La pel¨ªcula
En cierto sentido, es sorprendente que el filme de Scorsese sobre Jes¨²s, haya provocado tanta pol¨¦mica (incluso antes de ser visto) hasta en sociedades ampliamente secularizadas como la italiana y la espa?ola. Naturalmente, se puede pensar con alguna raz¨®n que el motivo de tanto alboroto sea principalmente un art¨ªculo de importaci¨®n: en realidad es la Am¨¦rica de la moral majority, de los fundamentalismos todav¨ªa radicalmente b¨¢rbaros, mezquinos, primitivos, de las comunidades culturales atrasadas del MidWest y del Sur, la que ha conferido al debate tan amplia resonancia; y Europa no ha hecho otra cosa que importar todo esto junto con el filme. Pero quiz¨¢ tambi¨¦n haya otra explicaci¨®n que nos toque m¨¢s de cerca y que d¨¦ luz a un problema caracter¨ªstico de la cultura europea de hoy. El hecho es que, en esta cultura, las tem¨¢ticas religiosas se representan dondequiera con especial fuerza y urgencia, particularmente cuando, por muchos otros indicios, parec¨ªa que la secularizaci¨®n era un proceso ya concluido, como, por lo dem¨¢s, no cesan de repetirse te¨®logos, moralistas y predicadores. No s¨®lo se toman en serio y se discuten con amplia resonancia problemas como los vinculados al filme de Scorsese; ocurren otras cosas que parecen todav¨ªa m¨¢s extravagantes y preocupantes desde el punto de vista de una sociedad que se cree totalmente secularizada: en Italia, el Partido Socialista parece haber escogido como interlocutor privilegiado, suplantando a la Democracia Cristiana, al movimiento juvenil neointegrista Comuni¨®n y Liberaci¨®n -una elecci¨®n de la que el PSI niega que se trate s¨®lo de una mera maniobra de estrategia pol¨ªtica y a la que carga, en cambio, de justificaciones culturales-. Seg¨²n tales justificaciones, Comuni¨®n y Liberaci¨®n ser¨ªa el movimiento cat¨®lico que replantea el problema del cristianismo y sus implicaciones pol¨ªtico-sociales m¨¢s all¨¢ de los envejecidos esquemas culturales laicos (iluministas, historicistas, marxistas), del mismo modo que el PSI es el partido que busca repensar los argumentos de la izquierda sin los dogmatismos del materialismo hist¨®rico o de la ortodoxia comunista. Tomando nota de la crisis de sus propios dogmatismos (el avance de la raz¨®n, la inevitable emancipaci¨®n del proletariado), la cultura laica parece as¨ª quedar totalmente indefensa contra el retorno de otros dogmatismos como el de Comuni¨®n y Liberaci¨®n, que replantea, sin ninguna adecuaci¨®n o compromiso con la modernidad, los contenidos tradicionales de las ense?anzas de la Iglesia seg¨²n las orientaciones tan caras al Papa polaco Es como si, habiendo descubierto que tambi¨¦n y sobre todo el ideal de una raz¨®n que liquida progresivamente los mitos es al mismo tiempo un mito, ya estuvi¨¦ramos prontos para el puro y simple retorno a una cultura mitol¨®gica.Por tanto, en las reasunciones del integrismo cat¨®lico no s¨®lo est¨¢n obrando transformaciones internas del mundo cat¨®lico mismo (sobre todo, el efecto del pontificado de Wojtyla); ni tampoco los efectos de los problemas apocal¨ªpticos que se han presentado en estos ¨²ltimos a?os en las sociedades avanzadas, como las cuestiones de la manipulaci¨®n gen¨¦tica, el terror al SIDA. Evidentemente, todos estos problemas relanzan la autoridad y la credibilidad de esa fuente de afianzamiento extremo y absoluto que es la revelaci¨®n b¨ªblica representada por la Iglesia. Parece que, banalizando una expresi¨®n de la ¨²ltima entrevista de Heidegger "ahora, s¨®lo un Dios te puede salvar".
