Los hijos del 'apartheid'
Las familias de los activistas condenados junto a Nelson Mandela en 1963 buscan sus perdidas se?as de identidad
En la historia del apartheid destacan los juicios maratonianos por traici¨®n, en los que el r¨¦gimen de Pretoria se empe?a en demostrar que la oposici¨®n popular est¨¢ fuera de la ley. Ni el pueblo ni la Prensa se olvidan de los condenados, pero los familiares, que durante d¨¦cadas sufren las secuelas emocionales e incluso econ¨®micas de esta separaci¨®n, a veces s¨ª quedan en el olvido. Recientemente se ha celebrado el juicio de Delmas, en el que tres l¨ªderes del Frente Democr¨¢tico Unido acaban de ser condenados despu¨¦s de tres a?os y est¨¢n pendientes a¨²n de sentencia, que no puede ser otra que pena de muerte o cadena perpetua.
El juicio de Delmas ha sido un caso muy similar al de Rivonia, en 1963, en el que ocho procesados, entre ellos Nelson Mandela, l¨ªder del Congreso Nacional Africano, fueron condenados a cadena perpetua.En el barrio de Mzimhlopc est¨¢ la casa de la familia Motsoaledi. El padre, El¨ªas Motsoaledi, sigue en la c¨¢rcel de Robben Island desde el juicio de Rivonia de 1963. Fue detenido en esta casa, donde se reun¨ªa frecuentemente con Mandela y otros procesados de Rivonia . Caroline, su esposa, ha hecho lo imposible por criar a siete hijos desde entonces. Tres est¨¢n fuera del pa¨ªs: ella no dir¨¢ por qu¨¦. Uno, Koikoi, de 25 a?os, a¨²n vive con su madre. Naci¨® en esta casa cinco meses antes de que llegara la furgoneta de la polic¨ªa para recoger a su padre.
Koikoi tuvo una ni?ez poco usual. D¨ªas despu¨¦s de la detenci¨®n llevaron detenida tambi¨¦n a su madre, que a¨²n le daba el pecho, y trajeron como consuelo a su abuela. La abuela lo cuid¨® durante los 162 d¨ªas que dur¨® la detenci¨®n de Caroline. Hasta los 11 a?os, Koikoi supuso que no ten¨ªa padre. "Cuando me enter¨¦ de su existencia sent¨ª hostilidad hacia ¨¦l. No entend¨ªa por qu¨¦ se apartaba de nosotros. A veces pas¨¢bamos el d¨ªa entero sin comer, y en d¨ªas fr¨ªos de invierno ¨ªbamos al colegio sin zapatos. De alguna manera le echaba la culpa a ¨¦l". Se hizo con la direcci¨®n, sin saber que era c¨¢rcel, y le escribi¨® una carta recrimin¨¢ndole su ausencia.
"?Cu¨¢ndo vas a venir aqu¨ª a trabajar para nosotros? Los dem¨¢s padres compran ropa y zapatos para sus ni?os". Cuando supo por amigos mayores que Robben Island era una c¨¢rcel sinti¨® verg¨¹enza. "?Macarra? ?Mi padre? Por aquel entonces conoc¨ªamos a ni?os cuyos padres tampoco estaban, pero sab¨ªamos que eran criminales".
En busca de un padre
Caroline y el levantamiento estudiantil del a?o 1976 arrojaron luz sobre el porqu¨¦ del paradero de su padre. "Aun cuando mi madre me cont¨® todo", asegura, "yo no entend¨ªa por qu¨¦ ten¨ªa que estar mi padre en la c¨¢rcel. Debi¨® de ser dif¨ªcil para ella contarlo desde el principio, explicarme que ¨¦ste es nuestro pa¨ªs y que las cosas est¨¢n como est¨¢n porque los blancos vinieron y nos lo quitaron. Que mi padre est¨¢ en la c¨¢rcel porque luch¨® contra esto". Koikoi volvi¨® a escribir y empez¨® una correspondencia fruct¨ªfera, y una creciente conciencia pol¨ªtica, para el hijo en busca de un padre.La vida de los Motsoaledi ha sido, efectivamente, dura desde el juicio de Rivonia. Caroline sali¨® frot¨¢ndose los ojos de una celda de paredes negras, donde durante cinco meses de aislamiento total se hab¨ªa negado a declarar como testigo en el juicio. "No me importaba el color de las paredes. Como debajo hab¨ªa cal, pod¨ªa marcar los d¨ªas en ellas. No tuve libros, no pod¨ªa hacer ejercicios. 'Ahora usted se puede marchar', me dijeron cuando acab¨® el juicio. ?C¨®mo?, les dije. No puedo andar. No s¨¦ siquiera d¨®nde estoy. Les hice llevarme a casa. Hay que ser dura con esta gente. Si no, piensan que eres un juguete".
