La cultura pacificada
En una serie de art¨ªculos aparecidos en revistas francesas en 1973, Roland Barthes exploraba un estudio de las divisiones de los lenguajes en su relaci¨®n con el poder. Lejos de ser un campo de dispersi¨®n, se?alaba, la cultura se ha transformado en un espacio de conciliaci¨®n. Designada en plural y decididamente disuelta en una democr¨¢tica min¨²scula -tesis que, por cierto, recoger¨ªa a?os m¨¢s tarde Alain Finkielkraut, con prestaciones literales, pero sin el escr¨²pulo pasional y la agudeza del autor de Le plaisir du texte, para lanzar una salva de artiller¨ªa en Francia y, por aluvi¨®n osm¨®tica, en, Espa?a, como ya recogiera EL PA?S desde estas mismas p¨¢ginas-, la cultura se ha convertido en un territorio acotado, masificado, sometido a las leyes de la vulgata y encerrada en una poco menos que pat¨¦tica inmovilidad. En esta zona pac¨ªfica repleta de estereotipos, se?alaba Barthes, se revela, parad¨®jicamente, una guerra de lenguajes vinculada a los c¨®digos de producci¨®n y de deseo. A un discurso encr¨¢tico localizado dentro del poder o a la sombra de ¨¦ste, opon¨ªa un discurso acr¨¢tico situado fuera de los m¨¢rgenes del poder. Siguiendo el trazado aristot¨¦lico, el primero se situar¨ªa dentro de la doxa y conforme a sus leyes comunes, mientras el segundo navegar¨ªa a la deriva y, en relaci¨®n a las instituciones oficiales de lenguaje, deber¨ªa ser considerado como parad¨®jico. El razonamiento-excurso de Barthes, vinculado a la relaci¨®n entre sujeto, lenguaje y realidad, aparece hoy plenamente vigente. La cultura-mosaico que vivimos es una cultura pac¨ªfica, por encima de estent¨®reas manifestaciones de violencia m¨¢s propias del happening callejero y la propia dramaturgia del poder que del enfrentamiento cr¨ªtico. En la medida que se declara rentista del eclecticismo laxo, vive sumergida en el d¨¦j¨¢-vu; dado que reclama para s¨ª el relativismo m¨¢s absoluto, diricilinente puede tolerar el ejercicio de la cr¨ªtica sobre su propia funci¨®n. Cultura pacificada que adopta los rasgos y las figuras del discurso encr¨¢tico, pues remite a todas las seguridades de la doxa dominante y a sus presiones. M¨¢s all¨¢ de esta l¨ªnea de fuerza, quedan peque?os islotes de un discurso acr¨¢tico que, lenta pero ¨ªne xor ablem ente, parece perder su espacio de oposici¨®n.Ese todo pac¨ªfico tiene entre nosotros un sentido unidireccional. En las trincheras de nuestra cultura no reina valor estrat¨¦gico alguno. El rito social y el consumo, fundamentos determinantes para la existencia misma de esa cultura, necesitan del alfombrado de los salones y no de los campos de batalla. Y en la medida que buena parte de las propuestas culturales que se dirimen entre nosotros parecen colmar satisfacciones elementales y satisfacer deseos inmediatos localizados en el campo de la intersubjetividad, en este terreno no hay guerra. M¨¢s all¨¢ del estruendo de alg¨²n que otro petardo posmoderno, as¨ª como de la traca del funcionariado intelectual por conseguir la crucer¨ªa, nuestra cultura se ha transformado en un todo pacificado. El pensamiento cr¨ªtico parece haber capitulado frente al gintonic, y en este territorio ha estallado la paz.
Dimana del poder
Una paz impuesta y definitivamente asentada en el todo social. Parece obvio que al hablar de cultura en Espa?a, al menos desde una m¨ªnima perspectiva sistematizadora ajena al subrayado excepcional, debemos referirnos a la que dimana del poder a trav¨¦s de sus diversificadas instituciones. En nuestro caso, los lenguajes han evacuado el campo de batalla y el discurso encr¨¢tico a que se refer¨ªa Barthes parece dominar a sus anchas. Se expande desde el poder sin apenas disimulos -a trav¨¦s, por ejemplo, de un ministerio que de ser un sacrificadero de personajes rebotados se ha convertido en los ¨²ltimos a?os en un moderno centro de producci¨®n-gesti¨®n con proyectos cuatrienales-, pero es tambi¨¦n ubicuo, ya que sostiene bifurcaciones, instancias de poder capitalizado desde el exterior y en aparente contradicci¨®n con el poder mismo. Es un discurso convincente por su naturaleza democratizadora -esto es, a¨²na esfuerzos en lugar de marcar diferencias- y por su eficacia pedag¨®gica inmediata, ya que para atravesar esta autopista no se exigen conocimientos de exploraci¨®n, sino un simple pago de peaje. Es un discurso productivo y placentero en la medida que desarrolla de forma inmaculada todo el ciclo biol¨®gico: la mayor parte de las propuestas culturales nacen, se desarrollan y mueren en aras a su consumo, pero son raramente pensadas desde el proceso de su producci¨®n. Finalmente, es un discurso coqueto, ya que adem¨¢s de presentarse como ¨²nico y repleto de certezas -ejerciendo funciones propias de la seducci¨®n-, arropa su existencia a trav¨¦s de una apacible y conciliatoria opini¨®n com¨²n que le facilita su propia reproducci¨®n.
Fuera de esta estructura perfecta apenas queda lugar para la divisi¨®n. La duda, la cr¨ªtica, la interrogaci¨®n, la diferencia, ele mentos constitutivos de una cultura fluida, perturbadora, parecen arrinconadas frente a tantas evidencias. El conflicto de anta?o -te?ido de ecumenismo pol¨ªtico harto narcisista, pero generador de ciertas l¨ªneas de fugase ha trocado en asentamiento pac¨ªfico. El ¨²nico combate admisible se dirige contra quienes, en su osad¨ªa guerrillera, intentan perturbar el fruto de esta victoria conseguida a trav¨¦s de tanto sacrificio y canap¨¦: la pereza.
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