Junto a todos estos factores de reasunci¨®n del discurso religioso y espec¨ªficamente del discurso religioso en su forma integrista, dogm¨¢tica y autoritaria act¨²an tambi¨¦n motivaciones que est¨¢n muy estrechamente ligadas a la cultura laica y a sus ra¨ªces. En efecto, han entrado particularmente en crisis todos los esquemas que permit¨ªan a la cultura laica considerar resuelto de una vez por todas, el problema de la religi¨®n (y espec¨ªfica mente el problema de la tradici¨®n religiosa propia del Occidente judeocristiano): es decir, principalmente, el historicismo hegeliano, el cientifismo positivista, la cr¨ªtica de la ideolog¨ªa marxista. Si ya no se puede considerar que la historia sea la historia de la iluminaci¨®n progresiva de la raz¨®n, la cual pasa tambi¨¦n a trav¨¦s de una fase m¨ªticoreligiosa que se resuelve luego en la plena transparencia de autoconciencia filos¨®fica, entonces ya no es posible pensar que el cristianismo pertenezca una fase superada del camino humano. Si ya no resulta tan seguro que la ciencia exacta de la naturaleza atrapa la verdadera realidad de las cosas, ya que m¨¢s bien est¨¢ condicionada por los paradigmas de la naturaleza hist¨®rico-cultural contingente, entonces tampoco es ya obvio que el cristianismo quede refutado, en cuanto no puede justificar sus propias doctrinas (la existencia de Dios, los milagros) ante el tribunal de la raz¨®n cient¨ªfica. Si ya no es tan seguro que entre formaciones espirituales y relaciones de producci¨®n exista el r¨ªgido nexo definido con los t¨¦rminos de estructura y superestructura, entonces tal vez ya no se pueda hacer a un lado a la religi¨®n como opio del pueblo.
El retorno de la tem¨¢tica religiosa, en su forma m¨¢s clara (por ser m¨¢s confortante, en el fondo, o, lo que es lo mismo, neur¨®tica), vale decir con la forma del integrismo, no es por tanto s¨®lo un fen¨®meno esclarecedor de acontecimientos internos del mundo cat¨®lico o de la aparici¨®n de problemas extremos en la vida social, es tambi¨¦n consecuencia de un vac¨ªo que, en la cultura laica, ha sido dejado por la disgregaci¨®n de los grandes discursos. Expresi¨®n de este vac¨ªo son tanto el silencio del pensamiento laico sobre tem¨¢ticas religiosas (por ejemplo, ya no existe una pol¨¦mica antirreligiosa o anticlerical en la filosof¨ªa) como la adopci¨®n por parte de los pensadores de formaci¨®n laica de la terminolog¨ªa y de las nociones de la tradici¨®n religiosa, sin una justificaci¨®n expl¨ªcita que esclarezca las razones y los l¨ªmites de tal reasunci¨®n. As¨ª, el ¨¢ngel de Rilke y de Klee es tambi¨¦n un t¨¦rmino ahora corriente en escritos, no art¨ªsticos o po¨¦ticos, sino filos¨®ficos. Quien comenz¨® fue Benjamin en las Tesis de filosof¨ªa de la historia, creyendo, tal vez sin raz¨®n, que el materialismo hist¨®rico podr¨ªa tomar a su servicio a la teolog¨ªa: lo que ha ocurrido es lo contrario. En resumen: en la cultura laica, privada de los grandes discursos que parec¨ªan haber liquidado la religi¨®n, hay ahora un total alejamiento del discurso religioso (y antirreligioso) o bien una tendencia a coquetear (como lo hace el PSI
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en el plano pol¨ªtico con Comuni¨®n y Liberaci¨®n) con t¨¦rminos, nociones, tem¨¢ticas propias de la tradici¨®n judeocristiana, que se cree poder tomar desde fuera del contexto teol¨®gico, dogm¨¢tico, disciplinario (la Iglesia), dentro del cual se han estado transmitiendo y que los ha marcado de un modo indeleble. El resultado de estas dos posturas es un retorno del integrismo cat¨®lico, ya sea en el plano cultural, ya en el pol¨ªtico.
