Johnson, editado en el Reino Unido por Weidenfeld and Nicolson, es la inevitable secuela de la admirable obra de Paul Johnson A history of christianity (Una Historia del cristianismo), aunque, en t¨¦rminos hist¨®ricos, el orden de composici¨®n invierte la secuencia natural de las cosas. Es algo an¨¢logo a la experiencia de la mayor parte de aquellos de nosotros a los que, educados en la unicidad de Jesucristo, se nos ha ense?ado luego a considerar su juda¨ªsmo y, l¨®gicamente a preguntarnos qu¨¦ es exactamente el juda¨ªsmo. Cuando hace algunos a?os, en una cena en un colegio de jesuitas de Boston, o¨ª bendecir la mesa antes de la comida invocando "nuestro padre Abrabam" Cuando el a?o pasado recib¨ª una carta de un sacerdote alabando mi novela A Man of Nazareth (El hombre de Nazareth) porque en ella presentaba a Cristo verdaderamente como un jud¨ªo, me di cuenta de que exist¨ªan cristianos que desean que se supere la ruptura con la fe mas antigua. En un cierto sentido, los cristianos est¨¢n ahora orgullosos de pensar en s¨ª mismos como jud¨ªos.Est¨¢ en la propia naturaleza del juda¨ªsmo la obstinaci¨®n en negarse a considerar el cristianismo como algo distinto a una herejia jud¨ªa. Johnson elogia fundamentalmente esta obstinaci¨®n. Los jud¨ªos son l¨®gicos, consistentes e intransigentes, y por esas cualidades se han ganado la admiraci¨®n, la envidia y el odio del mundo no judio. Los primeros cristianos eran jud¨ªos, y en ciertos aspectos, m¨¢s aut¨¦nticamente jud¨ªos que sus hermanos no convertidos. Esteban no fue el primer m¨¢rtir porque creyera que Cristo era el Mes¨ªas, Sino porque disminuy¨® el valor y el poder del templo de Jerusal¨¦n: ¨¦ste localizaba a un Dios que estaba en todas partes, adem¨¢s de crear una jerarqu¨ªa de sacerdotes-magnates que colaboraban con los ocupantes romanos para mantener su posici¨®n. Esteban fue lapidado hasta morir por afirmar los valores m¨¢s sencillos de los jud¨ªos en el desierto, con su Arca de la Alianza transportable.
El rabino Gamaliel, el maestro de Pablo, advirti¨® al Sanedr¨ªn que no deb¨ªa condenar la fe nazarena, ya que pod¨ªa contener la verdad. Pero que el cristianismo no era la verdad se hizo evidente durante el ministerio de Pablo. El juda¨ªsmo ortodoxo establec¨ªa una divisi¨®n entre Dios y el hombre; el cristianismo paulino predicaba que en la persona de Cristo se un¨ªan Dios y hombre. Esto no pod¨ªa ser aceptado entonces y no puede ser aceptado ahora.
El cristian¨ªsmo es complejo y parece contener contradicciones. El juda¨ªsmo es simple y totalmente coherente. Cuando Abraham lleg¨® procedente de la Ur de los caldeos y fund¨® el pueblo jud¨ªo hizo un descubrimiento, terror¨ªfico para el pensamiento de su ¨¦poca y dado hoy por sentado. En una era polite¨ªsta, estableci¨® el monote¨ªsmo. Esto era algo que los egipcios nunca pudieron entender y que las rel¨ªgiones estatales de los griegos y los romanos no quer¨ªan entender. Se trataba adem¨¢s de un monote¨ªsmo ¨¦tico en el que el hombre se encontraba en una situaci¨®n de relaci¨®n moral con Dios. Dios no ten¨ªa, como ticne en el cristianismo, mediadores: estaba totalmente en contacto con el hombre y le dec¨ªa a ¨¦Iste, de manera inequ¨ªvoca, lo que deseaba. Mois¨¦s sac¨® de Egipto a los israelitas porque un sofisticado pueblo monote¨ªsta no pod¨ªa subsistir en un pa¨ªs que, aunque poderoso y tecnol¨®gicamente avanzado, se aferraba a una fe infantil. Estableci¨® el contrato escrito entre Dios y el hombre, y sent¨® los r¨ªgidos principios de conducta apropiados para un pueblo elegido. Y llev¨® a los jud¨ªos a una tierra promet¨ªda que no le fue permitido ver. El Dios de los jud¨ªos era un Dios cari?oso pero duro.
