'Et in Arcadia'
Mientras trataban de limpiarme los zapatos vino un polic¨ªa al hotel de R¨ªo donde me alojaba a explicar lo inexplicable: aunque ellos conoc¨ªan a los asaltantes [de los que les habl¨¦ ayer] no los pod¨ªan detener porque eran menores. Nadie menor de 18 a?os ir¨¢ jam¨¢s a la c¨¢rcel en Brasil. Es para su protecci¨®n, ?comprende?. No, no comprend¨ªa, no pod¨ªa comprender. He aqu¨ª una ley para salvar a los menores de la c¨¢rcel que no los salvaba del crimen. Hab¨ªa visto a uno de los ni?os asaltantes dar dinero a un adulto y desde la ventana de mi cuarto parec¨ªa que recib¨ªa instrucciones precisas. El polic¨ªa, hablando un carioca cerrado, hizo como que no entend¨ªa mi argumento. No comprendo. Yo tampoco. Se fueron. Luego empez¨® a llover denuevo. Llovi¨® todo el d¨ªa y comprend¨ª entonces el significado de las torres, de las altas pir¨¢mides de concreto y de las estructuras celestes.En la esquina estaba el hotel Copacabana Palace, donde hab¨ªa estado yo hospedado en 1959, junto con Fidel Castro y otros m¨¢s. El hotel segu¨ªa vi¨¦ndose tan espl¨¦ndido como cuando la RKO Radio Pictures lo tom¨® como modelo del gran hotel de Volando hacia R¨ªo de Janeiro. Pero en el horizonte se pod¨ªan ver las nuevas torres como una arquitectura de promisi¨®n. Llegando a ellas, apenas discernibles sus cumbres por el smog ahora, R¨ªo no se parec¨ªa a New York (que los cariocas llaman Nueva Yorque) sino que se ve¨ªa que la arquitectura ocultaba otra ciudad. ?Cu¨¢l era?. No Londres seguramente, donde la niebla no exist¨ªa m¨¢s que en los cuentos de Sherlock Holmes y en los cuadros de Whistler y Monet. Era, sin duda, Los Angeles. Los Angeles y R¨ªo, ciudades m¨¢gicas, son ahora, debido al smog, ciudades sm¨®gicas, ex m¨¢gicas. R¨ªo es despu¨¦s de Par¨ªs la ciudad m¨¢s celebrada en letras de canciones y en poemas. Pero ahora en vez de m¨²sica de samba cae una lluvia constante sobre las altas torres y sobre lagente, que se ven como en una pecera turbia. No dejar¨¢ de llover en todo el tiempo que estemos en la ciudad. Pero por la lluvia, entre la lluvia, he hecho un descubrimiento desesperado.
R¨ªo en 1988 y no Los Angeles en 2020 es la ciudad en que s¨®lo el Blade Runner se salva. Es decir sobrevive, No por gusto el libro espa?ol m¨¢s vendido en la Bienal del Libro de Sao Paulo fue Blade Runner, comentarios publicados por la editorial Tusquets de BarcelonaVicente Molina y Fernando Savater al mirar Blade Runner hab¨ªan visto a R¨ªo a trav¨¦s del espejo oscuro de la lluvia. Stefan Zweig dijo en 1939 que Brasil era el pa¨ªs del futuro. Tal vez se refiriera s¨®lo a R¨ªo, donde el futuro ya est¨¢ aqu¨ª.
?Oh Bah¨ªa!
En Los tres caballeros, un largometraje de Walt Disney de 1945, que segu¨ªa el ideal rusveltiano de Saludos, amigos, de los tres ani males fabulosos (protagonistas de una f¨¢bula), uno era un loro del tr¨®pico que invariablemente pre guntaba a todo el que encontraba "Voc¨¦ ja foi a Baia?". El loro, Joe Carioca, aunque carioca, estaba m¨¢s interesado en Bah¨ªa que en R¨ªo de Janeiro. Con su sombrero de paja dura, su pico de oro y su gracejo, Joe Carioca era repetitivo: "?Ya ha estado usted en Bah¨ªa?". Los loros son contagiosos, y Bah¨ªa era una tierra, tierra y agua mejor, de promisi¨®n. En el cart¨®n animado se ve¨ªa Bah¨ªa. Hab¨ªa una playa pl¨¢cida, arena fina y Pilar, que sal¨ªa a estrenar sus zapaticos de playa. Se ve¨ªan unas yolas entre las olas, veleros blancos, y se o¨ªa una samba pegajosa como el calor de la ciudad blanca entre el mar y la selva de lluvia, que los bahianos llaman mimosa. "Oh Bah¨ªa,/ Bah¨ªa que canto con mis besos / en mil versos".
