En busca del surrealismo perdido
Los estudiosos polemizan acerca de si se trat¨® o no de un movimiento organizado
El surrealismo naci¨® en Espa?a como un hijo de la verg¨¹enza y de padres desconocidos. Ya el mismo experimento franc¨¦s tuvo mala prensa. Luego, fue casi reducido a la nada por determinadas antolog¨ªas po¨¦ticas. Hoy los estudiosos intentan recuperar a todos sus representantes, a los famosos y a los desconocidos, y debaten sobre el m¨¦todo que deben seguir para comprenderlos mejor. V¨ªctor Garc¨ªa de la Concha ha reunido a diversos especialistas en la Universidad Internacional Men¨¦ndez Pelayo (UIMP) para establecer un diagn¨®stico sobre el estado de la cuesti¨®n.
El surrealismo fue visto por los cr¨ªticos como otra moda m¨¢s entre las muchas implantadas en el pa¨ªs galo, curiosa y "m¨¢s divertida que la propia literatura", pero no m¨¢s que un juego de verano. Muy pronto, en 1930, Ernesto Gim¨¦nez Caballero llega incluso a poner en duda no ya la existencia de un movimiento surrealista, sino que, por extensi¨®n, se pregunta y pregunta a las nuevas generaciones: "?Ha existido realmente una vanguardia?". Y lo plantea exactamente as¨ª, en pasado perfecto. Las respuestas que obtuvo su encuesta no dejan de ser demoledoras. Se aceptaba, eso s¨ª, la existencia de un surrealismo ambiental, extrahist¨®rico, consecuencia de una casi irracional necesidad de extorsionar los c¨¢nones de la cultura tradicional, pero de una irracional necesidad, al fin y al cabo, como la que ha existido siempre en todos los terrenos de la creaci¨®n.Latente estaba el convencimiento de que m¨¢s all¨¢ de las greguer¨ªas de G¨®mez de la Serna la alegor¨ªa y la met¨¢fora constitu¨ªan un coto cerrado, un punto y final deseable, pero acabado: "La poes¨ªa es el ¨¢lgebra superior de las met¨¢foras", afirmaba Ortega y Gasset en 1925. De ah¨ª que, hasta muy adelantado este siglo, tanto los historiadores de la literatura como los propios poetas hayan admitido la existencia de un movimiento "neorrom¨¢ntico", cincelado en ocasiones de brotes extravagantes, l¨¦ase el creacionismo de un Vicente Huidrobo o del primer Juan Larrea que acabar¨ªa, en ambos, en un abandono de su lengua materna en favor de un franc¨¦s que, creyeron, respond¨ªa mejor a sus "presupuestos vitales", que es como bautizan su revista Favorables Par¨ªs Poema.
Y si historiadores y cr¨ªticos niegan el calificativo de surrealistas a tantos escritores de este movimiento como se dieron en la pen¨ªnsula, tampoco los grandes del momento se han mostrado dispuestos a admitir el apelativo. Garc¨ªa Lorca, por ejemplo, le escribe a Sebastl¨¢ Gasch que su Poeta en Nueva York es "una obra desligada de todo control l¨®gico, pero, ?ojo, ojo! con una tremenda l¨®gica po¨¦tica. No es surrealismo, ?ojo!, la consciencia m¨¢s clara lo ilumina". Rafael Alberti, en La arboleda perdida, desmiente que entonces se viera influido por los postulados del surrealismo franc¨¦s, entre otras cosas "porque yo no lo le¨ªa". No obstante, s¨ª admite que "la cosa estaba en la atm¨®sfera". Como tampoco aceptan ser clasificados de surrealistas ni Aleixandre ni Cernuda, aunque este ¨²ltimo conviene en que un toque de surrealismo s¨ª lo hab¨ªa en todos ellos.
