Revoluci¨®n tecnol¨®gica y conservadurismo econ¨®mico
Nunca, en ning¨²n per¨ªodo hist¨®rico de la humanidad, los hombres han creado m¨¢s riquezas que desde la terminaci¨®n de la II Guerra Mundial, bajo los auspicios de la tercera revoluci¨®n industrial. Durante el per¨ªodo de 1950-85, el producto interno bruto (PIB) de Jap¨®n aument¨® por a?o 7,8%; la URSS, 4,5%; Estados Unidos, 3,1%, y la CEE, 4,8% en 1960-1973. Las sociedades antiguas y medievales, en que dominaba la producci¨®n agropecuaria, con el empleo de un 90% de su poblaci¨®n activa -en este sector- para alimentarla insuficientemente, fueron de muy baja productividad del. trabajo humano. Viviendo as¨ª en un r¨¦gimen de consumo de extrema pobreza, el incremento de la poblaci¨®n permaneci¨® relativamente estable por causa de una escasa alimentaci¨®n y una elevada mortalidad entre la poblaci¨®n infantil y una esperanza de vida para los adultos no superior a 40 a?os. Hasta finales de? siglo XIX, en muchos pa¨ªses de Europa occidental y de Asia, ?frica y Am¨¦rica Latina, el 70% de la poblaci¨®n, m¨¢s o menos, estaba en el campo ocupada en una agricultura de subsistencia. Actualmente, en la Europa de los doce, del total de su poblaci¨®n activa s¨®lo ha quedado un 8,6% en la agricultura, produciendo en una superficie menor que la de Argentina cereales para satisfacer su consumo y para cubrir, aproximadamente, un tercio de sus exportaciones mundiales.En Estados Unidos s¨®lo ha quedado en el agro el 3,1 % de su fuerza laboral, pero siendo capaz este pa¨ªs de cubrir la mitad de las importaciones mundiales de granos panificables y forrajes. Y es que en el campo norteamericano, los animales de tiro fueron sustituidos por los tractores y las cosechadoras, y los fertilizantes org¨¢nicos (que nunca son abundantes) por los fertilizantes qu¨ªmicos. As¨ª las cosas, la productividad del trabajo en la agricultura norteamericana aument¨® anualmente entre 1950-1963 un 5,8%, con lo cual pod¨ªa disminuir la mano de obra rural en la misma proporci¨®n, pero manteniendo igual o mayor volumen de producci¨®n agr¨ªcola.
Incre¨ªblemente, desde 1945, y sobre todo desde 1950-1959, ¨¦poca en que comenz¨® la tercera revoluci¨®n industrial bajo el signo de las m¨¢quinas automatizadas, de la energ¨ªa nuclear, de la astron¨¢utica, de la electr¨®nica, de la utilizaci¨®n de nuevos materiales, del empleo de robots como d¨®ciles obreros, del creciente consumo de energ¨ªa el¨¦ctrica y de petr¨®leo, el producto interno bruto de los pa¨ªses industrializados aument¨® prodigiosamente: 11 veces m¨¢s en Jap¨®n, 4,5 veces m¨¢s en la Uni¨®n Sovi¨¦tica y 3,1 veces m¨¢s en Estados Unidos.
En este sentido, Jap¨®n, una potencia de mediano desarrollo econ¨®mico hasta 1960, pas¨® a ser la segunda potencia econ¨®mica, industrial y tecnol¨®gica en 1988: nunca, jam¨¢s, en la historia universal se dio un progreso cuantitativo semejante, pero sin igual progreso cualitativo (pol¨ªtico, social, humano) para los trabajadores y los ciudadanos, lo que supone una gran contradicci¨®n socioecon¨®mica, pues todav¨ªa los trabajadores japoneses laboran m¨¢s horas por semana que los europeos occidentales y los norteamericanos, y, a diferencia de ¨¦stos, no tienen un mes de vacaciones sino poco m¨¢s de una semana. Ello permite a la industria japonesa competir con ventaja frente a la europea y norteamericana mediante una competencia desleal, practicando el dumping, que, si no se remedia con un intercambio leal, debe conducir a un protecci¨®n sino exacerbado determinante, en gran medida, de una depresi¨®n econ¨®mica mundial. Y si a Jap¨®n se le fueran cerrando sus mercados exteriores de exportaci¨®n, entonces el milagro japon¨¦s acabar¨ªa en un gran fiasco.
