Querida, maltratada Lisboa
En Lisboa, hasta un, ciego sab¨ªa que el d¨ªa en que hubiese un incendio en la Rua do Carmo el resultado ser¨ªa una cat¨¢strofe. Hubo un incendio y tuvimos la cat¨¢strofe. La incompetencia y la irresponsabilidad, de las que hablaremos m¨¢s adelante, tuvieron su premio. Y de los muchos que protestaron en vano contra las modificaciones estructurales operadas hace a?os en el local, hoy podemos decir que fueron buenos profetas en su tierra: desgraciadamente, todos acertaron.No es hora de hacer ejercicios literarios. Ser¨ªa incluso del peor mal gusto, adem¨¢s de in¨²til, traer a esta p¨¢gina los t¨®picos habituales, los lugares comunes con los que generalmente estamos tentados de adornar los cataclismos: basta, pues, de espect¨¢culo dantesco, basta de llamas amenazantes, basta de enormes cr¨¢teres, basta de Vesubios. Destrucci¨®n y muerte son compa?eras habituales de la especie humana, y hoy las im¨¢genes de horror pueden llegar a trav¨¦s de la Prensa y de la televisi¨®n, hasta los m¨¢s pac¨ªficos e id¨ªlicos lugares del mundo. Incluso sin haber sufrido ninguna experiencia directa, sabemos lo que es una ciudad bombardeada, un deslizamiento de tierra, un desastre nuclear, una inundaci¨®n de grandes superficies. El lector no precisa imaginar mucho: el ¨¢rea destruida por el incendio (probablemente cerca de 15.000 metros cuadrados) es la imagen de un bombardeo. Los dos brazos laterales de la T formada por las calles Do Carmo, Nova do Almada y Garrett desaparecer¨¢n casi totalmente. La propia Rua Garrett qued¨® con las dos primeras manzanas (de uno y otro lado) destruidas. Hay en Lisboa, por cierto, lugares m¨¢s bellos, pero era en ¨¦ste donde Lisboa se encontraba a s¨ª misma, era ¨¦ste, por excelencia, el sitio buscado por los visitantes, extranjeros o nativos: el Chiado. Y el Chiado est¨¢ muerto.
?Resurgir¨¢? Claro que s¨ª, y r¨¢pidamente. No s¨®lo por razones pol¨ªticas, est¨¦ticas y culturales, sino tambi¨¦n por obvias razones materiales, si pensamos en el valor que habr¨¢ adquirido cada uno de esos metros cuadrados. Tal vez las generaciones futuras lleguen a querer tanto lo que vaya a ser construido all¨ª como nosotros quisimos aquellos viejos edificios, pero lo que definitivamente ardi¨® con las llamas fue lo que no es material: una atm¨®sfera, un estilo de vida, un modo de estar en la ciudad. Que no se entienda de estas palabras, por favor, que me estoy compla ciendo en a?oranzas est¨¦riles Si la Lisboa que el terremoto destruy¨® en 1755 hubiese llegado hasta hoy, la amar¨ªamos como amamos ¨¦sta en que nos toc¨® vivir. Y porque el h¨¢bito puede mucho, la Lisboa de ma?ana no ser¨¢ menos amada que ¨¦sta.
Pero ahora la herida est¨¢ abierta, las ruinas a¨²n humean, hay millares de personas sin casa y sin trabajo. ?Qui¨¦n es culpable de todo esto? No faltar¨¢n explicaciones: junto al siempre culpable cortocircuito, a la siempre criminal colilla, ya se habla tambi¨¦n de un m¨¢s justificadamente culpable y criminal fuego intencionado. No hay pruebas, es solamente la voz popular que lo proclama, considerando antecedentes cercanos que implican a uno de los propietarios de los almacenes Grandella, precisamente donde comenz¨® el fuego. A su debido tiempo, y puesta en marcha la justicia, lo sabremos.
Sin embargo, los culpables no son s¨®lo aquellos que arriman el fuego a la mecha. Culpables ser¨¢n tambi¨¦n, aunque solamente en el plano moral aquellos que por imprevisi¨®n por orgullo, por terquedad, por la vanidad de hacer prevalecer su capricho sobre la voluntad general, crearon objetivamente las condiciones para que el incendio, al declararse, se extendiese como se extendi¨® m¨¢s all¨¢ de su foco inicial. En otras palabras m¨¢s claras: si la Rua do Carmo no estuviese, en toda su extensi¨®n, obstruida por las construcciones que el Ayuntamiento de Lisboa mand¨® hacer all¨ª (muros para crear niveles de compensaci¨®n del declive de la calle, instalaci¨®n de bancos y explanadas), el acceso de los bomberos habr¨ªa sido incomparablemente m¨¢s f¨¢cil y tal vez no estuvi¨¦semos hoy tan dram¨¢ticamente llorando esta pobre y maltratada Lisboa.
Cuando, en 1755, el terremoto arras¨® toda la parte baja de la ciudad, a la pregunta sobre lo que deber¨ªa hacerse ante la cat¨¢strofe, alguien respondi¨® "Sepultar los muertos y cuidar de los vivos". La frase fue atribuida al marqu¨¦s de Pombal, ministro entonces todopoderoso, lo que no deber¨¢ sorprendemos, pues siempre el poder encontr¨® la manera de proferir algunas frases destinadas a la posteridad, y, si no sabe crear por propia inteligencia, recurre a la ajena, como fue el caso. Esta vez la frase c¨¦lebre sali¨® de la propia boca del presidente del Ayuntamiento de Lisboa: "Vamos a reconstruir, pero no habr¨¢, reconstrucci¨®n sin la definici¨®n de un proyecto global, y para este proyecto escuchar¨¦ a todos los interesados y a toda la gente que pueda aportar contribuciones v¨¢lidas, incluyendo la Asociaci¨®n de Arquitectos". (No garantizo la total fidelidad, pero las diferencias ser¨¢n apenas formales, irrelevantes en cuanto al fondo de la cuesti¨®n, del cual respondo.)
Salom¨®n, que era sabio, nunca habl¨® tan bien. Pero el presidente del Ayuntamiento de Lisboa, ahora tan ansioso por recabar opiniones, las ignor¨® y despreci¨® cuando personas y entidades colectivas competentes, incluyendo la propia Asociaci¨®n de Arquitectos, tan rastreramente requerida, levantaron la voz para denunciar, adem¨¢s del atropello urban¨ªstico, adem¨¢s del atentado contra el patrimonio de la ciudad, los riesgos que para la seguridad de toda aquella ¨¢rea sobrevendr¨ªan de las modificaciones de que fue entonces objeto la Rua do Carmo y ahora, radicalmente, v¨ªctima. El presidente del Ayuntamiento de Lisboa no es, evidentemente, el marqu¨¦s de Pombal -que, si bien rob¨® una frase, promovi¨® una reconstrucci¨®n ejemplar-; sin embargo, puede entrar por la puerita grande de la historia como ejemplo perfecto y acabado d¨¦ hipocres¨ªa, realice o no su proyecto global.
La ma?ana del incendio, cuando trataba de aproximarme para ver con mis propios ojos la tragedia, encontr¨¦ a un amigo poeta que me dijo: "Despu¨¦s de esto, espero que Krus Abecasis dimita". Y yo le resporid¨ª melanc¨®licamente: "Deseng¨¢?ese, m¨ª estimado, ¨¦ste es el pa¨ªs donde unos no dimiten y otros; no son dimitidos".
Traducci¨®n: Jorge Onetti.
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