Los nuevos editores
El mundo editorial ha conocido en los ¨²ltimo a?os la irrupci¨®n pujante de j¨®venes editores que han adquirido prestigio y una cuota no despreciable de mercado. Sin embargo, se?ala el autor, estos editores encuentra dificultades para mantener una imagen de marca basada en la renovaci¨®n permanente.
Tienen poco m¨¢s de 40 a?os y un pasado ya largo de peque?os editores. Por su sensibilidad ante lo nuevo, por su capacidad para anticiparse a las necesidades de su p¨²blico virtual, por su disponibilidad para cambiar de rumbo de acuerdo con las exigencias del momento, se afirmaron y crecieron y llegaron a constituir una verdadera alternativa frente a las macroeditoriales desbordadas por su propia din¨¢mica. En ese momento, cuando dejaron de ser peque?os editores para convertirse en editores medianos, cuando su p¨²blico dej¨® de ser marginal para convertirse en un p¨²blico con peso social, cuando empezaron realmente a competir con los editores mayores para ganarse nuevas capas de p¨²blico se encontraron ante una disyuntiva trascendente con la que no contaban: hab¨ªa que elegir entre buscar un modo de seguir siendo lo que hab¨ªan sido, pero en funci¨®n de las nuevas circunstancias, y adoptar el modelo tradicional del editor con pujos de grandeza.La existencia de este tipo de nuevos editores no es privativa de Espa?a: todo parece indicar que se trata de un fen¨®meno de alcance europeo. Y todo parece indicar tambi¨¦n que muchos de esos nuevos editores, aqu¨ª y fuera de aqu¨ª, han optado por la menos creadora de las dos alternativas que se abr¨ªan ante ellos: en vez de seguir fieles a aquello que les dio acceso al ¨¦xito, imitan a quienes ahora son sus contrincantes, aunque pugnando para diferenciarse de los mismos, ya que no en el comportamiento con el p¨²blico y con los intermediarios culturales, al menos en lo que hace al producto que ofertan, que quieren de una calidad superior, sin caer en la cuenta de que calidad y masificaci¨®n son incompatibles.
Mientras que los nuevos editores, en su etapa anterior, manten¨ªan con el p¨²blico una relaci¨®n dial¨¦ctica, haci¨¦ndoles propuestas que pod¨ªan anticiparse a sus necesidades, abandon¨¢ndolas si no encontraban o no segu¨ªan encontrando eco y sustituy¨¦ndolas por otras que quiz¨¢ fueran capaces de provocar una reacci¨®n activa, y manten¨ªan un di¨¢logo impl¨ªcito con los intermediarios culturales, que enriquec¨ªa a unos y a otros, en la etapa actual -si no todos, muchos de ellos- tratan de imponer al p¨²blico sus gustos personales y, lo que es peor, lo que entienden que van a ser ma?ana los gustos de ese mismo p¨²blico, haciendo pasar todo ello por la ¨²nica opci¨®n positiva posible desde un punto de vista objetivo, y se afanan para lograr que los intermediarios culturales se rijan por sus criterios editoriales, convirti¨¦ndose en sus agentes de marketing, o se constituyan en portavoces de movimientos que ellos, en cuanto editores, puedan capitalizar.
Al actuar de este ¨²ltimo modo, los nuevos editores parecen ignorar que es imposible nadar y guardar la ropa; que no cabe seguir benefici¨¢ndose de las ventajas que proporciona ser un peque?o editor y, al mismo tiempo, eludir las desventajas que acarrea ser un editor de mayor envergadura. ?Cu¨¢les son esas ventajas y cu¨¢les esas desventajas? Entre las primeras se cuenta disponer de un p¨²blico circunscrito y que sabe lo que quiere, de un p¨²blico por lo general joven y abocado al cambio, al que resulta f¨¢cil satisfacer ofreci¨¦ndole los productos generados por los promotores del cambio; disponer de una demanda previa que no hay que crear, pues responde a necesidades vitales y no a la simple necesidad de entretenimiento; disponer del apoyo decidido de los intermediarios culturales comprometidos con el cambio. Entre las segundas, estar a merced de un p¨²blico tornadizo, de gustos poco definidos, al que hay que estar gan¨¢ndose de continuo, sin disponer para ello de ninguna gu¨ªa segura, dado lo aleatorio de sus tendencias; verse en la obligaci¨®n de multiplicar los t¨ªtulos editados por necesidades de programaci¨®n y no porque esos t¨ªtulos sean reclamados por el mercado, lo que mueve a intentar alumbrar sin pausa nuevos filones de obras y autores que puedan resultar rentables, pues para hacerse con los ya detectados existe una fuerte competencia, casi invencible cuando se trata de grandes editoriales; tener que conciliar comercialidad y estado cultura? en los productos ofertados al p¨²blico.
Inventarse escuelas
Para seguir gozando de las citadas ventajas y esquivar las correspondientes desventajas, algunos de los nuevos editores han arbitrado una serie de medios cuya legitimidad resulta dudosa y que puede generar una grave confusi¨®n en el campo de la cultura. El primero de ellos consiste en hacer como si no hubieran cambiado, en pretender que sus libros de ahora tienen la misma entidad que los del pasado, en valerse de su prestigio de ayer para cubrir libros deleznables en muchos casos. El segundo, en inventarse escuelas y movimientos ficticios, artificiosos, para conferir coherencia y peso a autores que de otro modo no despertar¨ªan ning¨²n inter¨¦s -Kazuo Ishiguro ha denunciado este hecho en el Reino Unido, donde, seg¨²n ¨¦l, la llamada generaci¨®n de la Commonwealth es un invento de los nuevos editores, quienes necesitan desesperadamente descubrir autores "que llenen el vac¨ªo que caracteriz¨® la d¨¦cada de los setenta y que les permitan seguir en el negocio de la edici¨®n"-. El tercero, en potenciar a seudoartistas como Garc¨ªa M¨¢rquez, Kundera y Eco, autores de ¨¦xitos de venta para la peque?a burgues¨ªa ascendente que se caracterizan por la vacuidad con pretensiones, el mimetismo vulgarizador y la tendencia al kitsch, poni¨¦ndolos como modelos de gran arte a las nuevas generaciones de escritores a fin de propiciar el desarrollo de una narrativa comercial con apariencias de grandeza est¨¦tica. El cuarto, en fin, en ganarse los favores de una cr¨ªtica acomodaticia o necia que avale esta operaci¨®n confusionaria, lo que pueden conseguir sin mucho esfuerzo, dado que hay cr¨ªticos un poco pasados de edad que no quieren ser desbordados en sus gustos por los de generaciones posteriores, cr¨ªticos j¨®venes que intentan distanciarse de sus mayores mediante la identificaci¨®n con los narradores de sus mismos a?os y la afirmaci¨®n de la moda de cada momento como prueba m¨¢xima de contemporaneidad y cr¨ªticos de todas las edades cuya aspiraci¨®n m¨¢xima ser¨ªa pasar a la historia como portavoces de un movimiento literario.
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