El nombre de estos cuatro poetas no es citado al azar. El acaso ultra¨ªsta (movimiento v¨¦rtice de fusi¨®n entre "caben todas las tendencias sin distinci¨®n" y "s¨®lo lo nuevo hallar¨¢ acogida") Gerardo Diego fue quien estableci¨® la reducida n¨®mina en su famosa Antolog¨ªa de la poes¨ªa espa?ola (1915-1931), de 1932. "Parca lista can¨®nica" de escritores surrealistas (que, ya se ha visto, no admitieron serlo), pero que D¨¢maso Alonso, 16 a?os m¨¢s tarde, recupera insert¨¢ndola en un concepto m¨¢s amplio, el de generaci¨®n del 27. Adem¨¢s de la limitaci¨®n num¨¦rica, la ampliaci¨®n generacional ven¨ªa a constituir -paradoja- otra limitaci¨®n m¨¢s, la conceptual.
Zotal, Zotal
Porque antolog¨ªa supone siempre selecci¨®n seg¨²n criterios personales, y porque las primeras antolog¨ªas son siempre las gestantes de los m¨¢s s¨®lidos errores, se explica el da?o que han podido causar Diego y, m¨¢s tarde, Alonso. Ellos son los culpables, se dijo en la UIMP, de que autores que s¨ª se consideraron surrealistas hayan quedado en el olvido. En M¨¢laga, por ejemplo, en 1926, s¨ª se le¨ªa en franc¨¦s y un bastante compacto grupo de autores se manifestaba abiertamente entusiasta de este "arte surreal que es el cine". El pintor Dar¨ªo Carmona afirmaba que los malague?os reunidos en torno a la revista Litoral "fueron en realidad los precursores inmediatos del surrealismo". Y evocaba a Emilio Prados, "el ide¨®logo surrealista del grupo", que les invitaba a leer a Freud con devoci¨®n. Emilio Prados, homosexual que pronto qued¨® decepcionado de la aventura literaria, se convirti¨® en ermita?o y muri¨® en M¨¦xico, adonde se exili¨® en 1939 y donde s¨ª se han publicado sus obras completas (1976).Mejor fortuna acompa?¨® al tambi¨¦n malague?o Jos¨¦ Mar¨ªa Hinojosa, hijo de pap¨¢, autor de la magistral f¨®rmula "Zotal, Zotal, Zotal, lo mejor para matar Valle-Inclanes", que se fue a Par¨ªs y volvi¨® hecho un verdadero surrealista, con escasas dotes creadoras, pero con la mayor capacidad de "m¨ªmesis de lo franc¨¦s". Respecto a su Flor de californ¨ªa, todav¨ªa hoy hay discrepancia de pareceres. Sin duda cont¨® mucho para el grupo un hombre como Gim¨¦nez Frau, director de la Residencia de Estudiantes de Madrid que manten¨ªa informados a sus conciudadanos de cuanto coc¨ªan, en la capital, Lorca, Dal¨ª, Bu?uel y Bello.
Tampoco ten¨ªa cabida en la historia del surrealismo pautada por Diego y Alonso el grupo tinerfe?o que, no obstante, siempre mantuvo la esperanza de que su La Gazeta del Arte se convirtiera en el ¨®rgano surrealista. Domingo P¨¦rez Minik, en 1975, evocaba esta "facci¨®n espa?ola", aunque, de momento, s¨®lo sigue anunciada la edici¨®n de la obra de L¨®pez Torres, se sabe muy poco de Guti¨¦rrez Albelo, y de la novela Crimen, de Agust¨ªn Espinosa, no se conoce ning¨²n r¨¦cord de ventas.
Hay quienes afirman que el surrealismo lleg¨® a la isla canaria v¨ªa Alemania y que se trata de un surrealismo te?ido de racionalismo bauhausiano. Pero Brian Morris asegura, por el contrario, que en Tenerife se pudo redactar un verdadero manifiesto afrancesado, ya que se escribi¨® a partir de las declaraciones hechas por el mism¨ªsimo Andr¨¦ Breton durante su visita a Santa Cruz con motivo de la Exposici¨®n Internacional celebrada en 1935.
Tampoco, por ¨²ltimo, los surrealistas catalanes tienen cabida en ese pedazo de historia literaria. Ellos, b¨¢sicamente, son otra cosa, hablan otro idioma y, sobre todo, hablan mucho, pero escriben poco. A menos que la Universidad acepte, de una vez por todas, que el surrealismo no es simplemente literatura, sino "cositas", y d¨¦ entrada al te¨®rico del surrealismo total, Dal¨ª, los catalanes seguir¨¢n siendo un cap¨ªtulo al margen de una misma historia.
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