Entre la espada nada y la pared
Cuando le¨ªmos por primera vez Catedral, y nos referimos exactamente al cuento que da t¨ªtulo a uno de sus libros, comprendimos enseguida que ah¨ª, en ese relato, quedaba condensada una nueva manera de construir literatura breve, una suerte de narrativa hecha de urgencia e inteligente elaboraci¨®n. Velocidad y parsimonia. La velocidad la pon¨ªan los temas que abordaba Carver: la monoton¨ªa y esos m¨¢gicos sobresaltos en la cotidianeidad de la peque?a burgues¨ªa norteamericana. La parsimonia la dibujaban la t¨¦cnica pensada, sincr¨¦tica, apegada a la tradici¨®n y a la modernidad.De la avalancha de escritores norteamericanos que llegan por estos lares, Carver es el ¨²nico, salvo honrosas excepciones, que nos dio la sensaci¨®n de escribir entre la espada y la pared. Y el ¨²nico con un secreto siempre digno de llamarse literario. Cada relato suyo nos traslada hasta este mundo que ¨¦l entend¨ªa como un lugar amenazador. Una pirueta t¨¦cnica, un manejo soberbio de la tramoya imaginativa hac¨ªa que esa amenaza se convirtiera en un friso de nuestro tiempo, fulminante y bello a la vez.
Los personajes que pueblan sus relatos tienen la hechura de los implacablemente golpeados por la bebida, la marginaci¨®n o la desidia. Sin embargo, con ese material Carver no cay¨® nunca en la trampa de un disfrazado naturalismo de nuevo cu?o. Ni la sordidez, ni la promiscuidad con que est¨¢n impregnados varios de sus cuentos, impidieron que Carver rechazara la m¨¢s m¨ªnima posibilidad de introducir en ellos un toque de tensi¨®n estrictamente literaria, un h¨¢lito de ominosidad, una inesperada intrusi¨®n de lo m¨¢gico, lo amenazador, o un vuelco hacia la desolaci¨®n.
Los peque?os fervores
Todo su tan mentado realismo sucio se reduc¨ªa a eso, a plasmar con un sentido demoledoramente eficaz de la ambig¨¹edad literaria al hombre contempor¨¢neo, tal como ¨¦l lo sorprend¨ªa: inmerso en un mundo absurdo, aferrado a peque?os fervores -un televisor, una cerveza, un amigo, etc¨¦tera-, liberado de pronto, epif¨¢nicamente, por un impulso de inquietante revelaci¨®n.
Hay un aspecto que conviene resaltar en Carver, aspecto que casi siempre una cr¨ªtica apresurada y unas solapas superficiales tienden a ignorar: Carver nunca soslay¨® la tradici¨®n literaria, ni la europea, ni la norteamericana. De la europea, aprendi¨® con Flaubert el gusto por la reescritura, el placer doloroso por la incertidumbre y los abismos que generan toda reflexi¨®n sobre el estilo. Con el autor de Madame Bovary, Carver descubri¨® en la prosa la ¨²nica posibilidad digna que ¨¦sta tiene de llamarse tal: aspirando siempre, contra las exigencias del mercadeo editorial, a la forma art¨ªstica.
De la literatura de su pa¨ªs no desoy¨® aquel consejo de John Gardner: "si puedes expresarlo en quince palabras en vez de hacerlo en veinte o treinta, expr¨¦salo en quince". Luego, no faltaron los ejemplos del maestro Hemingway, del que Carver dijo cuando ley¨® En nuestro tiempo: "esto es: si consigues escribir prosas como ¨¦stas, ya has conseguido algo". Tampoco falt¨® el tributo a un representante de la generaci¨®n inmediatamente anterior a la suya. La lectura de Sixty Stories de Donald Barthelme le hicieron comprender la importancia que debe tener para todo verdadero escritor la b¨²squeda de un mundo propio. En cuanto a su inclusi¨®n en la escuela minimalista, Carver nunca reneg¨® de pertenecer a ella. Acept¨® y respet¨® sus reglas fundamentales, y ello comportaba incluir en el minimalismo a escritores como Borges o Beckett (John Barth incluso habla de los placeres min¨ªmalistas de Emily Dickinson).
Precisamente el mismo Barth ya nos alerta sobre los peligros de exclusi¨®n que esa escuela, mal entendida, podr¨ªa producir, tanto en los nuevos escritores como en los lectores. Indudablemente el minimalismo implica austeridad en la forma, en la sintaxis, sin que esto signifique jam¨¢s una desafortunada ausencia de riqueza ret¨®rica, emocional y tem¨¢tica.
Tanto en Catedral como en De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de amor, las ¨²nicas obras publicadas en Espa?a, Raymond Carver dej¨® una muestra valiosa, y en cierta manera ejemplificante, de su arte cuent¨ªstico. La muerte le impidi¨® sacudirse de encima esa especie de s¨ªndrome de Borges, seg¨²n el cual la forma extensa, la ficci¨®n de largo aliento se le mostr¨®, m¨¢s o menos conscientemente, esquiva. Ah¨ª quedan fragmentos de su aut¨¦ntica b¨²squeda de belleza e intensidad literaria, como correspond¨ªa al poeta que tambi¨¦n fue.
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