La cr¨ªtica (interesada) de la cr¨ªtica (independiente)
Redacciones de peri¨®dicos, concili¨¢bulos de intelectuales y departamentos universitarios coinciden en el convencimiento de que sano juicio y pertenencia pol¨ªtica est¨¢n en relaci¨®n inversamente proporcional. A m¨¢s militancia menos inteligencia. En el extremo ideal: la raz¨®n pura es independiente. Puede que la cosa no se exprese en estos t¨¦rminos, pero por doquier domina la convicci¨®n de que carn¨¦ de partido y objetividad del juicio son asuntos mal avenidos. S¨®lo el militante que excede en radicalidad cr¨ªtica merecer¨¢ ser recibido en el regazo del buen juicio.A cualquiera se le alcanza que hay razones hist¨®ricas y de presente para esa desconfianza. Aqu¨ª se ha visto c¨®mo s¨®lidos y prestigiosos intelectuales republicanos fueron sustituidos por otros, doctorados con yugo y flechas, predicando la verdad eterna de la escol¨¢stica (del tomismo-leninismo, que dice un amigo). Esta experiencia, junto al espect¨¢culo nada infrecuente de est¨®magos agradecidos que proclaman sin rubor aquello de "la raison du plusfort est toujours la meilleure", alimenta la sospecha de que la militancia pol¨ªtica somete al interfecto al segundo grado de obediencia: primero se le pide que entregue su cuerpo al partido; luego, su alma a la fontaner¨ªa. Con lo primero, trueca libertad por bienestar; por lo segundo, dignidad contra poder.
El militante pierde pues la condici¨®n de ciudadano: tener opini¨®n propia sobre la cosa p¨²blica, sin otro inter¨¦s, en su manifestaci¨®n, que ser escuchado y eventualmente contestado.
Est¨¢ tan extendida la especie de la malformaci¨®n del juicio de quien opta organizadamente en pol¨ªtic¨¢ (malformaci¨®n que se refiere a la incapacidad intelectual por la objetividad y a la incapacidad moral por la rectitud) que no hay mayor ofensa intelectual, entre nosotros, que suponer en el otro alguna debilidad oficialista.
Que el poder a veces confunde, la pol¨ªtica ofusca y la prudencia del gobernante tiende a enmascarar sus desnudeces con remisiones a secretos de Estado, es algo evidente. Es m¨¢s, en circunstancias normales el independiente tiene la ventaja de decir esas razones que el pol¨ªtico calla por prudencia. Ahora bien, esa presteza en apretar el gatillo ?supone m¨¢s objetividad, m¨¢s racionalidad? No quisiera caer en el vicio, denunciado en este peri¨®dico por Juan Cueto, cuando ironizaba sobre el pozo de sabidur¨ªa que supone al ¨¢grafo, siempre por encima de las futilidades que expresa el que recurre al escrito para contar algo. Esto va de palabras. Pero algo est¨¢ ocurriendo que resulta sorprendente. Parece como si la independencia de juicio consistiera en dar razones distintas de las del pol¨ªtico porque la verdad es la diferencia. Como si los dones de objetividad y rectitud estuvieran por principio del otro lado.
Dos ejemplos sintom¨¢ticos. El caso Lled¨®. Fueron muchos los que expresaron su indignaci¨®n contra el tribunal que deneg¨® a Emilio Lled¨® la plaza de catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Complutense. En esas tertulias improvisadas el enfado por el hecho acababa en consideraciones trascendentales; vamos, que se pasaba de la an¨¦cdota a la categor¨ªa, que se dice. La categor¨ªa era lo mala que era la ley de Reforma Universitaria. Y se dec¨ªa (o escrib¨ªa) que ah¨ª no hay un concepto de universidad, que c¨®mo no se hab¨ªa previsto un tribunal de apelaci¨®n, que por qu¨¦ no se tom¨® el modelo alem¨¢n, que mejor el sorteo de todos los miembros del tribunal, etc¨¦tera. Naturalmente que sobre todos esos puntos se pueden tener respetables y divergentes opiniones. Pero s¨®lo quien no haya le¨ªdo la LRU puede plantearse esas cuestiones.Una vez le¨ªda se podr¨¢ discrepar del modelo previsto de universidad, del modelo de recurso o apelaci¨®n, de la relaci¨®n entre autonom¨ªa y sorteo, etc¨¦tera. Hay un problema de lectura.
El segundo caso tiene que ver con la reciente huelga del profesorado. Un veterano y reconocido corresponsal extranjero en Espa?a tuvo la osad¨ªa de opinar, en medio de un grupo de intelectuales espa?oles, que "los profesores no tienen raz¨®n". Los presentes le miraron aterrados, sin entender c¨®mo un buen conocedor de la realidad esp¨¢?ola, como ¨¦l, pod¨ªa permitirse tama?o desliz. El observad¨¢r extranjero olvidaba verdades de perogrullo: mala calidad del sistema educativo espa?ol, m¨ªnimo reconocimiento social, escasa atenci¨®n de los responsables pol¨ªticos al sector. Desde esos intocables principios era l¨®gico exigir mejoras retributivas. La raz¨®n estaba de parte del profesorado. A nadie se le escapa que esa argumentaci¨®n es s¨®lo una parte de la verdad. La otra es si eso cuesta de entrada 30.000 o 100.000 millones. La diferencia entre acceder a una u otra demanda es que tambi¨¦n hay que atender con el mismo dinero al paro, a otros colectivos, a las bajas pensiones. Pero, dicen unos, ese tipo de consideraciones globales son cosas de pol¨ªticos" que ni quitan ni ponen a la injusticia de la retribuci¨®n del profesorado. Pero es verdad, s¨®lo olvidan que la huelga no estaba planteada en meros t¨¦rminos morales (reconocimiento de una injusticia), sino tambi¨¦n en t¨¦rminos pol¨ªticos (conseguir m¨¢s dinero). No hay m¨¢s remedio que mirar alrededor.
Lo preocupante de estas cr¨ªticas es que dan raz¨®n sistem¨¢ticamente al pol¨ªtico. Y eso es grave ya que el progreso no suele emanar de la inercia de la pol¨ªtica, sino de las exigencias de la cr¨ªtica. La cr¨ªtica reconstruye la realidad haciendo ver sus carencias. Pero hay que meterse en harina para esa reconstrucci¨®n cr¨ªtica. Y esa labor tiene bastante poco que ver con militancias e independencias. Depende m¨¢s bien del rigor intelectual y de la catadura moral.
Hay un rinc¨®n en Madrid que expresa pl¨¢sticamente la miseria de la cr¨ªtica. Son los 20 metros que van de la puerta del Congreso de los Diputados al Sal¨®n de Sesiones. La informaci¨®n pol¨ªtica que alimenta a la opini¨®n p¨²blica no procede tanto de los debates -frecuentemente farragosos pero argumentados- de plenos y comisiones, cuanto de las reacciones captadas al vuelo o a empujones en ese famoso pasillo. Hombre, tiene su gracia pillar a un ministro en un renuncio, o conseguir una maledicencia del pol¨ªtico sobre su compa?ero o hacerse con la caricatura grotesca de un rival. Pero todo eso toca a la realidad muy tangencialmente. La realidad pol¨ªtica suele ir acorazada con razones: unas buenas, otras a medias y otras aparentes. Lo m¨¢s inofensivo son juicios a voleo. Para que la cr¨ªtica desvele las heridas del presente tiene que leer m¨¢s y mirar alrededor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.