HG
Ello es que servidora se encontraba en ultramar cuando se enter¨® de la convocatoria de la HG. C¨¢spita, me dije, turulata ante lo desmesurado del asunto. A 8.000 kil¨®metros de distancia, la HG me pareci¨® un GH, esto es, un grand¨ªsimo horror, una tontuna, un exceso de chundarata sindical. Porque una pensaba que la huelga general siempre es pol¨ªtica, el as ¨²ltimo y secreto de la estrategia laboral. Y emplearla con tanto desahogo como protesta contra un plan concreto se me antojaba tan risible como desperdiciar misiles en matar pulgas.Pero hete aqu¨ª que, una vez de regreso a la madre patria, siempre tan calentita y agitada (volver a este pa¨ªs es zambullirse), me encuentro con la ciudadan¨ªa en pie de guerra y los corazones latiendo con estruendo un¨ªsono a rebato. Futbolistas de misa de 12 que han de explicar a los socialistas lecciones de solidaridad que han olvidado. Mandamases que achuchan y embarullan. Y pol¨ªticos que, sobre todo, sacan a pasear de nuevo el fantasma ancestral del acab¨®se, aprovech¨¢ndose una vez m¨¢s del miedo hist¨®rico que almacena la apaleada memoria del pa¨ªs. Por miedo ganaron el refer¨¦ndum sobre la OTAN, y parece que le han tomado gusto a la amenaza. Son cartas marcadas de tah¨²r.
Pero se dir¨ªa que esta vez el truco de prestidigitador no les funciona. En los bares, en las oficinas, en el metro, la gente discute del asunto, enardecida, y la huelga empieza a brotar en las ciudades como champi?¨®n en humus muy propicio. No son los sindicatos, no es el maldito plan de empleo: es un deseo general de expresar la propia insatisfacci¨®n por cualquier v¨ªa. Se me ocurre que, m¨¢s que hacer encaje de bolillos para desmantelar los sindicatos, el Gobierno deber¨ªa preguntarse qu¨¦ desaz¨®n se cuece en el pa¨ªs para que la HG nos guste tanto. Pero ya lo dijo Gonz¨¢lez el otro d¨ªa: Olof Palme volvi¨® a ganar las elecciones tras una huelga. La voluntad de eternizarse parece ser la ¨²nica reflexi¨®n que todo este cirio les despierta. Merecer¨ªa la pena hacer una HG s¨®lo por eso.
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