Johnson, acertadamente, llama la atenci¨®n sobre el hecho de que la historia primitiva del pueblo elegido es una cr¨®nica de la lucha entre dos conceptos: el derecho a una tierra prometida y la imposibilidad de guardar la fe una vez que se hubieron es tablecido en ella. Las pretensiones de establecer un Estado secular, que supone compromiso agresi¨®n hacia los depredadores procedentes del exterior y una limitaci¨®n de los derecho del alma individual, est¨¢n en contradicci¨®n con la doctrina judaica pura. Lo que ya se descubri¨® durante la edad de hierro se est¨¢ volviendo a descubrir ahora. El moderno Estado de Israel se enfrenta con el mismo problema, y sus normas seculares est¨¢n en pugna con las ense?anzas de los rabinos. Los jud¨ªos se vieron forzados a la di¨¢spora por los paganos, quienes, no entendiendo nada del contrato entre Dios y el hombre, no valoraban la vida humana y eran unos agresores despreocupados por la misma. Pero cuando los jud¨ªos llegaron a Babilonia quisieron permanecer all¨ª, y no recibieron bien al ej¨¦rcito liberador de Ciro. Con la destrucci¨®n por Tito de la Palestina jud¨ªa se reafirm¨® la condici¨®n de ser exillados y sin tierras (la condici¨®n de Abraham, el fundador). Esto no constituv¨® ninguna dificultad real: la fe de los jud¨ªos s¨®lo pod¨ªa prosperar si se dejaba a los extranjeros la tarea de gobernar.
Pero son los jud¨ªos los que han sido extranjeros y a los que injustamente se les ha aplicado el nombre de par¨¢sitos. En la naturaleza de su fe ha estado el proclamar su originalidad, su diferencia respecto a sus anfitriones, mediante la circuncisi¨®n, sus complicadas leyes diet¨¦ticas y su infalible l¨®gica. Son ellos los grandes razonadores del mundo, y lo que a grupos humanos de menos categor¨ªa les parece superstici¨®n se ha demostrado siempre que es el producto del rigor intelectual. No hay ning¨²n punto de la ley jud¨ªa que est¨¦ basado en el prejuicio, la emoci¨®n o la confusi¨®n mental. En el siglo XII, Moshoch Maim¨®nides precedi¨® a Averroes y Aquino en la construcci¨®n de un inatacable y racional monumento legal, lo mismo que despu¨¦s de ¨¦l hicieron Spinoza y Einstein. Sp¨ªnoza razon¨® a Dios como carente de existencia, de concreci¨®n, de entidad (*). Como en sus diferentes maneras iban a hacer Marx y Freud. Pero la energ¨ªa de la l¨®-
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Una historia de los jud¨ªos
Viene de la p¨¢gina anteriorgica jud¨ªa siempre implica el peligro de llevar las cosas demasiado lejos. Es ¨¦sa la energ¨ªa que deja perplejos o espanta a pueblos menos dotados.
Buena parte de la cr¨®nica de Johnson tiene necesidad de ocuparse de la hostilidad hacia los jud¨ªos que los pa¨ªses anfitriones cristianos, y posteriormente ateos, expresaron con los pogromos y finalmente con el holocausto. Ha existido siempre una hostilidad f¨¢cilmente explicada en t¨¦rminos de envidia y resentimiento. Los jud¨ªos, sin tierra, preparados siempre para la expulsi¨®n fuera de los pa¨ªses anfitriones, tuvieron que negociar continuamente con bienes que pudieran llevar consigo, principalmente dinero en forma de pagar¨¦s. Los cristianos, que nunca se han parado a cuestionar la consigna de san Pablo de que la codicia por el dinero es la ra¨ªz de todos los males, se niegan a ver el oro, la plata y los pagar¨¦s como simples s¨ªmbolos o representaciones del valor de las cosas. Los prestamistas y banqueros jud¨ªos consideraban el inter¨¦s, al que los cristianos denominaban usura, como un equivalente l¨®gico de la capacidad de crecer del trigo y de parir de las vacas. Han sido oprimidos y exterminados porque son razonadores y razonables.