Que es lo que recuerdo de la versi¨®n espa?ola, s¨®lo disuelta por la frase del loro de oro: "Voc¨¦ ja foi a Baia?". Siempre, desde entonces, embrujo de una m¨²sica melodiosa y un acento entre c¨®mico y cari?oso, carioca, quise ir a Bah¨ªa.
Pero Bah¨ªa no es Bah¨ªa. Bah¨ªa se llama Salvador, aunque todo el mundo la Rama Bah¨ªa. El nombre propio de la ciudad es S¨¢o Salvador da Bah¨ªa de Todos os Santos Pero imag¨ªnense a Joe Carioca preguntando: "Voc¨¦ ja foi a S¨¢o Salvador da Baia de Todos os Santos?" y ver¨¢n por qu¨¦, aunque algunos llaman a Bah¨ªa Salvador, otros la llaman Baia en Bah¨ªa Yo, por supuesto, nunca la llam¨¦ otra cosa que Bah¨ªa, como en Oh Bah¨ªa, t¨ªtulo que es una frase hom¨¦rica.
En el aeropuerto, que afortunadamente no ha sido dise?ado por ¨®scar Niemeyer, el ¨²nico ar quitecto vivo que tiene una calle a su nombre en R¨ªo, me espera un se?orjocoso que me llama o rei de la brincadeira; es decir, rey de las bromas.
Se llama Lewis Carroll. ?Habr¨¦ o¨ªdo bien? No, se llama Luis Carlos, pero en su pronunciaci¨®n bahiana o¨ª el nombre del cl¨¦rigo de Oxford, que amaba a las ni?as, la fotograf¨ªa y fotografiar ni?as. En ese desorden. Luis Carlos debe de llamarse as¨ª por Luis Carlos Prestes, el l¨ªder comunista que inici¨® la gran marcha de Brasil, en imitaci¨®n de Mao, y que debi¨® leer La vor¨¢gine, de Jos¨¦ Eustasio Rivera, que termina con una fase premonitoria y ejemplar: "Y se lo trag¨® la selva".
Luis Carlos es un buen bah¨ªano y mejor ch¨®fer, y como buen brasile?o, es sentimental y dado a usar palabras, como premonitorio, para indicar a un polic¨ªa de tr¨¢nsito semioculto en la selva. En Bah¨ªa, la vegetaci¨®n es no s¨®lo tropical, sino, como el calor, de la zona t¨®rrida. Pasa de largo un cami¨®n que s¨¦ que es de la recogida de basura, y no una carroza del carnaval, s¨®lo cuando Luis Carlos dice "Lixo". Es un cami¨®n rojo, lleno en la parte trasera de negros de rojo: del calz¨®n corto a la gorra, todos rojos.
El Atl¨¢ntico bate las interminables playas de Bah¨ªa tan incesante como en San Juan de Puerto Rico. Si el hotel es ru¨ªdoso en la noche, ese ruido es el mar. No hay otro sonido igual de is¨®crono en la naturaleza. El mar es la mejor droga para dormir. A menos, por supuesto, que se padezca de insomnio.
Bah¨ªa es unafesta. En la ma?ana, ah¨ª al lado, donde queda la Praga de la Independencia, hay un gran alboroto de una banda escolar (10 trompetas, 30 tambores y un ratapl¨¢n) que convierte, como las bandas del sur americano, una marcha marcial en un staccato sincopado que puede devenir en cualquier momento en una samba sin freno. La escola se convierte en escolha o la escogida cuando leo que se llama Sartre. ?Qu¨¦ buen fin para un fil¨®sofo! Convertido en un ruido de tambores.
Hay otra imagen que aparece en Bah¨ªa en todas partes: en la playa y en lo alto hasta llegar al sestao. Es la imagen de una mujer, una mu?eca m¨¢s bien, con cara negra y cuerpo blanco, que tern¨²na en una cola de escairnas. La llaman la sereia, la sirena, que es algo Venus y bastante diosa afro, y su nombre es Jemanj¨¢, que es la imagen Yoruba de las aguas. La sirena se viste de blanco, pero su cola de pez es negra como la pez.
