Los espa?oles creen que sus compatriotas s¨®lo buscan dinero
El grado de civismo de los ciudadanos sigue aumentando progresivamente al asentarse la convivencia libre y democr¨¢tica
EL PA?S, El 88% de los espa?oles opina que hoy s¨®lo se piensa en nuestro pa¨ªs en vivir mejor y en ganar como sea la mayor cantidad de dinero posible. Y eso le parece mal al 54%. Un 64% cree que la mayor parte de la gente, si se le presentara la ocasi¨®n, har¨ªa cualquier cosa por dinero; y eso le parece mal al 75%. Un 70% considera que nuestra sociedad actual valora y admira m¨¢s a quienes triunfan y logran ganar mucho dinero que a quienes se esfuerzan por vivir con valores y principios morales. Y que ocurra as¨ª le parece mal a un 76%. Finalmente, un 72% estima que la gente s¨®lo cuida lo que es suyo y en cambio trata mal todo lo que es de propiedad p¨²blica, y eso le parece mal al 86%.
En el terreno de los grandes principios y de los esquemas de valor b¨¢sicos, nuestra sociedad revela un grado de perplejidad que no ser¨ªa exagerado calificar de crisis de identidad: una clara amplia mayor¨ªa de espa?oles (88%) percibe a nuestra sociedad movida por metas y orientaciones de corte materialista e individualista (s¨®lo se piensa en vivir mejor, en ganar m¨¢s dinero como sea, se har¨ªa cualquier cosa por dinero, s¨®lo se cuida lo propio y se maltrata lo que es de propiedad p¨²blica, se admira m¨¢s a quien gana mucho que a quienes viven con valores y principios morales). Y a una mayor¨ªa todo ello le parece que est¨¢ mal (entre el 54% y el 75 %.
Esa mayoritaria coincidencia tanto en el diagn¨®stico de lo que est¨¢ pasando (es decir, de lo que la mayor¨ªa de nosotros est¨¢ haciendo) como en su reprobaci¨®n equivale a decir que los espa?oles nos percibimos como seguidores de unas pautas de valor que, al propio tiempo, decimos que nos parecen mal. O lo que es igual, actuamos de una manera y pensamos -o decimos pensar- de otra; propugnamos unos valores pero actuamos conforme a otros opuestos.
Sin duda, m¨¢s que ante una situaci¨®n generalizada de duplicidad o de cinismo morales nos hallamos ante una situaci¨®n de desconcierto y desorientaci¨®n respecto de las grandes opciones de valor.
Falta liderazgo moral
Esta situaci¨®n de ausencia de di rectrices morales es sin duda consecuencia, por un lado, del claro relanzamiento de la econom¨ªa, con ensanchamiento de las expectativas de mejora material y de enriquecimiento, a veces por medios y en espacios de tiempo in¨¦ditos, y, por otro, de la ausencia de un liderazgo moral claro en este terreno por parte de instituciones con prestigio y ascendiente suficientes para ejercer de guardagujas respecto de lo l¨ªcito y de lo reprobable en el nuevo contexto sociocultural de b¨²squeda universal y generalizada del enriquecimiento.
En otro terreno, los datos del presente bar¨®metro permiten comprobar c¨®mo el nivel de civismo de la sociedad espa?ola sigue experimentando mejoras graduales pero inequ¨ªvocas. A?o a a?o son progresivamente m¨¢s los espa?oles que perciben a sus compatriotas como personas cada vez m¨¢s respetuosas entre s¨ª, m¨¢s respetuosas, con la autoridad, m¨¢s trabajadoras, m¨¢s cumplidoras de las leyes, m¨¢s felices y hasta m¨¢s religiosas (dato este ¨²ltimo que, pese a su exig¨¹idad, parece sugerir un cierto remonte en el bajo perfil que la religi¨®n y la Iglesia han tenido en los ¨²ltimos a?os).
El ¨ªndice global de moral c¨ªvica (consistente en el cociente resultante de dividir la suma de porcentajes correspondientes a percepci¨®n de incrementos en esas dimensiones por la suma de porcentajes referidos a percepci¨®n de disminuciones) pr¨¢cticamente se ha duplicado entre los a?os 1980 y 1988, pasando de 0,42 a 0,84.
Sencillamente, esta sociedad parece irse asentando poco a poco dentro de un marco de convivencia libre y democr¨¢tica. En consecuencia, va increment¨¢ndose su nivel de moral ciudadana y de convivencia c¨ªvica, que sin duda, y pese a todo, dista a¨²n de ser ¨®ptimo: todav¨ªa, por ejemplo, seguimos vi¨¦ndonos como m¨¢s prontos en reclamar derechos que en cumplir leyes. Pero con todo, la tendencia positiva resulta innegable.
Al mismo tiempo, y no sin cierta paradoja, nuestra sociedad parece haberse hecho en estos ¨²ltimos a?os m¨¢s fragmentada y m¨¢s recelosa. Por un lado, ocurre que un 51% de los espa?oles ahora (frente a un 44% en el a?o 1980) opina que en Espa?a la gente suele estar muy en desacuerdo en lo que est¨¢ bien y en lo que est¨¢ mal; es decir, que existe entre nosotros un b¨¢sico disenso ¨¦tico-valorativo. Y la percepci¨®n de esta ausencia de est¨¢ndares morales ampliamente compartidos va en aumento: es ahora un 16% m¨¢s frecuente que hace ocho a?os.
Por otro lado, ha aumentado de forma espectacular la proporci¨®n de espa?oles que opina que hoy en nuestro pa¨ªs se puede uno fiar de muy poca gente: 76% (frente a s¨®lo el 53% en 1980). Este acusado crecimiento de la desconfianza interpersonal quiz¨¢ puede explicarse tomando como base a la influencia cruzada de factores muy dispares: desde el aumento de la delincuencia y de la inseguridad (con su correlativo incremento del recelo generalizado frente a los otros) experimentado en estos a?os por nuestra sociedad, hasta ese mismo disenso b¨¢sico percibido en el terreno de las normas morales. El hecho, en todo caso, es que esta sociedad se ha hecho sustancialmente m¨¢s recelosa en muy pocos a?os.
Probablemente esto no resulta forzosamente incongruente con la creciente capacidad de civismo ya apuntada: cabe, en efecto, pensar que cuanto menor se hace la confianza en los dem¨¢s y en el acuerdo o entendimiento interpersonal en temas b¨¢sicos, mayor puede resultar, justamente, la necesidad de cauces formales de convivencia y relaci¨®n que aseguren el adecuado funcionamiento de la sociedad.
Hasta cierto punto podr¨ªa, pues, decirse que tendemos a ser mejores ciudadanos porque somos m¨¢s conscientes de la necesidad de convivir con personas de ideas muy distintas a las nuestras.
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