La imperfecci¨®n de ¡®The waste land¡¯
La interpretaci¨®n de The waste land ha hecho alg¨²n ligero progreso en los 13 lustros que han transcurrido desde que se public¨® por primera vez a finales de 1922, pero los resultados obtenidos no guardan correspondencia alguna con el esfuerzo que le han dedicado varias generaciones de lectores. De hecho, la incertidumbre acerca de la forma y el sentido del poema presidi¨® desde el comienzo no s¨®lo su difusi¨®n y su presentaci¨®n ante el p¨²blico, sino incluso su composici¨®n y la fijaci¨®n de su forma final. La intervenci¨®n decisiva de Ezra Pound en esta ¨²ltima es de sobra conocida, y desde 1971 ha quedado documentada para beneficio de todos. Lo que en cambio no suele tenerse en cuenta es que el propio Eliot no estaba muy seguro de que tuviera entre manos una obra unitaria incluso en el momento de publicarla. Pound lo convenci¨® de que deb¨ªa sacarla de una sola vez en Criterion, pero aun as¨ª Eliot insisti¨® en que pod¨ªa imprimirse en la forma de una serie de fragmentos, sin mayor conexi¨®n entre s¨ª, en cuatro entregas sucesivas de The Dial, la revista norteamericana donde acab¨® tambi¨¦n public¨¢ndose como un poema singular. La publicaci¨®n en forma de libro dio asimismo lugar a graves malentendidos. Es sabido que las notas que acompa?an al poema fueron a?adidas por Eliot para aumentar el n¨²mero de p¨¢ginas de un tomito que en cualquier caso nunca lleg¨® a entrar en carnes. Ahora bien, muchas de esas notas no sirvieron m¨¢s que para descaminar a los lectores, quienes, claro est¨¢, no pod¨ªan saber que Eliot nunca se las hab¨ªa tomado en serio. En particular, la advertencia de Eliot respecto de la importancia de Frazer para la lectura adecuada del poema hizo estragos entre los cr¨ªticos, que encontraron en ella la salida para vencer su perplejidad ante una obra que no s¨®lo les resultaba incomprensible sino que parec¨ªa estar destinada a no ser entendida a menos. que uno fuera capaz de adoptar la mentalidad del hombre del neol¨ªtico. Huelga decir que ellos s¨ª que se precipitaron a adoptarla, ?y con qu¨¦ alegr¨ªa' Y es as¨ª como el poema de Eliot acab¨® siendo explicado, de modo que se hizo totalmente ininteligible incluso para aquellos a quienes habr¨ªan dejado perfectamente satisfechos los pocos pasajes en que domina la transparencia y la llaneza, a riesgo de tener que abandonar el resto a su uso exclusivo por los profesionales de la lectura de textos abstrusos.
Chapucer¨ªa
Cabe a?adir que, para desaz¨®n del lector, a la falta de indicios suficientemente precisos acerca de cualesquiera intenciones definidas que debieran atribuirse al autor de la obra, se sum¨® desde el principio y sin posible remedio la intolerable chapucer¨ªa que enturbia y afea m¨¢s de un pasaje de la misma. Dicho con toda la brutalidad que se requiere, el texto de The waste land de que disponemos carece de la plena autoridad exigible en el caso de una obra semejante, a cuyas dificultades el lector deber¨ªa poder enfrentarse como m¨ªnimo armado de confianza. Por el contrario, buena parte del saber, de la astucia y de la imaginaci¨®n de los lectores del poema de Eliot tiene que emplearse ante todo en la remoci¨®n de los obst¨¢culos que les entorpecen la marcha porque al autor no se le ocurri¨® que deb¨ªa dejarles la v¨ªa libre, o porque fue incapaz de hacerlo.
