?Pol¨¦mica?
Unas declaraciones de Montserrat Caball¨¦ a un diario barcelon¨¦s ti?eron los proleg¨®menos del estreno de Salom¨¦ en el Liceo con los pigmentos multicolores de la pol¨¦mica. La soprano afirmaba que el montaje del core¨®grafo Jochen Ulrich no se correspond¨ªa con cuanto hab¨ªa quedado sellado por contrato meses antes y que no le extra?ar¨ªa nada que el p¨²blico pateara la atrevida propuesta. La hora de la verdad, que para un teatro es siempre la del estreno, devolvi¨® a las cosas sus debidas proporciones: la puesta en escena de Ulrich recibi¨® algunos abucheos incondicionales, es cierto, pero mayoritariamente fue aplaudida.La idea de Ulrich se basa substancialmente en el desdoblamiento psicol¨®gico de los personajes. "El gesto (Gestus) propio de cada una de estas formas art¨ªsticas [m¨²sica, texto y movimiento] posibilita un desarrollo de las figuras principales por medio de los bailarines, que act¨²an como si fueran las sombras de los cantantes. Est¨¢s sombras experimentan el proceso interior de la acci¨®n y proporcionan el fundamento emocional para la gestualidad, estrictamente musical, de los cantantes que representan los acontecimientos externos", escribe en el programa de mano Angelika Finger, colaboradora art¨ªstica del director de escena.
Salom¨¦
De Richard Strauss. Principales cantantes: Montserrat Caball¨¦, Horst Hiestermann, Vera Baniewicz, Alfred Muff, Hans Sojer. Principales bailarines: Darie Cardyn, Jos¨¦ de Udaeta, Tilly S?ffung, Jean-Marie Marion, Wolfgang Grascher. Producci¨®n: Gran Teatro del Liceo. Direcci¨®n esc¨¦nica: Jochen Ulrich. Escenograf¨ªa: Katrin Kegler. Vestuario. Marie-Theres Cramer. Orquesta Sinf¨®nica del Liceo dirigida por Uwe Mund. Liceo, Barcelona, 27 de diciembre.
Dos espacios
Formalmente este planteamiento se traduce situando a los cantantes en dos espacios separados (Salom¨¦ y Jokanaan a un lado; Herodes, Herod¨ªas, Narraboth, soldados, etc¨¦tera, a otro), donde gesticulan sin moverse de sitio; el centro de la escena est¨¢ ocupado por los bailarines, excepto en la escena de la discusi¨®n entre los cinco jud¨ªos y en la gran escena final de Salom¨¦, momento en que Ulrich permite a la Caball¨¦ bajar del pedestal de dos metros de altura en el que ha permanecido desde el inicio de la obra, para hacerse due?a y se?ora de las tablas. En definitiva, una operaci¨®n meton¨ªmica por la que la danza de los siete velos, s¨ªntesis de tensiones en la obra straussiana, excede del espacio propio para llegar a toda la acci¨®n.La operaci¨®n est¨¢ suficientemente argumentada y los resultados alcanzan momentos de notable belleza: excelente especialmente Darie Cardyn dando con sus vigorosos movimientos el car¨¢cter cruelmente infantil de la protagonista. Los calurosos aplausos a su actuaci¨®n dan cuenta de la sequ¨ªa en materia de danza que padece el p¨²blico lice¨ªsta. ?No ser¨ªa una pol¨¦mica m¨¢s ¨²til lanzarse a reclamar ese prometido y nunca concedido cuerpo de baile estable?
Escenograf¨ªa sobria pero efectiva, bien acabada, con una est¨¦tica a medio camino entre Klimt y Fassbinder en la que colabora un acertado vestuario. El l¨ªmite de la propuesta de Ulrich est¨¢, sin embargo, en la redundancia: Strauss es un maestro incontrastado en la puesta en escena de la propia m¨²sica, en la plasticidad del entramado sinf¨®nico, en la gestualidad de las l¨ªneas vocales. De alguna forma, pues, la coreograf¨ªa escenifica algo ya escenificado previamente, aunque ello no quita seriedad ni validez al muy digno trabajo de conjunto. Colabor¨® en esta impresi¨®n un discreto y perfectamente sincronizado subtitulado del texto.
Todo lo antedicho no tendr¨ªa ning¨²n valor de no haber ido apoyado por una interpretaci¨®n musical de alta categor¨ªa. Uwe Mund condujo con firmeza la hiperproteica orquesta, fiel al mandato de Strauss, que en cierta ocasi¨®n recomend¨® a los m¨²sicos que se comportaran como "bestias salvajes" (las frases brillantes fueron uno m¨¢s de los fuertes del compositor). En alg¨²n momento Montserrat Caball¨¦ qued¨® excesivamente cubierta por este motivo, pero se rehizo majestuosamente en su gran escena: el sabio equilibrio que supo mantener entre el lirismo evocativo y el dramatismo apasionado en este pasaje arranc¨® una de las ovaciones m¨¢s contundentes escuchadas durante esta temporada. Brillante Jokanaan de Alfred Muff, y no menos acertado Horst Hiestermann dando vida al tetrarca Herodes, personaje dif¨ªcil por lo combatido entre el deseo y el terror. Satisfactorias intervenciones de Vera Baniewicz (Herod¨ªas) y Hans Sojer (Narraboth). Los jud¨ªos de casa (Ruiz, Heilbron, Comas, Esteve y Lluch, los mismos que en la pasada Salom¨¦ de 1985) superaron con solvencia la comprometida escena de la discusi¨®n teol¨®gica.
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