De la ambig¨¹edad
La locura no deja de ocuparme por una raz¨®n (que no es precisamente, o cuando menos no lo es en primer lugar, la de que yo haya de tratar de ella por razones profesionales), a saber: la de que, como forma de vida, ha de ser observada desde el m¨¢ximo de perspectivas posibles, para desvelarla y, por contraste, desvelar otras formas de vida, entre ellas su inversa, la cordura. No se trata de construir algo as¨ª como una concepci¨®n psiqui¨¢trica del mundo, que ser¨ªa una tonter¨ªa, tanto como la de imaginar una visi¨®n de la existencia humana a partir de la cordura. El problema no puede ser planteado as¨ª. La locura es una forma de vida. ?En qu¨¦ medida saber de una forma de vida ense?a de las restantes formas de vida y, para decirlo resumidamente, de la vida en general, es decir, de la vida como relaci¨®n del sujeto con la realidad?En efecto, las formas de vida pueden y deben ser analizadas desde diferentes perspectivas. Una de ellas, metodol¨®gicamente preferida por m¨ª, atendiendo a la relaci¨®n del sujeto con la realidad. Todos hemos de relacionarnos permanentemente con la realidad, la exterior y la interior, porque somos componentes de la realidad. Se trata, pues, de la relaci¨®n de una parte de la realidad, el sujeto, con la restante realidad (la de s¨ª mismo y la realidad emp¨ªrica). Pero hay muchas formas de relaci¨®n, y tras cada una de ellas se esconde una. visi¨®n aprior¨ªstica del sujeto respecto de la realidad para relacionarse anticipada y selectivamente con ella; porque es de notar que para la relaci¨®n con la realidad es condici¨®n necesaria preformar de antemano la realidad, predecirla. Vamos a la realidad con un modelo, con una teor¨ªa, sin ingenuidad. (Hace m¨¢s o menos 80 a?os postulaba Husserl ir "hacia las cosas mismas" -zu den Sachen selbst-, dotarse de ingenuidad para aprehenderlas objetivamente, aunque la carencia de ingenuidad, en su opini¨®n, era de otro car¨¢cter, quiz¨¢ hist¨®rico). Por tanto, conformamos previamente la realidad para aprehender de ella lo que interesa y, por decirlo as¨ª, a nuestro gusto, porque se trata, en un sentido muy amplio de la frase, de pasarlo bien en y con la realidad; es decir, encontrar en ella satisfacci¨®n, placer o, cuando menos, el menor displacer posible, a veces ya, por ¨²ltimo, la mera evitaci¨®n del perecer y dejar de ser de, y dejar de estar en, la realidad. La cuesti¨®n del acierto del sujeto en su relaci¨®n con la realidad no deriva tanto de la capacidad del mismo para ver la realidad cuanto de, literalmente, concordar con ella, o sea, hacer coincidir su visi¨®n anticipadora de la realidad con la realidad a la que va.
Ahora bien, cualquiera que sea la consideraci¨®n que de antemano se tenga, la realidad es, o se nos aparece, ambigua: las palabras con las que tratamos de entendernos significan mur chas cosas, y la sobredeterminaci¨®n de que hablaba Freud para el s¨ªmbolo on¨ªrico es aplicable a toda actuaci¨®n humana; los objetos sirven para muchos fines, incluso distintos a los que inicialmente tuvieron (un reloj es muchas veces menos un artefacto que marca la hora que un signo suntuario, y lo mismo un zapato, un traje, un coche, una bicicleta, etc¨¦tera); los hombres mentimos, y adem¨¢s representamos tantos papeles que los dem¨¢s no saben muchas veces a qu¨¦ atenerse con nosotros, y a¨²n m¨¢s, nuestras intenciones son inaccesibles, de manera que la motivaci¨®n o motivaciones ¨²ltimas de nuestros actos se han de ignorar siempre; s¨®lo caben inferencias de cu¨¢les son, y de esta forma los dem¨¢s han de contar o con la sospecha o con la confianza: dos incertidumbres. Como emisores de signos, somos todos los hombres virtuosos de la equivocidad. En todo esto que sumariamente he ejemplarizado consiste la ambig¨¹edad de la realidad. Porque el concepto de realidad que manejo no se entiende en t¨¦rminos ontol¨®gicos (la cosa en s¨ª kantiana, o el ser), sino pragm¨¢ticos: realidad, nuestra realidad, es el contexto, la situaci¨®n en la cual estamos, en donde practicamos un determinado juego que constituye la actuaci¨®n o actuaciones para dicho contexto, hasta, que pasamos a otro en donde hay que jugar de manera distinta al anterior.