La dureza de Caroline fue necesaria para sacar adelante a la familia. "Fue dificil encontrar trabajo, pero un amigo me encontr¨® un puesto en una f¨¢brica de tela. La polic¨ªa ven¨ªa constantemente para llevarme a John Vorster Square. Preguntaban por mi hijo mayor. B¨²squenlo ustedes, les dije, y dejen de molestarme en el trabajo. Dejaron, pero despu¨¦s ven¨ªan a casa por la noche, a cualquier hora".
Caroline agradece el apoyo moral del due?o de la f¨¢brica donde lleva 25 a?os. Pero el sueldo siempre fue poco para siete hijos. Faltaba ropa, zapatos, comida. Sobraban visitas de la polic¨ªa. Pero Koikoi, el m¨¢s peque?o, reconoci¨® a su madre a su vuelta a casa y se cri¨® en la inocencia y en la pobreza. Un profesor del colegio ayud¨® a corregir la sospecha de que su padre era criminal. "?Sabes lo grande que era tu padre?", le dijo. "Entonces aprend¨ª que era un m¨¢rtir por su pa¨ªs. Un hombre que defend¨ªa sus derechos. Me sent¨ª orgulloso de tener como padre a un hombre m¨¢s valiente que los de otros ni?os. Pero no ten¨ªa con qui¨¦n compartirlo. La gente conoc¨ªa el nombre de Mandela, pero sab¨ªa muy poco del juicio de Rivonia".
Koikoi recuerda el levantamiento de 1976 como una liberaci¨®n. "Nos daban la clase de matem¨¢ticas en afrikaans. No entend¨ªamos ni jota. Cuando vinieron algunos mayores del instituto para avisarnos de lo que pasaba, parec¨ªa que nos rescataban. Nos echamos todos a la calle".
A partir de la tragedia de 1976 todo fue diferente. La conciencia pol¨ªtica de Koikoi se hizo m¨¢s completa. Se comunicaba con su padre por carta, ya que a los ni?os no se les permit¨ªa visitas. En 1979 lleg¨® el d¨ªa esperado. Tren a Cape Town con ayuda de la Cruz Roja. Hospedaje tambi¨¦n pagado, no como en los primeros a?os, cuando su madre ten¨ªa que dormir en aseos p¨²blicos al apearse del tren por la noche. Barco a la isla. Miedo a marearse. Pone pie en Robben Island. Sala de espera. Angustia. Ventanilla de vidrio grueso. Cara distorsionada del padre encontrado. Se comunican f¨¢cil e instant¨¢neamente. Alivio.
Koikoi no deb¨ªa haberse preocupado. A pesar de la separaci¨®n, padre e hijo tienen mucho en com¨²n. "Le dijo despu¨¦s a mi madre: ?C¨®mo es tan bajo? ?Qu¨¦ cara! Si la culpa la tiene ¨¦l". Pero la similitud no est¨¢ s¨®lo en la estatura. El profesor de Koikoi comentaba que hasta en el estilo de sus cartas se parec¨ªan. A trav¨¦s de la b¨²squeda, fisica y espiritual, de un padre, Koikoi ha encontrado tambi¨¦n una identidad personal y pol¨ªtica.
Tanto ¨¦l como su madre esperan con ansia la salida de El¨ªas, pero se resisten a prestar atenci¨®n a los rumores constantes de que saldr¨¢n los de Rivonia de su prolongado encarcelamiento. Caroline, mientras tanto, contin¨²a su batalla, junto con millares de inquilinos de Soweto, contra el municipio, al que se niegan desde hace m¨¢s de un a?o a pagar el alquiler. Todas las t¨¢cticas municipales para romper el boicoteo, incluso las intimidaciones, han fracasado.
"Yo no me muevo", dice Caroline. "Quiero que El¨ªas vuelva a esta misma casa". La misma casa donde hace 25 a?os una furgoneta de la polic¨ªa lo separ¨® de su hijo de cinco meses.
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