Naturalmente, en la situaci¨®n de crisis en la que se encuentra, la cultura laica tampoco puede estar tan segura de que este retorno del integrismo sea un peligro, un hecho negativo a conjurar. Puesto que ya no contamos con los grandes discursos metaf¨ªsicos (hegelismo, positivismo, marxismo) para refutar la religi¨®n, ?por qu¨¦ considerar su retorno como un hecho negativo? Acaso la ¨²nica raz¨®n que quede para temer al integrismo religioso resida en la presunci¨®n de que precisamente el desplome de las ideolog¨ªas metaf¨ªsicas nos haya dejado opuestos a todo gran discurso, por consiguiente, opuestos tambi¨¦n al de la religi¨®n. Que la desmitificaci¨®n se haya revelado tambi¨¦n como un mito no es, de cualquier modo, una buena raz¨®n para retornar simplemente al mito. Aun en momentos en que los grandes discursos meta f¨ªsicos que cre¨ªan haber liquidado la religi¨®n se han desplomado, queda siempre en nosotros, como un oscuro conocimiento, el hecho de que Dios est¨¢ muerto, que la experiencia de la modernidad que as¨ª lo establece est¨¢ definida esencialmente por la imposibilidad de volver a pro poner una visi¨®n global de las cosas: por tanto, ante todo, la religiosa, de la cual la metaf¨ªsica inventada por la filosof¨ªa es s¨®lo una derivaci¨®n secularizada. El fin de las metaf¨ªsicas y de las ideolog¨ªas es un aspecto del fen¨®meno m¨¢s general muerte de Dios, no la demolici¨®n de errores filos¨®ficos que deber¨ªan dejar el puesto al retorno del dogma religioso.
Tal vez en la meditaci¨®n de este hecho la cultura laica puede hallar un modo de colmar su actual vac¨ªo -reabriendo el di¨¢logo con su propia procedencia religiosa- sin por esto restaurar ning¨²n dogmatismo teol¨®gico.
Es verdad lo que a menudo el pensamiento religioso ha opuesto al ate¨ªsmo moderno: tambi¨¦n el anuncio de la muerte de Dios es un anuncio religioso. No s¨®lo en el sentido m¨¢s banal, por el cual aquellos que lo han proclamado eran hijos de pastores (por ejemplo, Nietzsche); sea como fuere, hijos de una educaci¨®n permeada de Biblia y de teolog¨ªa. Este anuncio es religioso tambi¨¦n en un sentido m¨¢s interior: la muerte de Dios es, ante todo, la muerte de Dios es, ante todo, la muerte de Cristo en la Cruz. No es tan absurdo pensar que esta muerte, narrada en los evangelios, sea la misma muerte que se manifiesta en el advenimiento del nihilismo moderno y que Nietzsche anuncia. La historia del Occidente judeocristiano es una historia de secularizaci¨®n, es decir, de la larga muerte de Dios. Tal historia es inaugurada por la k¨¦nosis, por la humillaci¨®n de Dios en la encarnaci¨®n y por su muerte en la cruz. De esta misma historia forma parte la racionalizaci¨®n de la sociedad moderna descrita por Max Weber como una aplicaci¨®n (no una mala comprensi¨®n o una perversi¨®n) del monote¨ªsmo b¨ªblico y de la ¨¦tica protestante.
Desde este punto de vista, la modernidad no s¨®lo es un ¨¦xito de la tradici¨®n judeocristiana; es la ¨²nica, aut¨¦ntica realizaci¨®n, como una extremada celebraci¨®n (por ahora) del sentido de la encarnaci¨®n. El Dios de los profetas se ha hecho hombre en Jes¨²s y, sin una verdadera soluci¨®n de continuidad, ha puesto en movimiento ese proceso que culmina en el nihilismo moderno, en la sociedad pluralista, laica, secularizada, sin grandes discursos metaf¨ªsicos que no son el discurso de la disgregaci¨®n de los grandes discursos. La libertad que el cristianismo ha tra¨ªdo es esa que, por ahora, se verifica en la sociedad secularizada. La secularizaci¨®n es el aut¨¦ntico destino del cristianismo, no una degeneraci¨®n de la que debamos ,salir recuperando los dogmas y la disciplina de la Iglesia, como quiere el neointegrismo. "Gracias a Dios, soy ateo"; as¨ª suena un dicho corriente en italiano. La muerte de Dios de la que habla Nietzsche es de pleno derecho historia divina, un momento de aquella historia de la salvaci¨®n que es narrada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Todo lo dem¨¢s los dogmatismos de los grandes discursos laicos no menos que los del neointegrismo cat¨®lico- es paganismo, endurecimiento metaf¨ªsico, pretensi¨®n de aferrar lo real con un ¨²nico golpe de fuerza: en el fondo, violencia te¨®rica siempre pronta a transformarse en violencia pr¨¢ctica y pol¨ªtica. La v¨ªa para conjurar el retorno de esta violencia parece pasar por una meditaci¨®n renovada sobre el sentido y el alcance de la secularizaci¨®n.
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