Hay quien tolera sosegadamente la ambig¨¹edad, quien la. respeta a la hora de consideraruna determinada realidad. Parte hacia la realidad con la teor¨ªa de su equivocidad, y no con resignaci¨®n, sino con encantamiento. Es esa misma ambig¨¹edad lo que le interesa de la realidad. El buen novelista, por ejemplo, el novelista que, para. usar de las palabras fuertes de Broch, cumple moralmente con la funci¨®n de novelar, que consiste (citado por Kundera) en decir lo que s¨®lo la novela puede decir -esto es, describir vidas, mundos, y en ellos personas en su relatividad-, es un ejemplo de tolerancia y respeto de la ambig¨¹edad. A la inversa, el mal novelista es inambiguo de buenos y malos, inequ¨ªvoco, no ense?a nada, incluso confunde en la medida en que nos ofrece una realidad un¨ªvoca que no es de ninguna de las maneras. Asimismo, el pintor que no esta dispuesto a aceptar como postulado del retrato la fidelidad inequ¨ªvoca a la superficie, sino lo oculto de la significaci¨®n, respeta la ambig¨¹edad.
Hay, por el contrario, muchas formas de intolerancia ante la ambig¨¹edad de la realidad: una de ellas, la del religioso, con su consideraci¨®n de un ser superior, decididor de lo bueno y de lo malo, de lo justo e injusto, del santo y del pecador; o la de su hermano laico, el ide¨®logo, con su dopr¨ªa partidario; o la del cient¨ªfico, que mapea la realidad y coge de ella, a trav¨¦s del modelo, un nivel del objeto, s¨®lo aquel nivel: el f¨ªsico, qu¨ªmico, matem¨¢tico, econ¨®mico, etc¨¦tera, modelos epistemol¨®gicos necesariamente reduccionistas, inambiguos. Pero en estos tres casos se ha suscitado la crisis de la univocidad: muchos creyentes de hoy est¨¢n dispuestos a rechazar la intolerancia de la religiosidad un¨ªvoca con la que procede el dogma institucionalizado; del mismo modo, muchos de los afines a una determinada ideolog¨ªa advierten la ridiculez partidista; finalmente, la introducci¨®n de la mec¨¢nica cu¨¢ntica, la f¨ªsica de la discontinuidad de Max Planck, la l¨®gica de los valores intermedios (polivalente, de Lukasiewicz), la matem¨¢tica de los conjuntos borrosos procedentes de la l¨®gica citada, las estructuras disipativas de Prigogine, la teor¨ªa de cat¨¢strofes de Ren¨¦ Thorn, el probabilismo (la estocasticidad) de los procesos informacionales, son algunos ejemplos que muestran de qu¨¦ manera tambi¨¦n el pensamiento cient¨ªfico ha dado entrada a modelos de ambig¨¹edad para dar cuenta de la realidad que hay.
Pero est¨¢ el loco: frente a la ambig¨¹edad de la realidad de s¨ª y de los otros, el loco se torna r¨ªgido y fixista, los actos comienzan a significar un¨ªvocamente, y, en consecuencia, adquiere, sobre esta univocidad de las significaciones de los actos, absoluta -otra forma de intolerancia- certeza. El mundo es para el loco cualquier cosa menos deparador de perplejidad: es ya un mundo preciso, petrificado, dogm¨¢tico: "P me mira mal", "Q, al tocarse la nariz, se?al¨® que...", "R me persigue", y finalmente dice: "Yo soy...".
(Es posible que Aranguren, a trav¨¦s de su antropolog¨ªa de la versatilidad, comparta la tesis de que afirmar en serio "yo soy" es cosa de locos).
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