Viaje a la superficie del ruido
Esta ciudad est¨¢ llena de cuatro millones de ruidos. El frutero proclama su mercanc¨ªa; es preciso escuchar que te venden agujas a pares por un precio de risa; es imprescindible saber que las rebajas van en furgoneta por los barrios sucios, y resulta necesario conocer la virtud de las cebollas sanjuaneras, que se traen directamente de la huerta y pasan por tu o¨ªdo como una exhalaci¨®n maloliente. Todos llevan su ruido a cuestas y todos lo exudan como una manera de desprenderse de la forma m¨¢s estent¨®rea de la violencia: el grito. El grito es el ruido que todos llevamos dentro.De un lado a otro de la acera se gritan los acertijos y los buenos d¨ªas, las citas, los parabienes y los insultos, y todo excede, todo es excesivo. As¨ª que, cuando ya no queda m¨¢s remedio que ponerle cristales a la calle, uno se refugia en el taxi como si regresara a casa, como si hubiera un refugio posible dentro del espect¨¢culo de ruido que es Madrid cuando la ciudad se vuelve a poblar. Pero no. El taxista, a las diez de la ma?ana de mediados de septiembre, ya ha recibido su extenuante raci¨®n de ruido, que ha querido calmar con un aperitivo ins¨®lito en el bar de la esquina: co?¨¢ y puro para seguir la cuesta abajo del d¨ªa. Recibe al viajero con ese perfume envolvente del tabaco ajeno y le pregunta si es preciso que arroje el puro a la calle. No, no hace falta, para qu¨¦. Usted es un amigo. El espa?ol ruidoso siempre se alegra de que los dem¨¢s le alaben el mal gusto, y lo dice ruidosamente, sin equ¨ªvocos: "?Usted es un amigo, co?o!". Quiere saber ad¨®nde se dirige el viajero e inicia la conversaci¨®n posterior, la habitual: "No sab¨ªa que ese hospital estuviera en ese sitio; siempre cre¨ª que estaba en Padre Dami¨¢n". Por ejemplo. El silencio es moment¨¢neo. No, no tiene radio, para qu¨¦ la iba a tener, si en esta ciudad no queda una radio viva. Silencio. Muy breve, de nuevo. "Oiga, ?y no podr¨ªamos al menos criticar a las chicas?". No, no podemos criticar a las chicas. "No tengo ganas de hablar", le dice el viajero. Y ¨¦l atiende el ruego. Se calla. Muy brevemente.
Noticias de Alcorc¨®n
La calle de Vel¨¢zquez le da excusa para dirigirse a la furgoneta que le fianquea. Es de Alcorc¨®n. "?C¨®mo va el encierro de Alcorc¨®n?", grita desde su cub¨ªculo, y aparentemente no oye, porque inquiere de nuevo: "?C¨®mo?", y se queda muy satisfecho porque parece que el encierro va estupendamente. Cuando sube Serrano, en direcci¨®n al Retiro, halla que todos sus cong¨¦neres son est¨²pidos al volante e interrumpe la succi¨®n del puro para dirigir ep¨ªtetos ruidosos, que los dem¨¢s reciben como el grito restante, el grito necesario para seguir sin sobresaltos el camino: todo es normal, nadie camina callado, estamos todos y somos como antes. Los tapones de la circulaci¨®n son buenos veh¨ªculos para la descarga repentina y sucesiva de este ruido que todos llevamos dentro. Unos tocan el claxon, otros amenazan al coche posterior con una acometida que los va a rajar. Cualquier remanso de paz parece una utop¨ªa que s¨®lo se puede hallar en el fondo del re trete de un cementerio. Pero nadie la busca. Todos siguen en la calle compitiendo para llegar antes al paroxismo del ruido, y cuando vuelven al bar a reponer fuerzas para seguir la jornada, vuelven a gritar que son felices, o que son desgraciados, o que est¨¢n muy contentos de que esta ciudad se haya vuelto a llenar de lo que siempre tuvo. En la frontera de la locura, cuando ya los vence el sue?o, ir¨¢n a un chiringuito para seguir recibiendo el ruido en pleno rostro, como la ¨²ltima bendici¨®n que guarda Madrid para sus cuatro millones de ruidos que caminan.
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