Ismael
Fue el primer redactor jefe que tuve en este peri¨®dico y una de las personas m¨¢s profundamente buenas que he conocido.Si han visto ustedes estos d¨ªas las fotos del compa?ero Ismael L¨®pez Mu?oz se habr¨¢n dado cuenta de que en todas sonre¨ªa. As¨ª ocurr¨ªa siempre. Cuando la vida le pasaba por encima con esa crueldad que parece reservar para los mejores, Ismael sonre¨ªa. La muerte de su hija le rompi¨® el alma, pero Ismael desaparec¨ªa para que no le vi¨¦ramos buscarse los pedazos. Y cuando le encontr¨¢bamos de nuevo, sonre¨ªa.
Fue el primer defensor de los lectores de este pa¨ªs, de este peri¨®dico, y eso result¨® un poco duro para todos. Para nosotros, porque nos vapuleaba con un sentido del humor que a menudo nos dejaba sangrantes; para ¨¦l, porque nos quer¨ªa. Le recuerdo vagando por la Redacci¨®n, buscando por encima de nuestros peque?os rencores miradas de cari?o, y recuerdo tambi¨¦n que, en una u otra parte, siempre las encontr¨®.
Los redactores de a pie, los que todav¨ªa no estamos comidos por el ordenador, las reuniones con los pol¨ªticos importantes y la arruga es bella, le quisimos siempre. Ismael sol¨ªa vestir pantalones de tergal y esos jerseicillos polo que ya no se llevan. Exactamente como no se lleva la gente como ¨¦l. Gente con coraz¨®n, y denle ustedes a esta palabra un significado tan profundo como su propia conciencia de la ternura se lo permita.
Los periodistas estamos acostumbrados a transmitir la muerte ajena, la muerte abstracta, y eso podr¨ªa servirnos de defensa cuando golpea en la propia carne. Pero hoy esta Redacci¨®n est¨¢ no s¨®lo dolorida, sino desconcertada, perpleja, sin creer todav¨ªa la gran desesperanza que va a producir en adelante esta repentina amputaci¨®n. Se lo cuento a ustedes como les he contado desde esta misma columna muchas cosas. Escribir no sirve s¨®lo al lector. A veces, el hecho de escribir es lo ¨²nico que salva a quien escribe.
Estoy segura de que esto que ahora est¨¢n leyendo lo firmar¨ªamos todos.
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