Mayor productividad
La revoluci¨®n cient¨ªfico-tecnol¨®gica secular, con la automatizaci¨®n progresiva del trabajo, con su creciente productividad por hombre/hora, produce, indeseablemente, paro tecnol¨®gico: un promedio del 11% del total de la poblaci¨®n activa de los pa¨ªses de la Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y el Desarrollo Econ¨®mico (OCDE) est¨¢ desocupado, porque cada vez se necesita menos fuerza de trabajo y m¨¢s empleo de capital, tecnolog¨ªa y ciencia en las modernas empresas industriales, que siguen siendo, en cuanto a su gesti¨®n y distribuci¨®n del excedente econ¨®mico, las mismas que antes de la revoluci¨®n cient¨ªfico-tecnol¨®gica.
Se da as¨ª, parad¨®jicamente, un notable progreso tecnol¨®gico, pero manteniendo un conservadurismo econ¨®mico en las relaciones sociales de producci¨®n fosilizadas, menos progresivas que el avance cient¨ªfico y tecnol¨®gico registrado por empresas cada vez m¨¢s automatizadas.
Mientras siga aumentando la productividad del trabajo, todav¨ªa podr¨¢n mantenerse, sin experimentar cambios profundos socioecon¨®micos, las viejas estructuras y superestructuras tradicionales, un tanto anacr¨®nicas con relaci¨®n a la revoluci¨®n cient¨ªfico-tecnol¨®gica secular. Pero el incremento de la productividad en la agricultura de los pa¨ªses industrializados no puede progresar mucho m¨¢s cuando la cantidad de tractores, de cosechadoras y de energ¨ªa mec¨¢nica no puede acrecentarse ya notablemente, ni seguir disminuyendo apreciablemente la fuerza laboral en el campo que, en el Reino Unido y Estados Unidos, respectivamente, es del 2,6% y del 3,1%.
Empleo en servicios
Por otra parte, desde su punto m¨¢s elevado de posguerra, la fuerza laboral en la industria norteamericana ha declinado de un m¨¢ximo del 37% al 28%, pero el empleo en el sector servicios era, en 1987, el 69% de su totalidad. Casi todos los empleos creados en la reaganeconom¨ªa lo ha sido en el sector servicios, donde no aumenta la productividad como aument¨® en la industria y la agricultura. En consecuencia, la econom¨ªa norteamericana tiene tendencia a incrementar por a?o la productividad del trabajo menos del 1%, contra m¨¢s del 3% en la d¨¦cada de los sesenta.
En este sentido, la ocupaci¨®n de trabajadores en los servicios tambi¨¦n tendr¨ªa un l¨ªmite, no pudiendo rebasar muchos m¨¢s del 70% del total de la poblaci¨®n activa, lo cual supondr¨ªa que nos estamos acercando a una ¨¦poca de estancamiento del empleo y de la productividad, sobre todo en Estados Unidos, Europa occidental y Jap¨®n, donde van aflorando tendencias depresivas de sus econom¨ªas a no muy largo plazo, si no se hacen grandes cambios socioecon¨®micos y pol¨ªticos que, evitando la crisis econ¨®mica, pongan en concordancia el progreso econ¨®mico y tecnol¨®gico con el necesario cambio social y pol¨ªtico, que permita mantener una econom¨ªa de pleno empleo por mecanismos econ¨®micos, monetarios, financieros e impositivos distintos de la teor¨ªa keynesiana o friedmaniana.
Vivimos en una ¨¦poca prodigiosa en la que, no tardando mucho tiempo, la energ¨ªa nuclear obtenida por confinamiento magn¨¦tico o inercial puede liberarnos del carb¨®n, del petr¨®leo y de otras energ¨ªas convencionales no renovables.
Pero si disipamos la mayor parte del excedente econ¨®mico en pagar sueldos improductivos y rentas parasitarias, nos faltar¨ªa suficiente capital noble para llevar la revoluci¨®n cient¨ªfico-tecnol¨®gica hasta un grado muy avanzado de automatizaci¨®n del trabajo, de creaci¨®n de una econom¨ªa abundante en beneficio de todos los hombres y de todas las naciones. He aqu¨ª el gran desaf¨ªo de nuestra ¨¦poca: cambiar lo que no sirve o caer en el marasmo econ¨®mico.
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