Orden y ciudad
Borges, al describir con impecable prosa la s¨²bita seducci¨®n que sinti¨® el b¨¢rbaro Droctulft por R¨¢vena, a la que intenta reducir mediante asedio, define la ciudad: "Un conjunto que es m¨²ltiple sin desorden".Ciertamente, en lo f¨ªsico y en lo social, orden y ciudad son, para quien acaba de llegar de la selva, una compleja y misma cosa.
Desde dentro, sin embargo, para el ciudadano que cotidianamente se debate entre el goce de su ¨¢mbito y el padecer de sus molestias (desde el tr¨¢fico a la inseguridad ciudadana), las cosas se complican: la gente acostumbra a decir que la ciudad es hoy an¨¢rquica. Aqu¨ª, pues, contrariamente a lo que ocurr¨ªa con quien se sorprende al descubrirla, ciudad y desorden se equiparan.
Pero siempre se atribuyen estos inconvenientes a la falta de previsi¨®n y a las deseconom¨ªas que -se dice- aparecen s¨®lo cuando se superan los umbrales de la raz¨®n y se hacen presentes el azar y el ruido. Con lo que, lejos de ver esta problem¨¢tica como consustancial a la ciudad, se la considera resultado particular de determinadas pol¨ªticas y se responsabiliza directamente a los administradores de originar con sus decisiones el desastre.
Esta generalizada repulsa no hace, por tanto, sino revelar que el sentimiento dominante en los ciudadanos es, en el fondo, igual que para el b¨¢rbaro, una confianza irreductible en el orden inmanente de la ciudad, lo que muestra la esperanza de que las cosas podr¨ªan y, sobre todo, deber¨ªan ser distintas.
Pero el orden, contrariamente a lo que ocurre con la dignidad o con la alegr¨ªa, no es un fin en s¨ª, sino tan s¨®lo un medio, un instrumento para hacer, de forma estad¨ªsticamente certera, m¨¢s f¨¢cil la llegada de aqu¨¦llas.
Veamos, sin embargo, c¨®mo la ciencia desdice incluso este valor utilitario del orden y quita, en ¨²ltima instancia, la raz¨®n instrumental -que no la raz¨®n apasionada o sintiente- tanto al arrobamiento inocente del salvaje como al juicio acre del ciudadano.
Hawking
Hace m¨¢s de un a?o, el profesor S. W. Hawking dio en el Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC) una conferencia, La direcci¨®n del tiempo, cuyo colof¨®n, mezcla de lucidez e iron¨ªa -¨²nico c¨®ctel que hace tragable la trascendencia-, ahora transcribo:
"Si usted ha recordado cada una de las palabras que he dicho, su memoria habr¨¢ registrado alrededor de 150.000 bits de informaci¨®n. As¨ª, en su cerebro, el orden habr¨¢ aumentado unas 150.000 unidades. No obstante, mientras que me ha estado escuchando, usted habr¨¢ convertido unos 300.000 julios de energ¨ªa ordenada (en forma de alimento) en energ¨ªa desordenada tal como calor que cede al aire por convecci¨®n y sudor. Esto dar¨¢ lugar a un aumento en el desorden del universo de unas tres veces 10 a las 24 unidades, alrededor de 20 millones de millones de millones de veces el aumento de orden producido por el hecho de que usted recuerde mi charla. Creo por eso que lo mejor es terminar ahora, antes de que degeneremos en un estado de completo desorden".
En otra conferencia reciente, Los futuros de la ciudad, el soci¨®logo Jes¨²s Ib¨¢?ez se ha servido, con pesimismo, del anterior razonamiento de Hawking.
Pero este pesimismo no ha sido s¨®lo de la raz¨®n, lo que no est¨¢ mal, sino tambi¨¦n -y asumo el juicio de valor que esta afirmaci¨®n aporta- de la voluntad y el coraz¨®n, lo que ya est¨¢ peor.
"El cuerpo y la ciudad", dice Ib¨¢?ez, "transforman el alimento en excremento...'.