Esplendor colonial
Bah¨ªa fue la capital de Brasil hasta 1763, cuando se traslad¨® a R¨ªo. Todav¨ªa me resisto a llamar a esta bella ciudad junto al mar por el sobado Salvador. "Voc¨¦ ja foi a Salvador?", usualmente pronunciado Savad¨®. Los baianos quieren que Bah¨ªa se parezca a La Habana. Pero m¨¢s se parece a Santiago, que, como Bah¨ªa, fue una vez la capital de Cuba. En Bah¨ªa, como en La Habana, queda el rastro del esplendor colonial. Como en Santiago, las residencias fueron construidas en las ladeiras y la ciudad vieja est¨¢ en la cidade baixa, en los bajos. Aqu¨ª quedan espl¨¦ndidos restos de arquitectura barroca, la lujosa variante portuguesa hecha rococ¨® como respuesta a la vegetaci¨®n lujuriante. Su mayor esplendor lo alcanz¨® en la iglesia de San Francisco de As¨ªs, verdadera joya del rococ¨® americano con su altar mayor todo cubierto de hojas de oro. La restauraci¨®n de la iglesia corre parejas con la restauraci¨®n de casas y palacios en las calles adyacentes. Culminante en las restauraciones aparece una casona toda azul que tiene en la facha da el destacado t¨ªtulo de Funda?¨¢o Jorge amado. No muy lejos, sin embargo, est¨¢ la vieja casa del poeta Castro Alves, que se viene abajo, clausurada.
Las calles aleda?as bullen de gente negra y Bah¨ªa se revela como una ciudad africana. Aparecen las mujeres de Bah¨ªa, altas, espigadas y sin caderas, que son como la marca de f¨¢brica femenina de la ciudad. En Bah¨ªa se vive, como en todo tr¨®pico, d¨ªa a d¨ªa. La vida no parece tener historia, s¨®lo geograf¨ªa. Aqu¨ª se vive en el clima, que es tropical, sensual, cordial. En el hotel, en el mezzanine, hay una convenci¨®n de mujeres. Subo, subimos y nos encontramos con un coro que en estrofa y antiestrofa alaba a Stanley: "Voc¨¦ veni con Stanley, / voc¨¦ venc¨ª con Stanley!".
El salao lleno de mujeres, to das negras, que mueven unas ma rugas blancas mientras cantan a Stanley. ?Qui¨¦n es Stanley? ?Un explorador, el hombre que dijo, discreto: "El doctor Livingstone, supongo"? ?Un misionero mor m¨®n? Nada de eso. Es una marca de f¨¢brica: Stanley son los productos para desrizar el pelo afro que tan buen resultado les dieron a Diana Ross y a Michael Jackson, pero no a Jesse Jackson. Stanley, que alisa lo que Dios dio rizado. Como todo en Bah¨ªa, la campa?a de venta se acompa?a con m¨²sica. Festa, festa, pero ?por qu¨¦ tanta fiesta? "Y eso", me dice una coordinadora cultural del municipio, "que ha llegado usted temprano. Despu¨¦s del 15 de diciembre, todos los d¨ªas hay m¨²sica, mujeres y macumba".
Viniendo de la laguna de Abaite o¨ªrnos m¨²sica. No hab¨ªa o¨ªdo m¨²sica en Brasil, quiero decir m¨²sica brasile?a viva, la que tanto son¨® en mis o¨ªdos y en mi memoria la otra vez. Ahora, me dicen, el merengue, tan viejo, tan mediocre, arrebata y ya llega (?casi se oyen los clarines!) la reggae. ?D¨®nde est¨¢ esa samba que sona ba en la Praga de Apoteose con la insistencia de que Praca Onze n?o morreu, que la samba no muri¨®? Ahora, la m¨²sica se o¨ªa m¨¢s cerca, y de pronto, Luis Carlos fren¨® frente a un establecimiento cerra do por reparaci¨®n, donde una pe que?a orquesta t¨ªpica y dos o tres mujeres populares organizaban una escola de samba para seis. Tocaban timbao, marac¨¢s, algog¨®s y un par de panderos. Un herimbao se quejaba de tanto ritmo agolpado. El todo era de una belleza simple y alegre, y la resonancia r¨ªtini ca era tan poderosa como siempre hab¨ªa sido en Brasil desde que la Maxixa se fundi¨® con el tango para invadir Par¨ªs, Europa, el mundo. Fue el momento m¨¢s feliz del viaje, y si me preguntaban si fui a Bah¨ªa pod¨ªa decir s¨ª, por cierto, y recordar cantando Oh Bah¨ªa, es la tierra m¨¢s hermosa mi Bah¨ªa.
De despedida, Luis Carlos, misterioso (o mejor ser¨ªa decir discreto), nos obsequia unas cintas irisadas que son para atarse a la mu?eca en recuerdo de Bah¨ªa y para la buena suerte. "Saudade", pronuncia esa misteriosa palabra portuguesa, gallega, brasile?a, en que el recuerdo es echar de menos y sentir que la nostalgia es un esta do del alma. No hac¨ªa falta. No hace falta que nos haga recordar Bah¨ªa. No la olvidaremos. Nosotros ya hemos estado en Bah¨ªa. Et in Arcadia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.