El se?uelo
Asistimos en nuestros d¨ªas a un cambio en la concepci¨®n del trabajo. La brega diaria ha dejado de ser para algunos un medio de supervivencia para, convertirse en un fin. M¨¢s que del cumplimiento de una funci¨®n en el ejercicio de una tarea espec¨ªfica, de lo que se trata hoy es de desplegar la propia individualidad en el terreno laboral.. As¨ª, del dominio de la necesidad el trabajo se est¨¢ desplazando al ¨¢mbito de la libertad. Es ahora el escenario privilegiado de la expresi¨®n del yo.Un fen¨®meno de tales caracter¨ªsticas no es un hecho generalizable. Se circunscribe, de momento, a un sector social que, aunque num¨¦ricamente minoritario, ejerce una influencia ideol¨®gica clave. Me refiero sobre todo a los llamados yuppies. Es ¨¦sta una noci¨®n construida y artificial que remite, m¨¢s que a una categor¨ªa con perfiles sociales concretos, a una imagen que expresa un modo de vida caracterizado, entre otras cosas, por la centralidad del trabajo. Altos ejecutivos de las grandes empresas, cuadros del sector p¨²blico y j¨®venes empresarios est¨¢n urdiendo un nuevo ideal de ¨¦xito que se articula en torno a la subjetividad. Este proceso se ha abierto paso tras el declive de un cierto esp¨ªritu.
La noci¨®n de vocaci¨®n est¨¢ herida de muerte. Nadie alude hoy a esa llamada que dictaba al fuero interno la elecci¨®n de la profesi¨®n y que supon¨ªa una mediaci¨®n imperiosa entre el individuo y el mundo p¨²blico. Asociado a la profesi¨®n se hallaba el valor de la excelencia, la b¨²squeda de una superioridad dentro de la propia especialidad. Querer ser una eminencia ser¨ªa hoy objeto de hilaridad cuando no de compasi¨®n. Tampoco parece que la formaci¨®n, que alude a un patrimonio te¨®rico acumulado durante los a?os de estudio, sea precisamente un valor en alza. En su lugar se crece la experiencia asociada a la eficacia, a un saber hacer pr¨¢ctico y actualizado. La val¨ªa profesional se mide no ya en t¨¦rminos de conocimiento, sino en la posesi¨®n de un conjunto de caracter¨ªsticas personales. La autonom¨ªa, la iniciativa, la seguridad o la intuici¨®n forman parte del capital ps¨ªquico del ejecutivo, que debe desplegar su subjetividad en ese reto continuo en que se ha convertido la profesi¨®n. El llamado trabajo creativo no apunta hoy tanto a la producci¨®n de una obra propia como a la posibilidad de expresar la personalidad a trav¨¦s de una ocupaci¨®n. As¨ª, dise?ar una campa?a publicitaria o crear una peque?a empresa constituye el teatro de operaciones donde se proyecta un individuo proteico definido por la flexibilidad, la adaptabilidad y la capacidad de resolver problemas.
El trabajo personalizado entra?a, finalmente, una peculiar concepci¨®n del ¨¦xito. Arrumbado el saber y relativizado el valor de la formaci¨®n, la excelencia tiene que ver m¨¢s que nada con la presencia en los medios de comunicaci¨®n. Pero a pocos est¨¢ reservado el goce de tama?o privilegio. Para los muchos, otras son las v¨ªas para alcanzar el ¨¦xito. Triunfar significa, en primer lugar, obtener el reconocimiento externo. La familia, los amigos, los pares y los superiores (en orden decreciente de intimidad) son el reflejo de la propia destreza. El c¨ªrculo de los m¨¢s pr¨®ximos es el referente inmediato de nuestra competencia. Hasta aqu¨ª nada demasiado nuevo. Pero el triunfo expresa, ahora m¨¢s que nunca, el logro de la propia satisfacci¨®n, la conciencia acrecida de la val¨ªa personal a trav¨¦s de una mirada hacia adentro. M¨¢s all¨¢ de los bienes sociales tradicionalmente asociados al honor -el dinero y el poder-, el ideal contempor¨¢neo remite a una concepci¨®n psicol¨®gista del triunfo carente de todo contenido social.
En nuestros d¨ªas, el ¨¦xito se articula alrededor de la noci¨®n de autorrealizaci¨®n. Dicho vocablo apunta a un ideal de desenvolvimiento, de un desarrollo personal que se obtiene a trav¨¦s de un movimiento continuo, de una tensi¨®n creciente de las propias capacidades. La autorrealizaci¨®n se concibe como el cumplimiento progresivo de unas metas razonables y escalonadas. Pero a la consecuci¨®n de objetivos externos (el aumento de facturaci¨®n de una empresa o la ampliaci¨®n de un producto en el mercado, por ejemplo) se une la persecuci¨®n de unos logros de naturaleza interna.
Para el sector social en cuesti¨®n, el trabajo es la esfera donde se manifiesta la personalidad, tanto m¨¢s desarrollada cuanto mayores son las tensiones que la mantienen viva. En este sentido, el estr¨¦s no ser¨ªa una consecuencia no querida del trabajo personalizado sino un elemento inherente al mismo. Concebido como un desaflo continuo, el trabajo es fuente de energ¨ªa para un individuo que encuentra en su yo la referencia ¨²ltima de su actividad. A cada tarea debe suceder otra m¨¢s diricil en la cual se pruebe la propia consistencia. La carrera es hoy no ya una ascensi¨®n en el camino a la excelencia sino un curr¨ªculo compuesto por una serie de ocupaciones que brindan una sucesi¨®n de estados del ser. El cambio de trabajo ofrece la promesa de construir un nuevo yo, es el marco de un duelo a la b¨²squeda de una autorrealizaci¨®n siempre aplazada e inasible. Por eso el deseo de ennquecerse para dejar de trabajar no es sino una fantas¨ªa de pobres y mediocres. Ahora que el trabajo es el vitalizador por excelencia, el cese de la actividad, lejos de liberar, anticipa la muerte. Lo propio de los nuevos tiempos es el ensayo obstinado e incesante de la identidad en la arena del trabajo.
El trabajo ha dejado de pertenecer al espacio p¨²blico. Se sit¨²a en un terreno intermedio entre lo p¨²blico y lo privado, la esfera social, que expresa en el exterior el contenido de una subjetividad ansiosa e insatisfecha. El ideal de la vocaci¨®n, que constitu¨ªa el fundamento del individualismo racional y emprendedor del primer capitalismo, ha dado paso a la autorrealizaci¨®n, n¨²cleo de una concepci¨®n emocional y defensivo del v¨ªnculo social. Desplazada la dimensi¨®n instrumental, la expresividad del trabajo se cobija en la intimidad. Al cabo, el quehacer es, para algunos, una nueva conquista del narcisismo.
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