Ciertamente es as¨ª, pero no es s¨®lo as¨ª. Pues, pertrechados con el razonamiento del cient¨ªfico, deducimos que del cur.,pu que escucha y la ciudad que se construye no s¨®lo resultan excrementos, sino tambi¨¦n un paup¨¦rrimo, pero m¨¢gico, orden del que el universo antes carec¨ªa.
Concedamos que este orden producido en el cosmos -en la corteza cerebral o en la terrestre- mediante la acci¨®n de aprender algo o construirlo sea muy inferior al desorden establecido en ese mismo cosmos como consecuencia tambi¨¦n de aquella actividad. En tal caso, la pregunta pertinente -el resquicio- para quien se plantea con voluntad de suerte la partida habr¨¢ de ser: ?puede ese pequeIft¨ªsimo y novedoso orden, del cerebro o la ciudad, llegar alg¨²n d¨ªa a producir un orden superior en el cosmos?
O, mejor a¨²n: ?puede en el futuro la ciudad (esa forma particular de poner orden en el universo) transformar, como pensaban los griegos, la physis en polis, el cosmos en mundo, y ganar definitivamente la partida al desorden?
Resulta dif¨ªcil contestar, porque a¨²n "no recordamos el futuro"; pero conviene dejar las ilusiones, ya que, seg¨²n dicen los cient¨ªficos, la respuesta se deduce de la segunda ley de la termodin¨¢mica: todo marcha irremediablemente hacia el desorden.
Final anunciado
La ciudad es un lenguaje que trata, como el lenguaje, de pensar / decir el cosmos para ordenarlo y hacerlo mundo. Pero ahora resulta que ese intento de poner mundo donde s¨®lo hab¨ªa cosmos no es sino una manera de llegar antes al final anunciado.
La consecuencia inmediata m¨¢s razonable parece una filosof¨ªa de corte oriental: ?No hagan olas!, pues, cuanto menos se muevan, m¨¢s tarde llegaremos a esa lamentable meta.
Bueno, pues, aun as¨ª, o mejor, precisamente por ser as¨ª el dictamen de la ciencia, hay que perservar en lo contrario. Ya que quiz¨¢ lo ¨²nico que se salva de esa entrop¨ªa irremediable es la voluntad tonificada del ser.
Otra vez aqu¨ª lo importante es hacer compatible, conformea la propuesta de Gramci, "el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad". Lo que s¨®lo es posible mediante el ¨¢nimo, que impulsa a la acci¨®n para que haga cosas, pero siempre con la condici¨®n, hoy realmente depreciada, de hacerlas bien (age, si quid agis). Para ello es preciso acercar el mundo de la producci¨®n y el trabajo al privado de los deseos.
Y no tanto porque vayan a lograrse, en lo externamente humano, resultados sorprendentes, como por el est¨ªmulo y la moral que ha de suponer para lo m¨¢s ¨ªntimo de los hombres. Lo que en Occidente no es independiente de la reducci¨®n del trabajo perentoriamente necesarlo junto a la obtenci¨®n de tiempo para lo particular y no inducido ni determinado socialmente.
Debemos estar sobradamente dispuestos a anticipar el cataclismo si, como nos anuncia la ciencia, ¨¦ste es el precio que hemos de pagar por la actividad de hacer bien las cosas. Como ya hemos dicho, s¨®lo as¨ª conseguiremos el sentimiento tan preciado de la alegr¨ªa.
Este intento, que se justifica por s¨ª mismo, es ya vitalizador y estimulante, independientemente de que al final todo concluya en un revoltijo apaciguado y g¨¦lido de polvo y cenizas.
Admitido este talante, no parece desacertado perseverar en la construcci¨®n de la urbe: la m¨¢s humana de las obras, porque su intento de ordenar el mundo alberga el proyecto m¨¢s noble y radicalmente necesario: la fundaci¨®n, ?al fin!, de la aut¨¦ntica patria, la comunidad de los hombres.
"La arquitectura en su totalidad es siempre el intento de una patria humana", entendida ¨¦sta como "algo que a todos nos ha brillado ante los ojos en la infancia, pero donde nadie ha estado todav¨ªa" (Bloch dixit).
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