Fue la condici¨®n de razonables lo que les llev¨® a su destrucci¨®n por el Estado nazi (o, y Johnson no es reticente en relaci¨®n con esto, por el pueblo germano, al que tan bien hab¨ªan servido en la ¨¦poca de la Ilustraci¨®n). Eran demasiado razonables para pensar como posible el que toda una naci¨®n cometiera genocidio. Hab¨ªan sufrido a lo largo de la historia alemana -y de forma m¨¢s espectacular, de la historia austriaca- con la calumnia de la sangre, con la obscenidad del Judensau, con la imposici¨®n de nombres humillantes como Eselkopf y Schinalz, pero no pod¨ªan crer que la irracionalidad homicida persistiera para siempre. El curso del antisemitismo pasa por m¨¢s naciones que Alemania y Austria, y, como Johnson insin¨²a, el hecho de que tales naciones se hayan entregado a la corrupci¨®n y la decadencia parece ser una ley de retribuci¨®n divina. La Uni¨®n Sovi¨¦tica no necesita halagarnos con promesas de un mayor liberalismo: el ¨ªndice de su sinceridad es el trato que da a los jud¨ªos.
Algunos pa¨ªses salen airosos de la larga historia de la represi¨®n antijud¨ªa. Inglaterra, por ejemplo, fue un tolerante pa¨ªs anfitri¨®n para los exiliados jud¨ªos. La Edad Media tiene sus nauseabundos r¨¦cords de pogromos instigados por la calumnia de la sangre (la calumnia de que la sangre de los cristianos se utilizaba en el amasad de los matzos de la Pascua jud¨ªa) o por magnates de los respectivos pa¨ªses incapaces de pagar sus deudas a los prestamistas jud¨ªos, pero el per¨ªodo cromwelliano, que hizo hincapi¨¦ en el origen jud¨ªo del Estado cristiano y le¨ªa el Antiguo Testamento m¨¢s que el Nuevo, reibi¨® a los jud¨ªos como a los en¨¦rgicos financieros del nuevo mercantilismo. Estados Unidos, que acogi¨® bien a cualquier pueblo emigrante cuya fe estuviera en conformidad con el ideal democr¨¢tico (y ning¨²n pueblo ha sido m¨¢s democr¨¢tico que el pueblo jud¨ªo), sigue siendo la verdadera tierra prometida, con el Estado de Israel como la necesaria maquinaria pol¨ªtica que, en un cierto sentido, es la simple respuesta desafiante al holocausto. El excelente libro de Paul Johnson cubre 4.000 a?os de turbulencia con una fuerza que prefiere la imagen definida a la vaga generalidad (Herzl, contemplando la humillaci¨®n de Dreyfus y, al mismo tiempo, inventando el sionismo; Sans¨®n, el heroico delincuente de largos cabellos; Salom¨®n, el internacionalista secular; las SS, estrellando los cerebros succionados de los jud¨ªos). S¨®lo comete un error: al discutir el falso uso del t¨¦rmino ario, lo atribuye correctamente a un grupo de lenguaje, pero dice que ese grupo ten¨ªa "sus ra¨ªces en el s¨¢nscrito". Esto es como decir que el lat¨ªn es un dialecto del milan¨¦s o del catal¨¢n, o que el alem¨¢n es un derivado del yiddish.
* Dios, como esencia, como sustancia o como realidad, al que identifica con la naturaleza: Deus sive natura. (Nota de la traductora.)
Traductora: M. C. Ruiz de Elvira
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