El Papa y la mujer
JUAN PABLO II acaba de ofrecer al mundo una meditaci¨®n b¨ªblica sobre la mujer. Ha preferido este g¨¦nero literario para entrar cautelosamente en el campo de uno de los debates m¨¢s espinosos de nuestro tiempo. La mujer como concepto cultural, como realizaci¨®n hist¨®rica, en su vocaci¨®n de servicio al conjunto social. Las consideraciones pontificias coinciden con los resultados del dram¨¢tico debate, que ha dividido a la comuni¨®n anglicana a ra¨ªz de la elevaci¨®n al episcopado de Barbara Harris en la di¨®cesis del Estado de Massachusetts. El Papa comenta la Biblia para hacer el elogio de la femineidad y la igualdad fundamental de derechos de la mujer frente al hombre. Los anglicanos tuvieron que enfrentarse democr¨¢ticamente con el problema de la autoridad religiosa que se sit¨²a en el n¨²cleo de la discusi¨®n. Desde la reforma protestante, se cuestiona el c¨®mo y el porqu¨¦ de los representantes de Dios. Los obispos cat¨®licos norteamericanos, m¨¢s pragm¨¢ticos, han comenzado por escuchar a las mismas mujeres, cat¨®licas y no cat¨®licas, para explicarse ante ellas y dar respuesta a sus demandas.El discurso tradicional sobre la mujer choca de frente con el de la modernidad. El primero contempla en primer plano la comunidad. El cristianismo lo hace a partir del plan divino, para deducir el papel de cada individuo y sus relaciones con los otros en el marco de la comunidad. Cada uno tiene que aceptar su propia funci¨®n e interpretar el personaje que le ha encomendado el autor del drama humano. La modernidad, en cambio, ha desacreditado las estructuras simb¨®licas tradicionales a trav¨¦s de las cuales cada ser humano se comprend¨ªa a s¨ª mismo y mediante las cuales se le dictaban las pautas de conducta. De ah¨ª que el planteamiento moderno sobre la mujer no obedezca a paisajes o marcos de conjunto. Se parte de la misma individualidad, de los derechos y exigencias de todo ser humano en el ejercicio de su libertad, en la relaci¨®n libre con su cuerpo, con los otros y con toda la naturaleza.
El papa Wojtyla ofrece su visi¨®n personal¨ªsima de lo "espec¨ªfico femenino". Si la dignidad de la persona se mide por la capacidad de donarse en servicio a toda la familia humana, la condici¨®n de virgen o de esposa eleva esa dignidad al m¨¢ximo, y la figura de Mar¨ªa, la virgen y madre, es el modelo insuperable de todo ser humano, y la mujer, la mejor dotada para cumplir esa misi¨®n de servicio. Las cuestiones que se plantean en torno al poder, a la participaci¨®n en los centros de decisi¨®n, son, a larga distancia, secundarias para la plena realizaci¨®n de la mujer. Niega expresamente que el sacerdocio, como tal, sea poder y, por tanto, que la no admisi¨®n de la mujer al sacerdocio pueda ser entendida como discriminaci¨®n. Seg¨²n ¨¦l, la elecci¨®n de s¨®lo hombres para el colegio apost¨®lico de los doce no se debe a razones culturales de aquel tiempo, sino a la voluntad deliberada del fundador de la iglesia. -
En resumen: el Papa elabora una teolog¨ªa sumamente elogiosa de la femineidad, seg¨²n la cual la mujer ser¨¢ m¨¢s ella misma cuanto menos copie los talentos varoniles. Ahora bien, entre los talentos personales, comunes al hombre y a la mujer, ?no cabe contar el del pensamiento, la creatividad y la capacidad de decisi¨®n que abran de par en par las puertas del poder pol¨ªtico, social, empresarial y cultural a la mujer de la sociedad moderna? Es evidente que la autoridad religiosa ejerce de hecho poder sobre las conciencias. Se anuncia una exhortaci¨®n apost¨®lica que interprete las conclusiones del ¨²ltimo s¨ªnodo romano de los obispos. ?Se tendr¨¢n entonces en cuenta las exigencias concretas de las, mujeres ciudadanas y cat¨®licas que quieren intervenir en el gobierno de la comunidad, en plano de igualdad con los hombres, o se preferir¨¢ seguir elogiando la femineidad como si la capacidad de pensamiento y de direcci¨®n fueran caracter¨ªsticas propiamente varoniles?
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