Siendo tales las circunstancias que todav¨ªa presiden la lectura responsable de The waste land, no tiene nada de extra?o que sigan estando pendientes de resoluci¨®n, sin que muchas veces ni siquiera se hayan planteado de un modo un¨ªvoco, muchas de las cuestiones suscitadas por el poema en cuya elucidaci¨®n deber¨ªa fundarse su interpretaci¨®n global. Una de ellas, tal vez la m¨¢s importante, es la que concierne a la identidad de su protagonista. Cierto es que de buenas a primeras puede el lector ingenuo decidir que le basta que ese protagonista sea el propio Eliot, a (quien tanto se parece el personaje que vemos vagar por Londres en las partes I y III del poema y de cuya esposa se nos ofrece un retrato tan cumplido en la parte II. En cuanto a la parte IV, donde nos sale Flebas el Fenicio, ?no se nos hab¨ªa dicho ya elesde el comienzo, en el verso 47 de la parte I, que el marinero Fenicio era la carta del protagonista de dicha parte? Puede Flebas, por consiguiente, seguir siendo, por la mediaci¨®n del protagonista de la parte I, otra figura del autor. Nos queda sin duda mucho por ver una vez hemos despachado con el expediente de las mencionadas evidencias primarias todo aquello que el lector ingenuo est¨¢ en disposici¨®n de entender a primera vista., que no es poco, de todos modos, ya que cubre pr¨¢cticamente la totalidad de las partes 1 a lV del poema, y, es de hecho la niejor base de apoyo de que disponemos para enfrentarnos con el resto. Hay quienes, sin embargo, no pueden satisfacerse con las meras evidencias primarias. Pertenecen ¨¦stos al otro campo, el de los int¨¦rpretes sin tolerancia por la vaguedad y la falta de definici¨®n que tan f¨¢cilmente se aceptan entre los lectores de poes¨ªa.
Y as¨ª, por ejemplo: ?a qu¨¦ viene, en el verso 70 de nuestro poema, que el protagonista, con quien ya nos sentimos en familia hasta el extremo de identificarlo sin pena con el doble del autor, nos salga increpando a Stetson y record¨¢ndole que fueron camaradas de armas en la batalla de Milas en el a?o 260 antes de Jesucristo? Quien habla as¨ª no puede ser Ellot, el pobre, ni siquiera su doble, a menos de disponer de unos poderes que todav¨ªa ,,, sabemos cu¨¢les son. Y saberlo es lo que necesariamente tenemos que conseguir, S? u remos entender el poema. ste es uno de los problemas pendientes de resoluci¨®n, m¨¢s all¨¢ de cualquier lectura ingenua que hagamos de The waste land, y que la cr¨ªtica oficial todav¨ªa no ha sido capaz de esclarecer, ni siquiera de plantearse, seg¨²n observaba hace un momento. Pero mientras no se resuelva seguiremos sin saber a qu¨¦ atenernos en lo que ata?e a la identidad del protagonista.
El protagonista
Claro est¨¢ que en el curso de 13 lustros no han faltado ocasiones en que uno u otro int¨¦rprete se ha pronunciado sobre ¨¦ste y tantos otros problemas semejantes. As¨ª, por ejemplo, hace un par de a?os se public¨® un estudio en el que justamente se hace hincapi¨¦ en la soluci¨®n que en ¨¦l pretende darse, ?por fin!, al problema de la singularidad del protagonista. Pues bien, el pasaje en cuesti¨®n resulta explicarse en este libro en virtud de una rara "sensaci¨®n (?una alucinaci¨®n?)" experimentada por el protagonista, que lo lleva por un momento a pensar que su vida se ha prolongado por varios per¨ªodos hist¨®ricos. Un salto de 22 siglos, nada menos, se nos explica aqu¨ª con el recurso a una variante de aquello de la virtus dormitiva: si el protagonista pasa de repente a actuar como un contempor¨¢neo de la primera guerra p¨²nica, eso se debe a que por un instante tiene la impresi¨®n de que es uno de ellos. Vaya, vaya. Y nuestro sabio no se detiene ah¨ª: el episodio de Tiresias, del cual, seg¨²n las notas del propio Eliot, pende la explicaci¨®n del resto de la obra ser¨ªa seg¨²n ¨¦l otro ejemplo de alucinaci¨®n moment¨¢nea sufrida por el protagonista, empe?ado en recorrer a saltos la historia.
Siendo tan trivial esa interpretaci¨®n es original. Pero de ocurrencias tan originales como ¨¦sta y apenas menos irresponsables est¨¢n llenas las p¨¢ginas de la mayor parte de los comentanos del poema de Eliot que se han publicado hasta el momento. Como notaba al principio, son 13 lustros de desorientaci¨®n y perplejidad, que arrancan de la incertidumbre con que el propio autor se hizo cargo de su obra. Eliot era un escritor enormemente competente, y apenas tenemos derecho a acusarlo de haber acertado por casualidad en el caso de The waste land, por escasa que nos parezca que hubo de ser su inteligencia de su propia obra. Yo dir¨ªa que simplemente, una vez vio que estaba terminada, fue incapaz de abarcarla, con haber tenido inuy claro el intento que lo gui¨® en el curso de su composici¨®n. La obra conclusa se le enajen¨®, sin m¨¢s.
Babelia
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