Chile vive
PAC?FICAMENTE, C?VICAMENTE, el pueblo chileno ha dicho no a la dictadura de Pinochet. Por grandes que sean las inc¨®gnitas que se abren tras los resultados de la consulta del mi¨¦rcoles (preparada por el propio dictador con la vana pretensi¨®n. de ver legitimado el poder que por la fuerza tom¨® y por la fuerza ha mantenido), una constataci¨®n se impone con el br¨ªo de la evidencia: que el futuro de Chile no pasa ya por la biograf¨ªa de ese militar melifluo y fel¨®n, asesino y corrupto, llamado Augusto Pinochet.Hace ocho a?os, el pinochetismo hizo aprobar, en condiciones que nada ten¨ªan que ver con una consulta democr¨¢tica, una Constituci¨®n confeccionada a su medida y te¨®ricamente destinada a institucionalizar el r¨¦gimen dictatorial. El plebiscito, entonces programado para fines de 1988, se conceb¨ªa como una pieza m¨¢s de un proyecto continuista, y de ah¨ª que pr¨¢cticamente no contemplase la posibilidad de una derrota. El desprecio de los dictadores por las urnas les hace olvidar a menudo el riesgo que supone someterse a la voluntad popular aun en las condiciones m¨¢s desfavorables para expresar un voto libre. Sucedi¨® en Uruguay, ocurri¨® en Polonia, y ha vuelto a pasar en Chile. Ir¨®nica paradoja.
Frente a las autocomplacientes previsiones del dictador, una serie de circunstancias, tanto internas como externas, han permitido convertir la consulta chilena en el punto de arranque de un proceso cuyo sentido es diametralmente opuesto a aquel para el que fue concebido. En primer lugar, la decidida voluntad de una mayor¨ªa de chilenos de acabar con la dictadura y recuperar la libertad. En segundo lugar, el acuerdo de todos los
partidos democr¨¢ticos chilenos de superar sus normales diferencias ideol¨®gicas y concentrar sus esfuerzos exclusivamente en la consecuci¨®n del no. Finalmente, la presi¨®n de las naciones democr¨¢ticas occidentales, que, sin excepci¨®n durante el ¨²ltimo a?o, han clamado por la recuperaci¨®n democr¨¢tica chilena y que, con su vigilancia, han impedido que el Gobierno de Pinochet cayera en la tentaci¨®n de ama?ar el resultado o de negar sus conclusiones por la fuerza de las armas. Las cifras hablan bien a las claras: con una m¨ªnima abstenci¨®n, indicativa de c¨®mo Chile ha entendido la gravedad de lo que estaba en juego, los partidarios de que Pinochet se vaya han sido el 54,68% de los votantes, mientras que los que apoyaron al dictador han sido el 43%. Que se hayan conseguido unas cifras tan expresivas es doblemente satisfactorio si se consideran las condiciones en que se desarroll¨® la campa?a del refer¨¦ndum.
Es probable que tenga que pasar alg¨²n tiempo antes de que los resultados permitan formular conclusiones sociol¨®gicas y pol¨ªticas precisas. Para averiguar, por ejemplo, el calado profundo del pinochetismo en Chile ser¨¢ necesario comparar, como ocurri¨® en la Espa?a posfranquista, el voto de apoyo a Pinochet ahora con el que eventualmente pudiera obtener en unas elecciones democr¨¢ticas futuras, si el dictador decidiera hacer la prueba. El pa¨ªs puede encontrarse con la usual sorpresa de que la extrema derecha se ha diluido en la nada con el mero transcurso de unos meses fuera del poder.
Porque lo que s¨ª parece seguro es que en ese 43% de votos s¨ª existe un componente de temor; y que ese temor no lo es tanto a la libertad como a la reacci¨®n que una situaci¨®n plenamente democr¨¢tica podr¨ªa suscitar en las fuerzas armadas. Dicho de otro modo: con su voto positivo, un sector de las clases medias y de la poblaci¨®n rural ha expresado al Pinochet de 1988 su temor al Pinochet de 1973. Es decir, su miedo ante una situaci¨®n que le recuerde la vivida hace 15 a?os. De hecho, la propaganda oficial ha difundido sutilmente ese mensaje al intentar asociar el recuerdo de la inestabilidad pol¨ªtica que caracteriz¨® al Gobierno de la Unidad Popular con lo que vino despu¨¦s. Como si esa secuencia de acontecimientos fuera inevitable y no derivada, precisamente, de la interrupci¨®n violenta del r¨¦gimen constitucional por el mismo Pinochet.
