El disidente Laurel
LAS RECIENTES declaraciones del vicepresidente filipino, Salvador Laurel, proclamando su disidencia contra la presidenta Coraz¨®n Aquino, es mucho m¨¢s una oficializaci¨®n de lo ya existente que un cambio profundo en el tablero pol¨ªtico del archipi¨¦lago. La tambaleante situaci¨®n pol¨ªtica en Filipinas se explica a partir de un tremendo pecado original en la operaci¨®n que acab¨® con la dictadura de Marcos en febrero de 1986. Entonces, fue una coalici¨®n de coaliciones la que se fragu¨® apresuradamente para que las fuerzas democr¨¢ticas y otras que no lo eran tanto permitieran una continuidad basada en un amplio consenso.No solamente pareci¨® necesario en aquel momento admitir en el bando gubernamental a flecos poco decorosos del r¨¦gimen anterior, como el ministro de Defensa, Juan Ponce Enrile, sino que en la propia alianza que encabezaba Coraz¨®n Aquino figuraba un segundo jefe con evidentes aspiraciones de destino personal. Fruto de ese pacto, que se hab¨ªa sellado para presentarse a las elecciones, cuyo fraudulento arreglo le cost¨® la presidencia a Marcos, Salvador Laurel aparec¨ªa s¨®lo moment¨¢neamente situado en la vicepresidencia. Al mismo tiempo, lo que podr¨ªamos entender como el bando propio de Aquino no dejaba de ser una coalici¨®n confusa de idealistas diversos, rebotados del r¨¦gimen antenor, y radicales de una izquierda no comunista, pero s¨ª extraordinariamente heterog¨¦nea. Por ¨²ltimo, junto a todo ese amasijo de fuerzas, hab¨ªa que tener en cuenta el poder del Ej¨¦rcito, dirigido por el general Fidel Ramos, inevitablemente otro hombre de la era Marcos, que, si bien aceptaba el experimento democr¨¢tico, limitaba el margen de maniobra de la presidenta.
En esta situaci¨®n, el gran test democratizador del nuevo r¨¦gimen se hallaba en el di¨¢logo con la guerrilla y en su capacidad para la pacificaci¨®n del pa¨ªs, as¨ª como en la adopci¨®n de una reforma agraria radical para eliminar una gran parte de las razones que explicaban el crecimiento de esa guerrilla, tanto o m¨¢s nacional que comunista. Ni las fuerzas que siguen a Laurel, por lo general elementos reciclados del antiguo r¨¦gimen, que se alzan en disidencia, no por casualidad, cuando media un enfrentamiento con Estados Unidos por la renovaci¨®n de las bases norteamericanas, ni el propio Ej¨¦rcito de Ramos, no digamos ya la facci¨®n de Ponce Enrile, estaban dispuestas a aceptar otra cosa que la rendici¨®n de la guerrilla, al tiempo que cerraban filas ante las medidas de saneamiento social.
A la vuelta de cerca de dos a?os y medio de Gobierno, pese a todo, democr¨¢tico en Filipinas, la opci¨®n hasta ahora legitimista de Ramos, se ha convertido en ¨¢rbitro de la situaci¨®n, la fuerza de Enrile ha sido desplazada con su Jefe del Ejecutivo, aunque no por ello haya dejado de conspirar desde el exterior, los seguidores de Aquino se han visto debilitados con dimisiones y alejamientos forzados por el Ej¨¦rcito, y la de Laurel se ha situado, ya de manera p¨²blica, en disidencia interior.
El vicepresidente acusa a Coraz¨®n Aquino de presidir un Gobierno corrupto, que no ha conseguido domesticar a la guerrilla ni derrotarla, y cuyos relativos ¨¦xitos en el saneamiento de la situaci¨®n econ¨®mica y en la lucha legal para una mejor distribuci¨®n de la tierra se han conseguido alienando intereses conservadores, que precisamente apoyan a Laurel. El vicepresidente tiene probablemente raz¨®n en algunos aspectos de lo que reprocha a la presidenta Aquino, por m¨¢s que sus motivos no sean precisamente santos al hacerlo.
Todo ello compone un cuadro en el que, sin dudar de la pureza democr¨¢tica de las intenciones de la presidenta, sus posibilidades de hacer algo m¨¢s que sobrevivir hasta las pr¨®ximas elecciones presidenciales parecen escasas. Con todo, cabe poca duda de que el mundo democr¨¢tico, ante esta variedad de opciones tan poco alentadoras, ha de seguir respaldando a la presidenta, por el momento la ¨²nica esperanza de que la revuelta popular contra Marcos no haya sido envano.
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