Una sola salida
El refer¨¦ndum, previsto desde que hace ocho a?os el r¨¦gimen militar concibi¨® la idea de autolegitimarse con unas instituciones a su medida, estaba preparado para una victoria del s¨ª. El triunfo del no pone de manifiesto que las soluciones previstas son sencillamente impracticables. ?C¨®mo es posible que quede en el poder un derrotado que ha condicionado su permanencia a un plebiscito que ha perdido? La inevitable y acelerada erosi¨®n de su figura en las pr¨®ximas semanas va a hacer que Pinochet, carente de autoridad, sea incapaz de gobernar. Incluso sus propios compa?eros de milicia, ya reticentes a que fuera candidato, pueden empezar a retirarle el apoyo. Es cierto que estaba previsto que, si perd¨ªa el plebiscito, Pinochet seguir¨ªa siendo presidente de la Rep¨²blica durante 15 meses m¨¢s, pasados los cuales, como jefe militar m¨¢ximo durante 18 meses m¨¢s, continuar¨ªa vigilando que las cosas se hicieran siguiendo los dictados de las fuerzas armadas. Es dif¨ªcil que los acontecimientos puedan seguir ese camino. El general Pinochet no va a tener m¨¢s remedio que negociar con los que le han derrotado, y la ¨²nica negociaci¨®n posible es la que gestione su marcha.
La relativa paridad de cifras a favor y en contra exige una salida pactada entre los militares y las fuerzas democr¨¢ticas. El ¨²nico objetivo de la negociaci¨®n tiene que ser la instauraci¨®n de un Gobierno civil provisional que convoque elecciones presidenciales y, probablemente, una Asamblea legislativa constituyente. Existe, para ello, una condici¨®n sin la que nada es posible: la oposici¨®n, que con tanto rigor ha defendido la opci¨®n del no sin permitir que las diferencias ideol¨®gicas estorbaran el convencimiento democr¨¢tico, debe mantenerse unida, sin que discusiones internas puedan dar lugar a que el Ej¨¦rcito se sienta nuevamente impelido a intervenir apelando a lo que no dudar¨ªa en calificar como divisi¨®n suicida del pa¨ªs.
El Gobierno espa?ol emiti¨® ayer un comunicado lleno de buen sentido. Tras constatar el triunfo del no, pide que el Gobierno de Chile "haga posible el tr¨¢nsito ordenado hacia un sistema pluralista mediante elecciones generales". En el recuerdo de los espa?oles est¨¢ todav¨ªa muy reciente el tr¨¢nsito de nuestro pa¨ªs hacia la democracia, muchas veces plagado de dificultades y de amenazas, pero capaz de concitar en los momentos decisivos, para lo bueno y para lo malo, la voluntad mayoritaria de un pueblo determinado a salir del agujero negro de una pesadilla hist¨®rica. Chile se encuentra en estos momentos en una encrucijada similar, y ello explica la pasi¨®n con la que se han vivido en Espa?a los ¨²ltimos espasmos de una dictadura llamada a desaparecer en un corto plazo de tiempo. Ser¨ªa bueno que la experiencia espa?ola sirviera de modelo para los dem¨®cratas chilenos y para aquellos que, acunados durante a?os por la dictadura, terminen por rendirse a la evidencia de un futuro inevitable. La transici¨®n espa?ola no la hicieron solamente dem¨®cratas sin tacha, pero todos trabajaron a favor de la democracia. Los militares chilenos deben saber, por otra parte, que la comunidad internacional, y especialmente la Europa comunitaria, que Espa?a presidir¨¢ dentro de poco, sigue atentamente cuanto ocurre y exige, con los chilenos, el regreso sin demora a la libertad democr¨¢tica. Como hubiera dicho Le¨®n Felipe, los militares tienen "la hacienda y la pistola", pero el pueblo chileno ha recuperado "la voz antigua de la tierra".
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